La trabazón - Semanario Brecha

La trabazón

La idea de tumba de los cracks se cierne sobre la Colonia Berro. Casi nada de lo que se ha intentado hacer en esta administración ha dado resultados sostenidos y la pregunta sobre la propuesta educativa para los menores infractores sigue sin contestarse. En entrevista con Brecha, el padre Mateo explica los motivos de esa “trabazón”.

Foto: Archivo Brecha

—Usted asumió el cargo con una idea y un montón de planes, y en poco tiempo dijo “esto no se puede hacer” y renunció. ¿Qué fue lo que encontró?

—La idea nuestra, conociendo mucho de afuera el tema, era la humanización del sistema. Pero todo lo que tiene que ver con la humanización habla de derechos y obligaciones. Yo tengo derechos, pero también obligaciones, tanto lo digo para el trabajador como para los adolescentes. Convocamos a los directores para escuchar cómo venían trabajando esto de derechos y obligaciones, y cómo venían trabajando el tema de los proyectos. Imposible trabajar con adolescentes sin tener proyectos o propuestas armadas, programadas, evaluadas y ajustadas. Las primeras reuniones eran con demandas y planteos desde las direcciones, pero después se fue entendiendo que si construíamos proyectos educativos, el trabajo iba a ser siempre mejor. Había trabajadores, educadores y técnicos interesados en participar en el armado de proyectos educativos, y otra gente que esperaba que nosotros lleváramos un proyecto para que se cumpliera. La propuesta nuestra siempre fue: armemos proyectos. No corresponde imponer, corresponde que la gente que ya venía trabajando participara.

—¿No había ningún proyecto, no había nada en marcha?

—Nos encontramos con una batería bien diversa de propuestas, de proyectos que se venían trabajando desde hacía un tiempo y era lo que estaba más armadito en ese momento. En algunos hogares encontramos unas líneas, en otros varias programaciones, no proyectos, y en otros las ganas de comenzar a construir. A partir de ahí comenzamos el trabajo. Lo primero fue eso, un acercamiento a la realidad con los directores, y después el director de la Berro fue tomando más contacto con los educadores, con los técnicos, para ver qué disponibilidad o qué disposición de ánimo había para acompañar esta propuesta que estábamos comenzando.

—¿Y con qué se encontraron en esa segunda instancia?

—Había de todo, gente que estaba comprometida en llevar adelante la propuesta, gente a la que le había gustado la idea, otra gente que miraba con cierta desconfianza, y otra gente con un cierto escepticismo que decía “esto acá no puede funcionar”. Hubo alguien que llegó a decir “yo soy el proyecto”. Fuimos viendo esta disparidad de motivaciones, como también hay disparidad de perfiles, de formación, de intereses y también en la manera como se encara la relación con el adolescente. Este es uno de los elementos más complejos, porque toda institución debe presentarle a quien entra a trabajar, cuál es el proyecto, cuál es la propuesta. Si no la hay, surge el ¿qué entro a hacer acá?, ¿cuál es mi rol?, ¿cuál es la tarea que tengo que hacer como educador, como técnico, como funcionario? No se trata de aguanto o trato de dejar pasar las 12 horas… La institución no tenía una propuesta educativa para los adolescentes en conflicto con la ley. En algún momento dijimos que no era una cuestión solamente del inau sino una cuestión de Estado. El Estado tiene que saber qué está haciendo con esos adolescentes. Como institución tengo que saberle decir: “Tú vas a estar tres meses, vas a estar seis, este es el currículo que vas a recorrer, y te vamos a acompañar a hacerlo, no te vamos a dejar que hagas lo que tú quieras”.

—La idea generalizada parece ser que el adolescente que comete un delito va y cumple con un castigo. Ha sido cuestionado el rol del inau en ese sentido, en términos de generar conciencia en el joven del delito que cometió, y generar el mecanismo para que reconsidere lo que ha hecho. Sin ese trabajo, los hogares parecen un depósito donde se cumple un castigo.

—El adolescente tiene que reconocer que se equivocó, y a partir de la equivocación tiene que comenzar su camino. Y eso no está claro en la institución: estás en penitencia, estás castigado; no viniste a un hotel cinco estrellas. Y trabajar en la propia conciencia de los padres, porque les cuesta aceptar la realidad de su hijo para acompañarlo y decirle: “Tú estás aquí porque cometiste un error, te equivocaste, te vamos a acompañar para que tomes conciencia y a partir de ahí te acompañaremos para que te puedas reintegrar a la vida de familia, a la vida del barrio, a la vida de la comunidad, acompañarte para que despegues y armes un proyecto con tu vida”.

—¿Pero la cuestión no es más compleja? Por ejemplo esto que sucedió la semana pasada, que terminaron procesando a dos familiares en un motín. Muchas veces no hay una familia armada, estructurada, o que incluso acepte que su hijo realmente se equivocó. Hay una identidad generada en los códigos al margen de la ley. ¿El Estado puede influir en esa realidad?

—Esa es la tarea del Estado. Si no me lo devuelven mejor que cuando lo llevaron, ¿en qué consiste la tarea? Es una tarea educativa, es una tarea de recuperación de valores. Nosotros siempre apuntábamos a trabajar sobre lo sano del adolescente. Rescatar aquello en que nos podemos apoyar para empezar juntos a hacer ese camino de recuperación. Me niego a creer que el adolescente es malo, todo malo. Cuando el adolescente descubre lo bueno que tiene él mismo, se entra a valorar. Pero si yo no trabajo sobre ese espacio de lo sano, no puedo esperar un cambio de actitud. Durante el tiempo en que el adolescente está en la institución tengo que tener esa cercanía y ese acompañamiento con la familia. Es imposible trabajar sólo con el adolescente. ¿Qué ganamos con trabajar con él durante tres meses y se lo devolvemos a la familia, una familia que tiene la problemática que tiene? El papá puede estar preso, la mamá también y los hermanos también. ¿Cómo hago con ese adolescente cuando vuelva a su familia, que no está? Insistíamos en que es imposible que haya rehabilitación si no se integra la familia, la comunidad de donde viene. Para eso tiene que haber un proceso, un acompañamiento, un seguimiento, tiene que haber un recuperar los elementos positivos. Hay gente que dice “hay adolescentes que son irrecuperables”. ¿De dónde sacás tú que son irrecuperables? ¿Porque tiene tres asesinatos o tres violaciones ya está, lo archivamos con la etiqueta de “irrecuperable”?, ¿hay que tenerlo encerrarlo hasta que cumpla la pena y se vaya? Y después pasará a mayor y después no se sabe qué. Así estamos generando un pronóstico nefasto sobre la vida de estos adolescentes.

—¿Estamos a años luz de ese acompañamiento social más integral?

—Mientras sigamos manteniendo las cosas como están y no hagamos un corte transversal y profundo, sí. A los infractores tengo que sacarlos de la institución. Hay que armar otra cosa. Y para armar otra cosa yo necesito todo nuevo: trabajadores nuevos, técnicos nuevos, edificios nuevos, propuestas nuevas. No puedo seguir repitiendo más de lo mismo. El resultado está claro: no da, no puedo seguir insistiendo. ¿Por qué seguir insistiendo en determinadas prácticas, en determinadas propuestas, si no sirven? ¿A quién le sirve que esto funcione así?

—¿Usted se contestó esa pregunta? ¿La realidad le contestó esa pregunta?

—Hay una especie de trabazón en esto, una cierta inmovilidad. Quizás la misma propuesta llevada por un laico y no por un cura hubiera funcionado mejor, habría habido más apoyo, o mucha gente se habría arrimado más para apoyar la propuesta.

—Pero había un laico antes –Carlos Uriarte–, y también fracasó. Por eso la pregunta: ¿a quién le sirve el fracaso de las propuestas de apertura? Las trabas parecen premeditadas. ¿Cuáles son las resistencias concretas que usted percibió?

—No teníamos resistencias con el portero ni con el personal de limpieza. Teníamos dificultad más arriba. Teníamos dificultades donde se corta y se reparte el bacalao, ahí y un poco más abajo. Hay alianzas, y si hay alianzas…

—¿Alianzas de qué tipo?

—Político, sindical, de poderes, hay mucho poder, mucha ambición por el poder. Cada uno hace sentir su poder a partir de donde está. No lo tenemos con exactitud, pero más del 50, 60 por ciento del tiempo que utilizamos durante los seis meses fue con adultos –no con los adolescentes–, tratando de solucionar conflictos, problemas, dificultades, traslados. El adulto siempre estaba dificultando el proceso. Hay como una mala intención ahí. Dije alguna vez que la institución está enferma, esos son signos de enfermedad. Porque muchas veces se dice que entraron 200, 300 funcionarios nuevos; ¿alguna vez entrevistaron a los funcionarios nuevos y les preguntaron qué había pasado con ellos en su gestión de querer innovar, cambiar y hacer propuestas nuevas? Los mandan y se acabó. Y después entrás en la rosca donde entrás, y si no entrás te expulsan o te hacen la vida imposible. Hay una perversidad en la propuesta, hay esa cosa dañina que no permite que determinadas cosas se puedan hacer. La pregunta es si, en todo lo que se programa y se proyecta, el adolescente es el centro. Cuando hay una continua dificultad para trabajar con los técnicos, permanente y sistemática, no se puede. Nos preguntábamos ¿qué hace esta gente acá?, ¿por qué está acá? Cuando precisábamos los informes para llevarlos al juez, no estaban. Más de una vez un juez dijo: “¿Y dónde están los informes?”. Llegaron a decir que los informes eran un cliché en los expedientes de los chiquilines. Les cambiaban la fecha y el nombre. No lo dije yo, lo dijeron los jueces. Hay un corporativismo impresionante. Las dificultades, las discusiones que tuvimos con los técnicos; algunas cosas son impublicables, por esa agresividad que había, una especie de amargura, una especie de bronca interior, que uno decía “esta gente no puede estar acá adentro”. Están trabajando con adolescentes.

—¿Trabajan sin creer, sin esperanza, o era una resistencia a la propuesta?

—Nada, un derrotismo, un pesimismo. Había gente que apostaba a otra cosa, al encuentro, a la charla con los chiquilines, a la visita de la familia, pero se contaba con los dedos de una mano.

—Se dice que los funcionarios que perduran son los que se mimetizan; y los otros, los que vienen con otro ímpetu, se van o son “expulsados”.

—Se presentan a otros concursos para irse cuanto antes, o dando parte médico. Hay partes médicos por toneladas.

—Y ahí hay un ida y vuelta complejo, porque los chiquilines no son ingenuos, y construyen alianzas, pactos de silencio con quienes les exigen menos y les dan algunas prebendas… pero también está el miedo y los famosos “códigos”.

—Volvemos a la enfermedad y a la perversidad del sistema. No puedo trabajar veinte años en una propuesta así, ni diez años; a los cinco años me tengo que ir. Y digo cinco años como exageración, porque se va enfermando el adulto y enferma la relación, enferma el vínculo, enferma el ambiente, y estamos trabajando con personas enfermas. Si vos estás trabajando con personas enfermas es imposible que puedas recuperar a alguien. ¿Es el adolescente el irrecuperable, o somos nosotros los mediocres que no supimos darle una respuesta a su situación y no supimos acompañar, que no lo supimos entusiasmar con algo? Se está trabajando con un sistema pedagógico de otra época, el sistema educativo que se trata de implantar es repetir lo que se ha venido haciendo, con los resultados que ya sabemos. Hay algunos hogares de la Berro –que son hogares, no son centros de contención– que han hecho una propuesta diferente, de mayor integración, de mayor participación, donde el adolescente siente que aquello forma parte de un proyecto.

—¿Por ejemplo?

—La gente del Ituzaingó, de Cerrito, del Hornero, que son hogares abiertos. Están los otros de contención que son más duros, más exigentes, pero la cuestión no pasa por la dureza y por la exigencia, pasa por que el adolescente entienda que tiene que estar ahí, y que ahí hay una propuesta que lo va a acompañar durante ese tiempo hasta que salga. Es probable que vuelva, ¿por qué vuelve? ¿Qué falló en esos tres meses que la institución no pudo hacer? ¿No acompañó lo suficiente a la familia? ¿No fue al barrio y recorrió? Hay gente que dice “no vamos porque es peligroso donde vive”. Si tú no podés hacer el trabajo, da un paso al costado y que lo haga otro. Por profesionalidad, por honestidad con tu profesión. Yo no me puedo quedar en casa cuando sé que tengo que salir y visitar a la familia, llevar la planillita, tomar datos, sentarme a hablar con la familia de cuál es la realidad. Hay una especie de despreocupación. En enero no había ni un psiquiatra, estaban todos de licencia. La preocupación es la conciencia de que hay que rehabilitarlos, y sentir alegría por las recuperaciones que los gurises van teniendo, cuando ves que van cambiando de actitud. Y para eso hay que ocuparles la cabeza. Pero yo no le ocupo la cabeza una hora y media por semana con un taller para entretenerlo. Tengo que pensar que este gurí cuando se vaya se tiene que llevar algo con que ganarse la vida, un hábito, algo. Lo conversaba con la gente de utu, que estaba dispuesta a plantear talleres. Acá los talleres tienen que durar de dos horas y media a cuatro horas diarias de lunes a viernes. No queríamos engañar ni a los gurises ni a la familia ni a la población, diciendo “tienen taller de herrería” una vez por semana una hora y media. El mismo chiquilín se da cuenta de que no estamos haciendo las cosas prolijas, que puede hacer cualquier cosa y está todo bien.

—Y si da lo mismo, lo que quieren es irse de ahí…

—Las 24 horas pensando cómo hacer para salir. Porque si uno no les da otras cosas… había problemas para que salieran a hacer deportes porque podían fugarse, había problemas para ir a la escuela porque quedaba en la otra punta y no hay locomoción, no pueden ir… Conseguimos un ómnibus para el traslado interno…

—Y ahí aparece la dificultad con el sindicato que exige dos trabajadores de contención por cada adolescente fuera de la reja…

—Si tenés la propuesta armada no hay necesidad de esa cuasi persecución, porque el gurí se siente perseguido y el adulto se siente perseguido por los comportamientos de los chiquilines. Si un chiquilín te quiere golpear, preguntate por qué te quiere golpear, ¿es malo o vos en algún momento tuviste una confrontación con él y te prevaleciste de la autoridad? No es que el adolescente siempre es el malo y el perverso, el adulto también juega su parte. No es que el gurí es irrecuperable, es que el adulto que ya está irrecuperable, le tiene que dejar el lugar a otro.

—El senador Fernández Huidobro dijo el otro día que había mafias actuando dentro de la Colonia y que ya se probó cambiar a los directores y los gerentes y nada funciona. Se preguntaba si no sería hora de cambiar el plantel de funcionarios. ¿Usted coincide con eso?

—Totalmente, no hay vuelta. Ponen a los nuevos entreverados con los demás y pasa lo que pasó hasta ahora. Probemos a hacer algo nuevo, una experiencia nueva. Y hay que poner gente que tenga experiencia en trabajar con menores. No poner un chiquilín de 22 años que por primera vez va a ver a un infractor cara a cara.

—¿Se termina mimetizando?

—O termina transando con el gurí, porque no puede. Hay que llevar gente que viene con experiencia de trabajo con adolescentes en barrios, que viene fogueada. Gente que tiene cierto aplomo, que sabe pararse delante de un gurí y administrar situaciones difíciles. Cuando se desborda un adolescente los funcionarios muchas veces no saben qué hacer con él. Tienen que venir tres o cuatro para reducirlo.

—Y de hecho le están dando un empoderamiento impresionante.

—Imaginate: cuatro para mí solo.

—¿Qué haríamos si nos juntamos cinco?

—Ahí viene el motín.

—¿Cuáles son los mecanismos que operan en los motines? La ministra Arismendi dijo el otro día que eran demasiadas casualidades, que cada vez que se hablaba de cambiar algo en la Berro empezaban a surgir motines. ¿Hay algún resorte así, tan mecánico?

—Hay adolescentes motineros y hay trabajadores motineros. Y a veces el propio funcionario, a través del comportamiento que tiene con el adolescente, genera un conflicto. ¿Será premeditado? No sé. Pero si yo insistentemente tengo una relación conflictiva contigo, por lógica va a terminar en un desborde. ¿Y quién generó el desborde? ¿Es el trabajador, consciente o inconscientemente, en su relación con el adolescente? ¿O el adolescente que se siente tratado como un perro, “ladrando” toda la mañana o toda la noche para ir al baño y les dicen que no hay funcionarios para sacarlos y terminan haciendo sus necesidades en una botella o en una bolsa? ¿Ese adolescente va a tener la capacidad suficiente como para decir: “No, está bien, estos pobres tienen miedo de nosotros; está bien, nos vamos a quedar quietos”? No, no hace ese proceso. Ni el adulto lo hace frente a la demanda del adolescente: “Ah, pobres gurises, vamos a acompañarlos y los sacamos de ahí adentro”. Ese tipo de cosas es lo que hace que todo lo que vas proponiendo se vaya cayendo, se cae, no se sostiene, porque no es el proyecto educativo lo que lo sostiene, son personas que manejan el sistema interno a partir de eso. Y donde vos les compliques demasiado la cosa, te pegan un faltazo y te dejan con todo. Y los que vienen, si dan, dan, y si no, trabajan dos, ¿y quién abre las celdas con dos funcionarios? Los gurises están contenidos adentro de tal manera que, sea quien sea, aprovechan el momento. Esas son las cosas que hacen que esto no se destrabe, que esto esté como detenido en un círculo vicioso.

—Hubo una declaración hace poco de un dirigente sindical de la Berro, que sostiene que el Partido Comunista boicoteó su gestión. ¿A usted le consta eso?

—No tengo elementos para sostener esa afirmación. Yo puedo decir que me parece que aquello se maneja política y gremialmente… y no digo solamente los grupos de izquierda, también los otros grupos que también los hay y son muy fuertes. Entonces la pregunta es: ¿es un solo lugar, o una cuestión de tuya y mía, tuya y mía, y en el medio están los gurises? ¿Quién hace sentir más el poderío gremial o el poderío político? Si la cosa está manejada de esa manera, pobre adolescente. Si se trata de poderes y quién hace sentir más las influencias y el poderío, ¿qué hacemos con el gurí ahí? Todos están comiendo y cobrando un sueldo gracias al adolescente, y no lo cuidan ni siquiera para no perder el trabajo. Aunque es muy difícil que lo pierdan.

—¿Cuál es la salida?

—Hogares nuevos, funcionarios nuevos, centro terapéutico, comunidad terapéutica, y un centro de contención en serio. Lo otro es que la diversidad de perfiles de los adolescentes tiene que estar contemplada, cada centro tiene que tener un perfil de trabajo para adolescentes, yo no puedo mezclar todo, ni por el consumidor de drogas ni por el psiquiátrico.

—¿Volvería a aceptar el cargo?

—No, así no. Ni pensarlo, no, no. Yo le agradezco al presidente, que tuvo la confianza y se jugó por esto, pero una cosa es cuando uno mira de afuera, y otra cosa es cuando estás adentro. Allí llegás a entender esta trabazón. Conseguir un repuesto para un tractor que hacía dos años que estaba descompuesto nos llevó cuatro meses. No seas malo. Supuestamente quien lo usó una vez lo rompió, y ahí quedó. Hay demasiada maldad, hay gente ahí que no tiene que estar. Creo que está faltando pensar en los gurises en la concreta; en el discurso capaz que se dicen muchas cosas, pero cuando tenés que jugártela por el gurí…

Artículos relacionados