El pibe que jugaba a la pelota – Semanario Brecha
La vida breve de Thiago Moreira

El pibe que jugaba a la pelota

Thiago estaba bajo el amparo del INAU y la versión oficial afirma que se ahorcó en una vivienda de Malvín Norte, donde vivía con una «referente afectiva». Su historia no es diferente de la de sus amigos que esta semana pintaron murales en su nombre. Mientras se investiga cómo ocurrieron los hechos, Brecha confirmó que existen inconsistencias en el relato oficial.

Grafiti en el barrio Malvín Norte. Redes sociales.

Nació en marzo de 2010 y era el tercero de cinco hermanos. Vivía con su mamá, alternando entre viviendas precarias y la calle. Su padre, que radicó varias denuncias de violencia doméstica contra la mujer, logró más tarde la tutela legal de los niños y una medida cautelar alejó a la madre de la crianza. Los trabajadores sociales que posteriormente trabajaron con los hermanos hablan de una «estructura familiar abandónica». Es que cuando Thiago Moreira cumplió los 12 años, su padre emigró a Estados Unidos y dejó a los pequeños a cargo de una abuela y una tía.

Pero la violencia no cesó. Como consecuencia, desde el exterior, el padre dispuso que los hermanos quedaran bajo la custodia de una tía política y de una de sus hermanas, que para entonces era mayor de edad. Era un hogar con contención y todo iba bien. Pero Thiago aún masticaba el sabor amargo del abandono paterno. Creía que, si se escapaba del control adulto, su padre volvería por él. Y fue en esa época que se fugó por primera vez.

Frecuentaba Malvín Norte, el barrio donde plantó raíces, y empezó allí a hacer los primeros amigos. Cursó hasta tercer año de liceo, le iba bien y se integró a una barra enorme de gurises de la zona. Jugaba al fútbol, jugaba incluso tan bien que hasta fue citado para entrenar en Peñarol, pero la cancha le quedaba muy lejos y tuvo que abandonar. También lo llamaron de Nacional, pero el asunto no prosperó. Quienes lo conocieron lo recuerdan como un pícaro, un carilindo que tenía varias novias, un bandido. Alegre pero a la vez reservado. Un niño que tuvo que crecer de golpe. La calle es así, recuerdan algunos: si no te mostrás fuerte y macho, «te come». Y a él se lo comió.

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Thiago empezó a robar cuando tenía 13 años. Cometía «actos delictivos acordes a su edad», y a los 14 marchó: cayó preso en la órbita del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (INISA). Fue procesado por un delito contra la propiedad y lo mandaron al centro Desafío, donde van los menores de 15 años que infringen la ley. Su condena se separó en dos: en primera instancia, tres meses de privación de libertad y, luego, una medida alternativa a la privación con seguimiento a cargo del Programa de Medidas Socio Educativas Comunitarias.

En el INISA se dejó constancia de parte de su historia. Allí constan el abandono, el maltrato, el dolor. También consta que Thiago no podía superar que su padre estuviera lejos y que esto operaba negativamente y de manera constante contra él mismo. Según los registros, el adolescente nunca verbalizó ni se dejó constancia de que haya intentado quitarse la vida. Sí les advirtió a los técnicos que, una vez pasados esos tres meses, se iba a fugar. No tenía intenciones de quedarse en ningún hogar del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU).

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Un día, una mujer se presentó en el centro Desafío, ubicado en Chimborazo 3281, en el barrio Cerrito. Dijo que era la mamá de Thiago y que lo quería ver. Los operadores del centro iniciaron de inmediato una investigación para constatar si el dato era real. Falso.

Detectaron que esa mujer, oriunda de Malvín Norte, era en realidad una persona que «recluta adolescentes y preadolescentes para que roben» en el barrio. Constataron que –presuntamente– manejaba una bandita que delinquía a cambio de una vivienda para achicar. Thiago había sido captado por ese mecanismo; se le prohibió que se acercara al centro y la mujer nunca más apareció.

Cuando estaban a punto de cumplirse los primeros tres meses, un equipo del INISA evaluó posibilidades de vivienda para Thiago. Su hermana mayor, que ya tenía 21 años, no podía hacerse cargo de él y –producto de su fuga inicial– su tía política también rechazó la tutela. Así es que fue a parar a la «puerta de entrada» para varones del INAU, el Centro de Breve Estadía (CBE) ex-Tribal.1

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A finales de febrero, Thiago entró al CBE con lo puesto: un pantalón, una remerita y unos championes. Una de las educadoras le hizo la recorrida por el hogar y le presentó a un botija que era hermano de su compañero de celda en el INISA. Por lo menos había una cara conocida. De todas formas, ese mismo día se fue del hogar y no lograron dar con su paradero. En la jerga del INAU, a estos episodios se les llama oficialmente salidas no acordadas (SNA).

Actualmente el CBE tiene en su padrón a aproximadamente 65 adolescentes, de los cuales solo 16 viven en el hogar. Los demás se encuentran en «licencias» (lo que en la jerga significa que viven con familias de acogida; son autorizadas por los técnicos del centro y están sujetas a visitas de control) o en SNA (es decir, nadie sabe dónde están).

Según los protocolos, cuando se pierde un chiquilín, los técnicos deben realizar búsquedas activas y contactar con referentes zonales que puedan indicar dónde puede estar. La realidad es que el instituto no dispone de los recursos suficientes para llevar adelante ese rastreo, habida cuenta de la cantidad de gurises perdidos y de la cantidad de trabajadores disponibles para la tarea (véase «A tu suerte», Brecha, 22-IX-23).

Thiago regresó solo al mes siguiente. El mismo día volvió a irse, sin autorización. Regresó a la semana y allí se tramitó su licencia. Según explicó al semanario la presidenta del INAU, Claudia Romero, dos duplas técnicas independientes (una del CBE y otra del INISA) autorizaron que Thiago se fuera con una «referente afectiva», es decir, una persona adulta que –según los técnicos– tiene las condiciones necesarias para afrontar el cuidado.

Sin embargo, fuentes del INISA dijeron a Brecha que, en realidad, la institución no participó de ninguna valoración. Las únicas referentes que habían encontrado, según aclararon, no estaban aptas para cuidar a Thiago. Vecinos del barrio y referentes zonales explicaron al semanario que veían a Thiago en la calle o en la casa de la mujer que –meses atrás– se había presentado en el centro Desafío aduciendo ser la madre del adolescente. «No sé quién te dijo eso, pero Thiago estaba con su referente afectiva», insistió Romero ante las consultas de Brecha, e informó al semanario que está en curso una «investigación administrativa».

El 21 de mayo, desde la Seccional 15 llamaron a la tía política de Thiago para que fuera a buscar al adolescente, porque había quedado demorado por burlarse de un funcionario. Era, al parecer, la última referencia familiar que figuraba en el sistema de información policial. La tía, sin embargo, explicó que Thiago no vivía con ella y que no podía retirarlo. La Policía entonces llamó al CBE, pues el adolescente dijo que estaba en un hogar del INAU. En ningún momento pareció referirse a esa persona que –según las autoridades del instituto– era su «referente afectiva». Al día siguiente, según el sistema de información del INAU, Thiago registró su última SNA.

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El martes 3 de junio, el barrio Malvín Norte amaneció conmocionado. En el complejo INVE, específicamente en el block 5, Thiago apareció muerto con una piola en el cuello. El amigo que lo encontró le hizo respiración boca a boca, pero Thiago no respondió. El joven entonces avisó a sus primos y a sus hermanos. Cuando la familia llegó, estaba lleno de vecinos que se habían acercado al ver a la policía. Escucharon a un agente decir que la muerte era «dudosa». Fue la hermana de Thiago quien tuvo que reconocer el cuerpo antes de que se lo llevaran. Los familiares llamaron al INAU y avisaron lo que estaba ocurriendo. Según varios testigos, entre el cúmulo de personas aglomeradas ante la directora del CBE, Virginia Silvera, que concurrió al lugar, una mujer se presentó como la dueña de la casa en la que el adolescente apareció muerto.

Mientras la Policía retiraba el cuerpo, solo estaban presentes la dueña de la casa, las autoridades del CBE, los familiares de Thiago, sus amigos y algunos vecinos de la zona. Ninguno de los testigos consultados por el semanario identificó la presencia de otro «referente afectivo».

El sepelio fue el día 5 de junio, en una de las salas velatorias de la Intendencia de Montevideo. La decisión de velarlo a cajón abierto fue tomada por el personal del CBE, en contra de la voluntad de su familia. Brecha intentó ponerse en contacto con la directora del CBE, pero la funcionaria no quiso hacer declaraciones. Fue un sepelio restringido a su familia y al personal del INAU; el resto de sus amigos se presentaron directamente en el Cementerio del Norte para el entierro. Las fotos muestran flores, muchísimas flores. Thiago continuó figurando en el padrón del INAU dos días después de su muerte.

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Una placa del Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay empezó a circular en redes sociales el viernes pasado, un día después del sepelio. «Un adolescente de 14 años terminó con su vida el lunes en el excentro Tribal. No hubo ningún comunicado oficial, ningún medio informó, silencio institucional y silencio mediático», se leía. El comunicado exigía: «El Estado tiene que responder». El INAU no tardó en publicar su versión de los hechos, que algunos medios reprodujeron en sus portales.

En el documento, el directorio del instituto cuestionó si «este tipo de situaciones» deberían ser «comunicadas masivamente a la opinión pública, causando más dolor en las personas allegadas a la víctima». Además, destacó que el adolescente tenía 15 años y no 14, como circuló en un principio. En segundo lugar, afirmó que Thiago «se encontraba autorizado a vivir en el contexto de una familia con una referente afectiva que había sido positivamente valorada por dos equipos técnicos de diferentes instituciones». También expresó: «Apenas se tomó conocimiento de la situación, desde el INAU se tomó contacto con la referente con la que dicho adolescente se encontraba viviendo. Se acudió a su domicilio acompañando la situación hasta la llegada del Instituto Técnico Forense; se comunicó lo ocurrido a los proyectos educativos a los que el adolescente estaba vinculado, y se acompañó el sepelio de la víctima».

Según supo el semanario, la investigación sobre la muerte del joven está en la órbita de la fiscal de Adolescentes de tercer turno, Sylvia Lovesio. La autopsia ya fue realizada y, según informaron a Brecha desde la fiscalía, «la causa de muerte es muy clara»; sin embargo, evitaron especificarla.

No es la primera vez que los adolescentes de Malvín Norte sufren pérdidas como las de Thiago. En los muros del barrio se pueden leer pintadas como «Thiago por siempre» y «Thiago 3/6/2025» y «Solo muere quien se olvida». El amigo que encontró el cuerpo, que también está vinculado al CBE, fue internado este miércoles en la clínica psiquiátrica Api Los Robles, institución que atiende a niños, niñas y adolescentes vinculados al INAU que por diversas razones se descompensan o sufren crisis en los centros del instituto.

  1. Centro donde, según denunció el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura en 2023, la vida de los adolescentes y de los trabajadores corría peligro por las condiciones inhumanas (véase «La política del abandono», Brecha, 18-VIII-23). ↩︎

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