El relato de los hechos huele a rancio. Hace por lo menos 20 años que gira esta calesita de denuncias de torturas y prácticas sistemáticas de violencia en el sistema de privación de libertad de los jóvenes infractores, y la negación –también sistemática– del sindicato de trabajadores del Inau, que cierra filas para amparar a los torturadores y acusar a los denunciantes. Era previsible que ante la postura adoptada por la actual presidenta del Sirpa, Gabriela Fulco, de no admitir el maltrato, el sindicato le declarara la guerra. Lo que no era previsible era la aparición de este video que termina por despejarles muchas dudas a los incrédulos. Otros todavía, convenientemente, seguirán dudando.
En la historia reciente el sistema ha cambiado muchas veces de nombre y de directores, pero las peores prácticas sobreviven en la oscuridad sórdida de los centros de detención que paradójicamente se llaman “hogares”. Los distintos gerentes que actuaron en los últimos años, con estilos y estrategias diferentes han intentado revertir la tradición de abusos, corrupción y violación sistemática de los derechos humanos, pero fracasaron con todo éxito. Así pasaron Carlos Uriarte, el padre Mateo, Jorge Juroff, Rolando Arbezún, por nombrar sólo algunos de los que asumieron durante los gobiernos frenteamplistas. Unos se retiraron calladitos, otros sentenciaron abiertamente a la institución: está enferma y alberga todo tipo de canalladas. Para investigar más adelante está el caso de Ruben Villaverde, que quién sabe a qué precio consiguió el cero en las fugas y la desaparición en las noticias de los clásicos motines adolescentes. Indudablemente no hizo de-
saparecer la memoria más podrida del sistema, porque apenas asumió Fulco las fugas y los motines rebrotaron como hongos. ¿Será casual?
¿Y por qué se puede cronificar esta barbarie impune? Porque las lógicas que se enquistan en el encierro condicionan cualquier proyecto o propuesta socioeducativa o de rehabilitación. Amparados en que para casi todo el resto de la sociedad –el sistema político incluido– lo único que importa respecto de los jóvenes infractores es que estén encerrados, se han atrincherado en los puestos de poder varios funcionarios –según una fuente consultada: “casi todos golpeadores, con varias denuncias y sumarios, y muchos tienen antecedentes penales”– que manejan las direcciones de los distintos centros e integran los tribunales que eligen al personal, escogiendo siempre gente “del palo”. Así, según la fuente, “hay complicidades en las fugas, hay núcleos mafiosos de protección y de silencio” donde abundan las mentiras, que pueden ser “por complicidad o por miedo”. Así, “hay deslealtades permanentes, y si no estás en la rosca te aíslan, te dejan solo y no resistís”. Ese corporativismo mafioso se resiste obviamente a la existencia de protocolos de actuación –aunque públicamente los reclamen–, privilegia la lógica del menor esfuerzo y expulsa a los funcionarios que llegan al sistema con la idea de poner a los internos en el centro de su atención. Esta “rosca” es cobijada por la discrecionalidad y cierta desidia de las autoridades: no hay una presencia institucional en la regulación de las prácticas cotidianas del sistema, y el bajo nivel de formación de los funcionarios hace que muchas veces intenten solucionar las situaciones conflictivas de forma doméstica: me-pegás-te-pego-más. En ese marco prima la manera de hacer de los funcionarios “experimentados” y el respaldo del sindicato que con elocuencia se expresa en un reciente comunicado de antología: “El Suinau impone respeto, les guste o no les guste al poder de turno, siempre fuimos iguales, siempre defendimos a los compañeros a ultranza”.
Pero defender los derechos humanos de los adolescentes encerrados no paga ni un voto. Por eso el sistema político mira vergonzantemente para el costado un segundo después de hacer declaraciones rimbombantes y garantistas. Y a la hora de actuar, los únicos que están son los “brazos gordos” haciendo lo que saben hacer, a sus anchas. Así, como dijo un viejo militante del Suinau, “aunque pongas al papa Francisco a dirigir la cosa, va a fracasar, el problema es la privación de libertad y no ensayar ninguna otra opción”.