Con Diego Singer, creador de Filosofía a la gorra - Semanario Brecha
Con Diego Singer, creador de Filosofía a la gorra

La potencia filosófica del encuentro

Es el inventor de una inusual manera de hablar de Hegel y de Kafka y de otros muchos autores. El encuentro no requiere inscripción previa y es a la gorra. En su paso por nuestro país, el filósofo argentino conversó con Brecha acerca de esta experiencia que lleva adelante hace más de diez años y sobre el vigor del pensamiento filosófico en tiempos de datos, verificación, inmediatez y coaching.

Diego Singer. HÉCTOR PIASTRI

—¿Cómo surgió Filosofía a la gorra?

—Estaba haciendo el taller de filosofía, un encuentro con formato tradicional, y sentí la necesidad de hacer algo que no requiriera inscripción ni lectura previa. Entonces, pensé que, de algún modo, tenía que responder al problema de cómo sostenerlo materialmente. Así se me ocurrió que podía pasar la gorra.

—Una apuesta poco vinculada al formato académico.

—Sí, una apuesta rara. Empecé en un pequeño espacio que había en la librería en la que trabajaba y desde el principio funcionó muy bien. Había cierto entusiasmo con que una actividad muy asociada a lo académico pudiera cruzarse con una suerte de práctica propia de otras áreas. Por eso me propuse hacerlo en espacios culturales y que no pasara por los congresos, las jornadas ni los institutos de investigación. Por supuesto, la pandemia me obligó a hacer una especie de Filosofía a la gorra por streaming, pero no me gustó mucho. Lo hice porque fue necesario en ese momento, pero, apenas pude, volví a la presencialidad.

—¿Te propusiste un corte con ciertas tradiciones o una disputa?

—La filosofía es una tradición que, en un sentido hegemónico, tiene como mínimo 2.500 años. En Grecia están presentes las disputas sobre dónde se hacía, cómo se hacía, en qué formatos y con quiénes. Siempre hubo una multiplicidad de modos: en el interior de la Academia de Platón o hacia afuera, en el interior del Liceo o hacia afuera, e, incluso, en el entre. Están las conversaciones que tenía Sócrates en la calle y la pequeña comunidad de Epicuro, en la que ingresaban mujeres y esclavos. Tal vez lo que sí me propuse fue cortar con las lógicas burocráticas del saber y el torremarfilismo.

—Con la expansión de Internet y sus diferentes plataformas y redes, la expresión de la opinión se ha vuelto una práctica atravesada por la inmediatez. ¿Cómo convive la reflexión filosófica con estas lógicas de la opinión en tiempo real?

HÉCTOR PIASTRI

—Tengo una posición muy pesimista. En Realismo capitalista, Mark Fisher toma como ejemplo lo que implica la lectura de Nietzsche para contraponer ese ejercicio al consumo de la filosofía como si fuera fast food. En Nietzsche la cuestión de la temporalidad, la maduración y el silencio está presente como aquello que se opone al impulso instantáneo que impide cualquier digestión. Si bien es un pensador muy incómodo en un sentido político –sobre todo porque fue un gran crítico de la democratización y nosotros tenemos el hábito democrático en nuestras venas–, me parece que la actualidad nos permite entenderlo un poco más. La inmediatez produce algo muy empobrecedor: la incapacidad de hacerse un estómago. El problema está en la posición que se asume al opinar, corregir o mostrar en qué se equivocó alguien. Básicamente, el modo del corrector, o del que censura, o del que se burla siempre es una posición que tiene un techo muy bajo. Estas prácticas producen una satisfacción inmediata que impide lo que Nietzsche denomina tener derecho a. Un primer problema es que hoy el acceso es entendido como sinónimo de tener conexión, de tener tal aplicación o de estar en las redes sociales, y su funcionamiento tiende a una cadena de estímulos maquínica. En segundo lugar, en la compulsión por opinar opera el prejuicio muy rápidamente, lo que impide que haya una pausa que permita pensar y discernir.

—La cuestión de la posverdad ha estado muy presente en el debate público y, paralelamente, han surgido diversas iniciativas de chequeado y verificación. ¿Te interesan estos asuntos en relación con el problema de la verdad?

—Sí, me interesan. Creo que, en general, se los plantea de un modo poco crítico. Uno lee a Platón y su disputa con los sofistas, y esto está trabajado mucho mejor de lo que lo pensamos hoy. Es cierto que hay fenómenos que son contemporáneos, pero ¿su singularidad está asociada a la apertura de cierta comunidad política? En la actualidad, la cuestión relacionada a la idea estadounidense de fake news y de lo chequeable es sumamente restringida y acota la discusión. ¿Qué relación hay entre la seducción de un discurso para provocar una explosión de opiniones y su efecto ético-político? Lo más preocupante no es aprender las formas en las que podemos distinguir que una fuente es medianamente confiable, sino que hay una avanzada de la propia posición o del prejuicio que no encuentra herramientas para revisarse a sí misma de ningún modo. Se nos imponen los mecanismos de la comprobación como si fueran la garantía de algo. Me parece que hay una especie de impostación con el problema de la verdad, como si –otra vez Nietzsche– alguna vez la hubiéramos querido.

—¿Es posible establecer un diálogo entre este tipo de reflexión situada y el quehacer político en nuestras sociedades?

—La filosofía es muy torpe en términos prácticos y la política implica eficiencia. Seguramente en algunos aspectos pueda ser valioso, pero no creo en la función del consejero. Para mí, hacer filosofía implica un compromiso de distinto tipo. Ahora, también me parece sana, en muchos sentidos, la distancia respecto a determinadas posiciones identitarias. Además, como el rol político ha devenido en una pragmática del resultado, de lo mensurable y de la gestión económica, el predominio de la estadística y de la proyección le ha abierto camino al marketing, al coaching y a la publicidad. La filosofía tiene poco que aportar ahí. No es ni una ciencia social ni una lógica predictiva. Además, los políticos –al menos la mayoría– están cada vez más alejados del mundo cultural y filosófico.

HÉCTOR PIASTRI

—Mencionaste a Fisher, quien, al igual que vos, fue profesor de educación media. Él recupera esa época y subraya su potencia productiva y creativa. En tu caso, publicaste el libro Políticas del discurso. Intervenciones filosóficas en la escuela, con la editorial Nido de Vacas. ¿De qué forma esa experiencia influyó en Filosofía a la gorra?

—Ese libro fue el cierre de una etapa. Durante diez años trabajé en educación media y compilé una serie de textos con lo que había producido. Como trabajé mucho mientras hice la carrera, dar clases fue lo que me permitió volcarme enteramente a la filosofía. Puedo asegurar que es un desafío enorme. Hoy soy docente universitario, pero no me genera lo que me generaba la educación en la escuela. En esas clases encontraba una capacidad de pensar más comprometida, menos mediada por el deber ser. En ese riesgo compartido el efecto es más rico y duradero. A pesar de que los alumnos no eligen la clase de filosofía, tienen una disposición mucho más abierta –tal vez por la edad– al problema filosófico. Así como me pasó en la escuela, también me ha pasado en la cárcel, y siguen siendo experiencias importantes ante la pregunta de por qué uno hace filosofía. No creo que alguien comience a estudiar filosofía pensando en una carrera académica y lo que eso implica. Más bien uno arranca porque está atravesado por problemas y preguntas. Entonces, cuando eso se empieza a acomodar en función de la beca, el informe o la burocracia, se pierde algo valioso. Aparece un buen trabajo profesional, no lo niego, y está bien que exista y que alguien lo haga. Ahora bien, Filosofía a la gorra no es un café, ni un montaje teatral, ni un pretexto para la opinología. Me propongo brindar una exposición completa e ininterrumpida sobre un autor o un tema y luego abro el espacio para preguntas e intercambios. Siempre está presente la escuela, por aquello de hacer que valga la pena.

* Diego Singer es profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, dicta clases para profesionales de la salud mental en hospitales de la ciudad de Buenos Aires, es docente de la Diplomatura de Estudios Avanzados en Psicoanálisis y de la Especialización en Teoría y Práctica Psicoanalítica de la Universidad Nacional de San Martín y dirige la Diplomatura en Subjetividad y Estado de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.

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