La vigencia de la incorrección - Semanario Brecha
Beatriz Guido

La vigencia de la incorrección

En 2022 Beatriz Guido hubiera cumplido 100 años. Escritora y guionista, formó junto con Leopoldo Torre Nilsson una brillante pareja creativa, pero su importancia para el cine argentino excede su propia obra. Por estos días en Montevideo, una muestra y una exhibición cinematográfica la recuerdan.1

Fotografiada por Ilse Fuskova

Beatriz Guido nació en una familia particular. Hija de Berta Eirin, actriz uruguaya que renunció a su brillante carrera para unirse al arquitecto argentino Ángel Guido porque le prometió «el monumento más bello de América», se crio en una casa en la ciudad del Rosario donde la exaltación del arte y la fantasía constituían lo cotidiano. Viajó desde niña con sus padres a México, Estados Unidos y Europa, tuvo un acceso al conocimiento que la convirtió en la «espía privilegiada» de un mundo cultural y político que nutrió luego sus ficciones.

«Me preocupa Beatriz, siempre interesada en crímenes, noticias policiales», le escribió Gabriela Mistral a Ángel Guido cuando Beatriz tenía apenas 11 años. Ese cruce de lecturas académicas y géneros populares sería luego su marca de estilo.

Si bien publicó un libro inicial en 1947, Regreso a los hilos, que recibió atención de la crítica literaria de la época, su gran aparición en la literatura argentina se produjo en 1954, cuando obtuvo el primer premio del concurso de la editorial Emecé con su novela La casa del ángel y fue protagonista de un hecho sin precedentes, porque fue el primer concurso de narrativa en el que los premios mayores fueron obtenidos por mujeres (María Angélica Bosco obtuvo el segundo premio con La muerte baja en el ascensor).

En un lapso de siete años, escribe un tríptico novelístico y un volumen de cuentos que pueden ser considerados como el conjunto más destacado de su nutrida obra literaria. La casa del ángel, La caída (1956) y Fin de fiesta (1958) son las novelas que la ponen en un primer plano dentro de la literatura de la región y con las que logra la consideración de la crítica nacional e internacional. La mano en la trampa (1961) reúne la nouvelle que da título al libro y una serie de cuentos aparecidos anteriormente en revistas literarias o suplementos culturales de los diarios de la época. En esas obras no solo están los temas que atraviesan toda su obra, sino una forma particular de abordarlos que crea un mundo propio dentro de la narrativa argentina.

Esas tres novelas y los relatos editados por Losada constituyen la base argumental de las películas de Leopoldo Torre Nilsson, cuyos guiones fueron escritos por ambos y lograron la consideración internacional en los principales festivales y circuitos de exhibición. Se convierte así en la primera escritora «del set» porque participa activamente en los rodajes y acompaña las filmaciones mientras sigue escribiendo otras ficciones en el tumultuoso ambiente de filmación.

Literatura, cine, participación activa en los medios masivos de comunicación son su forma de asumir un nuevo rol de intelectual en la sociedad. Provoca polémicas, se convierte en agente político y convierte a los políticos en críticos literarios. No duda en desafiar los «pensamientos correctos» de la época, nunca asume la impostura de adecuarse a esos mandatos para gozar de mayor prestigio.

Beatriz Guido fue una personalidad pública con una intervención en el debate que excedía las disciplinas que cultivaba y absolutamente inusual para una escritora proveniente del ámbito académico. Solo con la novela El incendio y las vísperas (1964) tuvo una venta de libros superior al 1 por ciento de la población argentina de esa década. Miles de espectadores en el país y en el mundo vieron las películas con guiones de su autoría y basados en sus obras literarias o ideas argumentales, lo que multiplicó el número de lectores y de personas para las que se convirtió en un referente. No temió a la sociedad de masas ni a los nuevos medios que esta proponía de creación y difusión de la cultura. Al sumarse con entusiasmo al ámbito del cine, potenció desde ese espacio la llegada masiva de su literatura.

Con Beatriz Guido aparece una nueva figura de escritor, porque escribe pensando en su posterior traslación de sus ficciones al cine. Es escritora y guionista profesional, con un compromiso con esta nueva forma de escritura que ninguno de sus colegas logró en la época. Promovió el cine argentino en el exterior, no solo el filmado por Torre Nilsson, sino el de toda la nueva generación de directores que comenzaron su carrera bajo el impulso al cine de autor que la dupla Nilsson-Guido imprimió a la cinematografía. Las primeras películas de Leonardo Favio –actor dilecto de la pareja– fueron producidas por ellos.

Su aparición permanente en las revistas de actualidad y en los programas de televisión masivos nunca fue complaciente. Siempre con tono suave, agitaba las aguas del debate, afirmaba y se contradecía, mantenía en vilo el interés por su figura. Tres hechos desafiantes marcaron su trayectoria: ser mujer, escribir sobre temas que hasta ese momento estaban reservados al mundo masculino y tener éxito. Si a eso le sumamos que confrontó desde una posición progresista al peronismo, al que dedicó la novela más condenatoria de sus primeros gobiernos (El incendio y las vísperas), advertimos el motivo de las críticas a las que se la sometió en vida y el olvido posterior a su muerte.

La gestión cultural desde el mundo privado, primero, y desde lo público, al final de su vida, fue otra de sus pasiones, algo en lo que sobresalió y dio ejemplo para su creativa realización. En ese campo, Beatriz Guido siempre puso como meta lo imposible. Llevó a Cannes los pesados rollos de película de La casa del ángel y logró que fuera programada en la sección oficial del festival, primer paso del derrotero internacional del cine argentino. En el final de su vida, como agregada cultural en España del gobierno de Raúl Alfonsín, colaboró activamente en la repatriación de los artistas exiliados y en la promoción de la cultura argentina, tan dañada por los autoritarismos que asolaron al país y que afectaban su imagen internacional.

Su «obsesión por la patria» que su maestro Guido de Ruggiero le había anticipado la llevó a escribir sobre temas aún vigentes: anticipó la grieta que hoy divide nuevamente a la sociedad argentina, denunció los estragos del patriarcado, los dogmas de todo tipo que quiebran los destinos individuales de sus personajes y reflejan los problemas que la sociedad actual padece bajo otras formas.

Tanto en la literatura como en el cine argentino contemporáneo pueden hallarse rastros de sus temas, atmósferas, personajes. Es difícil hacer una enumeración precisa de esas marcas, pero novelas como Las viudas de los jueves, de Claudia Piñeiro, o películas como La ciénaga, de Lucrecia Martel, o La quietud, de Pablo Trapero presentan climas y descripciones de segmentos sociales que retoman las principales características del mundo creativo de Beatriz Guido.

Su incorrección sumada al interés vigente de su obra son suficientes razones para devolverle el lugar que merece en el grupo plural y diverso de personalidades que enriquecieron la cultura iberoamericana del siglo XX.

1. Se trata de la muestra Beatriz Guido. Un mundo propio, en el Centro Cultural de España (CCE), a la que se suma la presentación del libro Beatriz Guido. Espía privilegiada, de José Miguel Onaindia, a cargo de Inés Bortagaray y el autor. La presentación será el lunes 10 de julio a las 18.30 horas, también en el CCE. Además, el martes 11 de julio a las 19.20 horas se exhibirá, en Cinemateca Uruguaya, el film Piel de verano (1961), dirigida por Torre Nilsson y basada en el cuento «Convalecencia», de Guido. Es la primera película de ficción rodada en Punta del Este y cuenta con la participación de los actores uruguayos Henny Trayles y Juan Jones.

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