Le llevan alguna papa para que pele y se entretenga, pero las manos le duelen y se le acalambran. Cuando quiere ponerse las medias, lo ayudan sus hijas, de 21 y 12 años. Del cuarto a la cocina no son más de 10 metros, pero para Julio de los Santos son quilómetros. Entonces, pasa acostado, enchufado al respirador artificial las 24 horas del día, sin poder hacer mucho más que mirar televisión. Hay dos únicas certezas: se está muriendo y no hay peritaje que descarte que su enfermedad fue causada por sus años de trabajo en Arrozal 33. El juicio a la empresa se inició hace casi tres años, y está cansado. «Están esperando que me muera», dijo a Brecha en un susurro casi imperceptible, con una voz que se entrecorta, con la desolación del desamparo.
Porque está desamparado, aunque hace un mes el PI...
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