La expresión coming of age refiere a un género cinematográfico en sí mismo, el cual ha dado últimamente un sinfín de grandes películas, como la argentina Juana a los 12, la ecuatoriana Alba y las estadounidenses Eighth Grade y Mid 90s. Se trata de aproximaciones a adolescentes en pleno desarrollo, en las cuales se presentan universos personales e íntimos con conflictos más o menos agudos que muestran los escollos que inciden en los comportamientos de los personajes, así como en su formación psicológica y moral.
Esta película1 no escapa al género, pero la aproximación es sobresaliente y sumamente atípica: tiempos dilatados y una lograda fotografía, a cargo de Edu Rabin, exhiben de cerca a la notable actriz Brídia Moni, que interpreta a Amanda, una muchacha que alterna su tiempo entre sus entrenamientos de natación, su grupo de amigos y su familia. La austeridad del cuadro, la inescrutabilidad y la extrema introversión de la protagonista, así como las bellísimas escenas acuáticas, subrayan una autoría singular. Con notable sutileza, en una cotidianidad en la que parece no suceder nada, son volcadas pequeñas pistas e indicios de lo que acontece por detrás. Más allá de las apariencias, puede intuirse que una inmensa revolución tiene lugar en el fuero interno de la protagonista.
Quizá como una forma de rebeldía, Amanda busca decepcionar: la natación competitiva, que otrora pudo haber sido su pasión, ya no parece seducirla, y comienza a ver con cierta postura crítica el rígido sistema de reglas para el entrenamiento, encarnado en el personaje de su entrenador. Él mismo lo había dicho al comienzo de la película: con los cambios físicos de la pubertad, muchos adolescentes pierden su interés y las ganas de competir, y se predisponen ante el deporte de forma diferente. Pero Amanda va más allá: necesita decepcionar para ser vista (y verse) como una persona independiente, ajena a las imposiciones de los adultos. De esta forma, busca escapar del aniñamiento que vuelca su padre en ella –quien aún le compra ropa con diseños infantiles–, de la expectativa de convertirse en una “señorita”, según los parámetros de su madre –quien parece empeñada en lograr una “complicidad” juvenil con ella–, y se rebela contra el éxito esperado por su entrenador –incluso asumiendo como propias faltas ajenas–. Pero, si bien el eje pulsional de Amanda parece orientado hacia su despertar sexual y a un nuevo mundo ajeno al deporte, permanece en ella una competitividad enfermiza, que pasa a ser volcada en otros aspectos de su vida.
Raia 4 es de esas películas que parecen destinadas a la marginalidad y la incomprensión. El director y guionista debutante Emiliano Cunha apostó a un enigma que es construido a lo largo de todo el relato y que permanece abierto una vez terminado el metraje. También a una austeridad que remite al maestro Robert Bresson (y particularmente a su última película, El dinero). Tales elementos mueven a una ambigüedad constante y alejan este material de las certezas aceptadas por el gran público. Ojalá a Cunha se le reconozca su gran talento y pueda mantenerse fiel, como creador, a un cine tan excepcional.
1. Raia 4. Brasil, Emiliano Cunha, 2019.