Ana vivió toda su adolescencia bajo el amparo legal del Estado. Pero desde fines de los noventa su tutela fue tercerizada. En la mayoría de esos años el Instituto Nacional del Menor (Iname) cedió su cuidado a una clínica psiquiátrica privada, conocida como Api. Vivió allí durante siete años. Egresó con 23 y la recomendación de ingerir un rosario diario de risperidona, zolpidem, levomepromazina, sertralina, biperideno y omeprazol, con cada comida, cada día, a cada hora pactada.
Está sentada. La espalda tiesa contra el respaldo de la silla y la voz temblorosa. Los ojos bien abiertos. Ana en verdad no se llama así. Pero es tan real como la pila de papeles que descansa sobre la mesa: un grueso expediente que abrevia toda su experiencia vital hasta los veintipocos años, como certificando lo que...
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