El 13 de setiembre de 1993, el primer ministro israelí, Isaac Rabin, y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, se estrechaban la mano ante un eufórico Bill Clinton en el jardín de la Casa Blanca. La imagen de ese apretón de manos se convirtió en una de las más famosas de todos los tiempos, y representa uno de los momentos decisivos de la historia palestina reciente. Ese día se firmó la Declaración de Principios, o el Acuerdo de Oslo I (también conocido como Oslo I), dando el pistoletazo de salida al proceso de paz que debía culminar con la «paz» en la región y resolver el llamado «conflicto».
Este mes se cumplieron 30 años de ese acontecimiento. Y aunque las negociaciones sobre el estatuto definitivo de Palestina han fracasado repetidamente durante tres décadas, los Acuerdos de Oslo han seguido en vigor, creando sobre el terreno una situación singular para el pueblo palestino.
La Autoridad Nacional Palestina (ANP), que fue creada como gobierno provisional, se ha convertido en permanente, y sus dirigentes no han cambiado en 17 años. Tanto la ANP, dominada por Fatah en Cisjordania, como Hamás en Gaza se han convertido en regímenes autoritarios, lo que ha llevado a la mayor parte de la juventud palestina a afirmar que sus autoridades son «subcontratistas de la ocupación israelí».
Por su parte, Israel ejerce un control más estricto que nunca sobre la vida y la tierra palestinas, con Gaza sometida a un férreo bloqueo y Cisjordania dividida en pequeños cantones. Cada año que pasa el régimen israelí se vuelve cada vez más derechista, batiendo sus propios récords de violencia contra las comunidades palestinas y de construcción de colonias ilegales en lo más profundo de Cisjordania y Jerusalén ocupadas.
Decir que la realidad sobre el terreno es desesperante sería quedarse corto. Y muchos jóvenes palestinos, que crecieron a la sombra de los acuerdos y de todas sus falsas promesas, culpan a «Oslo» (como se les llama localmente a los acuerdos) por la situación en la que se encuentran hoy.
PREPARANDO EL TERRENO
Antes de aquel fatídico día de 1993 en el jardín de la Casa Blanca, pasaban muchas cosas tanto dentro como fuera de Palestina. Entre 1987 y 1993, las calles palestinas estaban convulsionadas; habían pasado dos décadas desde que Israel ocupara Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, y la gente estaba harta. La primera intifada o levantamiento palestino tomó a Israel y al mundo por sorpresa: una campaña de desobediencia civil masiva arrasó el país y desembocó en años de protestas, con la consiguiente y brutal represión israelí.
A pesar de la violencia que asolaba las calles palestinas, la gente albergaba la esperanza de que enfrentando a la ocupación podrían cambiar su realidad. Entonces, en otoño de 1991, el mundo se reunió en Madrid para una «conferencia de paz»; patrocinada por Estados Unidos y la Unión Soviética, era la primera vez que Israel y los palestinos iban a entablar negociaciones directas.
Pero la OLP, reconocida internacionalmente como representante del pueblo palestino, operaba en el exilio desde Túnez y se le prohibió asistir a la conferencia. En su lugar, se encargó a una delegación conjunta jordano-palestina que representara al pueblo palestino.
Hanan Ashrawi fue una de las asesoras de la delegación. «Fuimos con un sentido de misión, de que estábamos representando a un pueblo que tiene dignidad, que tiene derechos, que tiene coraje, que ha desafiado esta ocupación militar. Íbamos a presentarnos al mundo, e íbamos a obtener nuestros derechos», dijo Ashrawi a Mondoweiss al reflexionar sobre el momento histórico que la lanzó a la escena mundial. «Fue un período, aunque de corta duración, de esperanza, optimismo y confianza, quizá de ingenuidad, si se quiere», añadió.
La conferencia de Madrid sentó las bases para años de negociaciones de paz facilitadas por Washington y Moscú. A pesar de sus defectos, quienes participaron en la conferencia de Madrid, como Ashrawi, parecían esperanzados de que las negociaciones pudieran conducir realmente a alguna parte. «Y cuando volvimos, la gente creía que podríamos lograr la liberación mediante un proceso político; pero después esas esperanzas se desvanecieron por completo.»
NEGOCIACIONES A PUERTA CERRADA
En los meses posteriores a la conferencia de Madrid, mientras en el escenario mundial se celebraban negociaciones públicas, otro tipo de negociaciones tenían lugar a puerta cerrada entre dos socios inverosímiles: en Oslo, Israel y la OLP entablaron conversaciones que desembocaron en una conciliación sin precedentes. La OLP, una organización de liberación armada, reconoció el Estado de Israel y su «derecho a existir en paz y seguridad». A cambio, Israel reconoció a la OLP como «representante del pueblo palestino», sin llegar a reconocer realmente su derecho a la soberanía.
Tras meses de negociaciones secretas, Rabin y Arafat se dieron la mano en setiembre de 1993, tras la firma de los primeros Acuerdos de Oslo. La decisión conmocionó a muchos palestinos y palestinas, incluyendo a quienes llevaban años participando en negociaciones públicas y que, al parecer, desconocían el acuerdo secreto que se estaba materializando entre bastidores. «La firma de la Declaración de Principios fue una verdadera decepción», dijo Ashrawi a Mondoweiss. «No me molestó ni me perturbó que hubiera conversaciones a puerta cerrada de las que no formáramos parte ni que se firmara a nuestras espaldas. Dije abiertamente que no me importaba quién lo firmara o quién lo negociara. Me importa lo que hay en él, lo que hay en el acuerdo.»
Cuando Ashrawi leyó el acuerdo, dijo que estaba «extremadamente decepcionada» y preocupada por lo que describió como «defectos incorporados» que creía que acabarían volviéndose en contra de los intereses palestinos. «Porque [los acuerdos] no cuestionaban la realidad de la ocupación ni abordaban las cuestiones fundamentales, las causas del conflicto en sí. Se excluyó la totalidad de la experiencia palestina. Se mantuvo la fragmentación, se mantuvo el enfoque por fases, se mantuvo el control efectivo israelí sobre el terreno, y todas las cuestiones aplazadas no tenían garantías ni supervisión.»
Yara Hawari, analista política del think tank palestino Al-Shabaka, afirmó que los Acuerdos de Oslo «siempre estuvieron preparados para fracasar». «[Se crearon] para que el pueblo palestino saliera perdiendo en lo que supuestamente eran negociaciones de paz, y tres décadas después hemos visto que en realidad han significado una capitulación total.»
¿QUÉ DECÍAN LOS ACUERDOS?
Los Acuerdos de Oslo fueron una serie de documentos firmados entre 1993 y 1995 que sentaron las bases de un supuesto proceso de paz que, a lo largo de cinco años, debía culminar en un tratado de paz que pusiera fin al «conflicto» palestino-israelí. ¿Qué decían exactamente esos acuerdos? ¿Y por qué fueron tan controvertidos?
«Al pueblo palestino se le dijo que sería un proceso de paz y que, durante un período de transición, le conduciría hacia una eventual condición de Estado. Y se diseñó como un proceso por fases, de modo que en cada etapa se le iría concediendo más soberanía», dijo Hawari. «Pero, en realidad, lo que vimos fue que Cisjordania fue totalmente dividida en bantustanes;1 la Franja de Gaza y Cisjordania fueron totalmente separadas entre sí; la dirigencia palestina fue convertida en un órgano con funciones de servicio, y se privó al pueblo palestino de una autonomía plena.»
Aunque trazaban acuerdos económicos y de seguridad y la creación de una ANP provisional con una autonomía limitada en Cisjordania y Gaza, los acuerdos nunca llegaron a abordar ninguna de las cuestiones fundamentales que determinan la vida y la lucha palestinas: las fronteras de su futuro Estado, el retiro de las colonias ilegales israelíes de Cisjordania, el regreso de la población palestina refugiada a sus hogares y el estatuto de Jerusalén como su futura capital. Nunca hubo realmente intención de aceptar ningún tipo de soberanía o autodeterminación para el pueblo palestino.
LAS CONSECUENCIAS
En los años posteriores a la firma de la Declaración de Principios, la nueva ANP se puso en marcha, formó su gobierno provisional y dio la bienvenida a cientos de compatriotas que vivían en el exilio. Pero en 1999, cuando finalizó el período provisional de cinco años previsto en los acuerdos, poco se había logrado en cuanto a las negociaciones sobre el estatuto definitivo del país. Israel no había cumplido su promesa de retirarse totalmente de zonas de Cisjordania y Gaza y, a pesar de sus promesas de hacer un alto, seguía construyendo más y más colonias exclusivamente judías sobre tierras palestinas.
Y en 2000, incitada por la incendiaria visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, estalló la segunda intifada. El Ejército israelí reocupó toda Cisjordania, y los años siguientes estuvieron marcados por detenciones, asesinatos masivos y la construcción de un muro ilegal que separó a familias y comunidades y anexionó más tierras palestinas. Los restos que pudieran quedar del proceso de paz se desvanecieron.
LAS COLONIAS Y LA CONTRACCIÓN DEL ESPACIO
En medio de la segunda intifada, los intentos de Estados Unidos de reactivar el proceso de paz con la cumbre de Camp David en 2000 resultaron inútiles. Sin embargo, aunque el proceso de paz estaba muerto, el marco establecido por los Acuerdos de Oslo siguió vigente. Eso significó que se mantuviera el gobierno palestino que debía ser temporal, pero sin un Estado independiente al que gobernar. Mediante la fuerza militar, Israel siguió controlando las fronteras, los recursos naturales palestinos y, de hecho, las vidas de millones de personas.
«La promesa clave de Oslo era el Estado palestino, y sabemos que obviamente no se ha logrado», dijo Hawari a Mondoweiss. «En su lugar, lo que vemos son estos pequeños nichos de falsa autonomía en Cisjordania. También se hicieron muchas otras promesas relacionadas con la economía, con el control de los recursos, y en realidad ninguna de ellas se ha cumplido. El único que ha salido ganando con los acuerdos es el régimen israelí, que ahora controla Cisjordania en su totalidad, mantiene a Gaza bloqueada y básicamente ha saqueado todos los recursos palestinos. Y esto se estableció en los Acuerdos de Oslo.»
En los años que siguieron a la firma de los acuerdos, la población palestina fue testigo de cómo sus espacios se reducían rápidamente a medida que Israel avanzaba en la construcción de vastos asentamientos coloniales en lo más profundo de Cisjordania y de Jerusalén ocupadas. Entre la firma de los acuerdos y el estallido de la primera intifada, el número de colonos israelíes en Cisjordania aumentó casi un 100 por ciento.
En 2000, la población colona en Cisjordania era de poco más de 190 mil personas. Hoy hay más de 500 mil colonos ilegales asentados en el territorio palestino, en violación del derecho internacional. Incluyendo a la que vive ilegalmente en Jerusalén Este, la población colona en los territorios palestinos ocupados ha superado las 700 mil personas.
Debido a la fragmentación territorial establecida en los Acuerdos de Oslo, la ANP y sus fuerzas de seguridad solo tienen jurisdicción sobre el 18 por ciento de Cisjordania, lo que significa que, ante un ataque de los colonos, la gran mayoría de la población civil palestina queda abandonada a su suerte.
UNA JUVENTUD DESILUSIONADA
Tras los Acuerdos de Oslo nació una nueva generación palestina que se conocería como la generación Oslo, y que creció marcada por las falsas promesas y la pérdida de la vida, la tierra y el poder de elegir su propio futuro. «Somos testigos a diario de cómo matan y detienen a nuestros familiares y amigos. Nos humillan en los controles militares cada vez que intentamos salir o entrar en nuestras ciudades o pueblos. Y vemos cómo expulsan a nuestra gente de sus tierras mientras se construyen cada vez más colonias en su lugar», declaró a Mondoweiss Zaid Amali, activista palestino de Ramala.
Al preguntarle qué pensaba de que los dirigentes palestinos e internacionales siguieran promoviendo la solución de los dos Estados y las «negociaciones de paz» en la escena mundial, Amali respondió: «Puede que les resulte más cómodo aferrarse a ese marco, pero es muy poco realista e ingenuo seguir aferrándose a él, porque Israel ha destruido sistemáticamente la solución de dos Estados. Y a nosotros también nos parece insultante e irrespetuoso seguir hablando de esto en teoría, cuando en realidad, sobre el terreno, lo que está ocurriendo es todo lo contrario».
En los 30 años transcurridos desde la firma de los primeros acuerdos, la ANP, que debía ser un gobierno provisional, se ha convertido en permanente. Y, sin embargo, en estas tres décadas solo se han celebrado elecciones dos veces. Todos los intentos de los últimos 16 años para celebrar elecciones o reanudar las conversaciones de reconciliación entre las facciones políticas rivales han sido malgastados. Los dirigentes de la ANP en Cisjordania y los de Hamás en Gaza han consolidado el poder en manos de unas pocas élites, al tiempo que han ido aumentando su autoritarismo, reprimiendo la disidencia, censurando a los medios de comunicación, encarcelando e incluso asesinando a disidentes.
«El sistema se ha convertido, en la actualidad, en algo bastante decepcionante», declaró Ashrawi a Mondoweiss. Sin dar nombres, continuó: «Terminaron preocupándose más por el poder, por el control que por el servicio. [Se volvieron] más preocupados por su propio interés, su influencia y los adornos del poder que por la idea de contribuir y servir al pueblo».
Al preguntarle cómo fue que se deterioraron las cosas para llegar a la situación actual, Ashrawi aludió a un «abuso de poder» generalizado. «Poco a poco se fueron reduciendo los espacios para las libertades y los derechos; en última instancia, ahora ni siquiera hay un Poder Legislativo. Incluso el Poder Judicial quedó subyugado al Ejecutivo. Y el Ejecutivo se concentró en manos de unos pocos; y así se ha distorsionado cualquier atisbo de la democracia que pudimos tener o intentamos establecer aun bajo la ocupación», afirmó. «No culpo a la ocupación de todo. Hay cosas bajo nuestro control de las que se ha abusado y que se han distorsionado.»
La concentración de poder en manos de figuras autoritarias, como el presidente Mahmud Abbas, ha hecho que toda una generación ronde o supere los 30 años sin haber participado nunca en una elección nacional. Zaid Amali, de 25 años, afirma que es una realidad extremadamente frustrante para los jóvenes palestinos como él. «Es frustrante porque deberíamos poder elegir nuestro propio gobierno de forma democrática», dijo. «Este gobierno debería reflejar nuestros intereses, atender las necesidades del pueblo palestino y representarnos de verdad. Pero en realidad está sirviendo a los intereses de unos pocos a expensas de la mayoría. Y si hablamos de la juventud, constituimos la mayoría de la población palestina. Así que para nosotros es muy frustrante ver que este gobierno no está trabajando realmente en nuestro interés. Por desgracia, a menudo lo hace en nuestra contra.»
Las encuestas de opinión pública de este año muestran que más de la mitad de la población cree que la existencia de la ANP sirve a los intereses de Israel, no a los del pueblo palestino.
«Se trata de una dirigencia que nos ha llevado a una situación en la que vivimos esencialmente en bantustanes y guetos, en Cisjordania, Gaza y la Palestina colonizada», afirmó Hawari. «Así que tenemos que reconocerlo, y ese es el trabajo interno en el que tenemos que enfocarnos. Para tener un futuro mejor, tenemos que analizar muy bien a nuestra dirigencia y reconsiderar cómo queremos que sea. ¿Queremos una dirigencia que capitule y colabore con nuestros opresores? ¿O queremos una dirigencia que sea revolucionaria y centre su narrativa en nuestra liberación?»
1. El término proviene de los territorios que el régimen racista de los años del apartheid asignó a la población negra de Sudáfrica, con el afán de concentrarla allí y quitarle sus últimos derechos políticos y civiles. Se trataba de pequeños enclaves inconexos entre sí a los que se adjudicó una autonomía ficticia con respecto al resto de Sudáfrica (N del E).
(Publicado originalmente en Mondoweiss. Traducción del inglés de María Landi. Titulación y selección de fragmentos a cargo de Brecha.)