Un documento de la flamante Confederación de Cámaras Empresariales irrumpió días atrás en el escenario electoral. Se trata de una batería programática que busca reforzar una serie de propuestas que, al menos desde 2013, el sector empresarial viene intentando posicionar.
Las visiones a favor y en contra de este pronunciamiento tienden a pendular entre dos extremos de llamativa simpleza. Los partidarios de las medidas expresadas tienen plena certeza de que el principal problema de Uruguay es la excesiva carga que el Estado impone al sector privado y las bajas contraprestaciones que otorga, y se supone que de lo que se trata es de recomponer la “competitividad” del país, acoplando los costos de producir en Uruguay en relación con otros países. Por su parte, quienes se encuentran en contra tienden a demonizar al empresario y su insaciable voracidad por el lucro desmedido: no les alcanza con todo lo que ganaron que ahora quieren más. Esta posición elude un fenómeno objetivo que tiene que ver con la caída en la rentabilidad del sector privado.
En este texto nos preguntamos por qué el capital uruguayo despliega esta batería programática y si los empresarios podrían hacer otra cosa. Se trata de entender de qué está hecho el empresariado nacional, para no pedirle lo que no nos puede dar. El tema así planteado excede este artículo, pero queremos dejar algunas ideas expuestas.
La Confederación es esencialmente una expresión de las distintas fracciones del capital criollo. Esto no quiere decir que en su seno no exista membresía de capitales extranjeros, sino que esta agrupación es fundamentalmente una expresión gremial del capital (de diversa magnitud) nacional. Entender el lugar que ocupa y, más aun, el lugar que está llamado a ocupar este capital es crucial para comprender la esencia de sus planteos.
Un país rentívoro. La variable fundamental para entender la economía uruguaya es la renta agraria, es decir, el núcleo central del flujo de divisas que llega a Uruguay por la exportación de los bienes de fuerte contenido primario. La absoluta centralidad de esta variable para Uruguay no es una invención nuestra; intelectuales como Alberto Methol Ferré o Fernando González Guyer ya la han señalado mucho antes.
La recepción de esa riqueza extraordinaria nos define en el concierto mundial, como también nos define ser un capitalismo tardío, rezagado en materia de productividad en relación con los capitalismos avanzados y que además tampoco ostenta la baratura de la mano de obra que tienen otros capitalismos hoy pujantes. Esto hace que tengamos una burguesía que es básicamente incapaz de sostenerse en la competencia entre capitales salvo que reciba algún tipo de compensación. La renta agraria que fluye hacia nuestra economía y que es distribuida en lo fundamental por el tipo de cambio sobrevaluado es la principal fuente de compensación que disimula la precariedad estructural de gran parte del capital uruguayo.
Con la renta en ascenso, inyectada al conjunto de la economía por un peso sobrevaluado –que hace que parte de la renta se le escape de las manos al terrateniente y dinamice el conjunto del capital uruguayo aumentando artificialmente su poder de compra internacional–, crece el Pbi, aumenta el empleo y los salarios. En la fase de descenso ocurre lo contrario y el empresariado nacional es el primero en acusar sus propios límites con el descenso de su tasa de ganancia. En los ciclos de alza en los precios de las materias primas surgen las promesas escandinavas, los ratones son caballos y la calabaza, un carro; en los ciclos de baja se devela la realidad sudamericana.
El capital nacional no está solo. El capital nacional no opera aislado: tiene que lidiar con la llegada de un capital más concentrado y de mayor potencia como es el extranjero, y ello le impone una serie de condiciones. Las mejoras de la rentabilidad del capital como un todo (esto es, como la suma de todos los capitales del país) puede darse de dos grandes formas: el abaratamiento de los costos salariales o la mejora de la técnica. Esta última supone un incremento de la productividad general, es decir, que se produzca más por cada trabajador empleado. El aumento de la productividad general de la economía debería traducirse en un aumento del ingreso y en un abaratamiento de las cosas producidas a nivel nacional. De esta manera, los márgenes de las empresas pueden crecer aun existiendo crecimiento de salarios e incluso crecimiento de empleo. Para sostener este tipo de crecimiento en el tiempo es necesario sostener la propensión de las empresas a innovar e incorporar tecnología.
En la economía uruguaya, este tipo de mecanismos ha estado vinculado fuerte y decisivamente a la acción del capital extranjero. Allí donde el capital extranjero invierte, las condiciones técnicas medias del sector se modifican, la incorporación de tecnología se amplía y la productividad se expande. Los capitales nacionales presentes en esos sectores tienen dos opciones: o se adaptan a la nueva tecnología para seguir compitiendo (lo cual implica invertir y a veces invertir mucho) o terminan siendo absorbidos o desplazados.
La lógica del último ciclo expansivo de la economía muestra cómo los capitales foráneos han tendido a instalarse en aquellos sectores exportadores ligados a la fase primaria con posibilidad de captar renta, y en segunda instancia a otros sectores de la economía. La tendencia muestra también cómo, en los sectores donde los capitales extranjeros operan, los capitales nacionales pierden liderazgo y van quedando en un rezago relativo frente a aquellos. Esto es, comienzan a tener márgenes de ganancia relativa menores que sus homólogos extranjeros. El cuadro siguiente, calculado sobre las 120 empresas industriales más grandes, parece ilustrar la cuestión. Allí se observa cómo, pese a tener porciones similares de mercado (ventas), las empresas extranjeras tienen mayores ganancias (excedente de explotación) y un mayor despliegue de capital físico (stock de capital):
Participación de extranjeros y nacionales sobre las ventas, stock de capital y ganancias de las principales 120 empresas industriales en 2010
Ventas | Stock de capital | Excedente de explotación |
49 % | 62 % | 68 % |
51 % | 38 % | 32 % |
Fuente: elaboración propia con base en la
Encuesta Anual de Actividad Económica, 2010
Impotencia. En su rezago, el capital nacional tiene escasas posibilidades para el dominio del cambio técnico (y es plenamente consciente de ello, léase el magro capítulo 11 del documento de la Confederación, titulado “Investigación y desarrollo”). Su estrategia de recuperación de rentabilidad debe ir por otro camino con dos aristas distintas. La primera consiste en afectar una serie de “costos” manteniendo lo demás inalterado. De allí que buena parte del texto de los empresarios dispare sobre la carga tributaria de las empresas y las tarifas públicas (capítulos 3, 4 y 5), y por elevación sobre los salarios, planteando una serie de mecanismos que reduzcan el poder efectivo de las organizaciones sindicales en su determinación (capítulo 6). La otra arista, aunque parezca paradójica, consiste en incentivar un papel mayor del Estado en el desarrollo del sector privado: básicamente que el Estado posibilite nuevos espacios para la generación de actividad privada, minimizando por lo pronto algunas actividades que actualmente realiza en forma monopólica (capítulo 3) o mediante el desarrollo de obras públicas con posibilidad de lucro privado (capítulo 9). Asimismo, se espera que el Estado también sea un activo contribuyente a la formación de capital físico necesario para la actividad privada (caminería, carreteras, puertos, etcétera), al tiempo que fomente la demanda interna mediante un sistema de compras públicas con preferencias a la producción nacional (capítulo 14).
La estrategia esbozada para recuperar la competitividad (léase rentabilidad) deja al desnudo la condición de los capitales nacionales que integran la Confederación. Sumidos en una tendencia decreciente en importancia y escala técnica relativa, su voz no puede más que clamar por un abaratamiento general de los costos en que incurre para producir, por más que eso nos ponga en una ruta hacia el deterioro de las condiciones de vida de la población y que a largo plazo hipoteque progresivamente las propias bases de lo que es un Estado-nación. Sus diferenciales de productividad con el capital extranjero son disimulables con alta renta; sin ella, se muestran como lo que son: unidades económicas que expresan el estancamiento de las capacidades productivas. Por más que el malestar de las Cámaras se proyecte hacia el Estado, los sindicatos, los trabajadores públicos, las regulaciones o quienes cobran planes sociales, la causa de sus dificultades son ellos mismos. Por más chivos expiatorios que se busquen, el problema de los capitales nacionales es, paradojalmente, lo que son. Sobre esta premisa resulta llamativo que nuestro empresariado se nos presente como la única vía posible al futuro, atribuyéndose una potencia que hace ya tiempo no tiene.
Las carencias del capital uruguayo las pagamos todos. Además de despilfarrar renta reproduciendo una economía ineficiente, el capitalismo uruguayo usa las fases de bonanza para migrar fragmentos de capital hacia el exterior. Prueba de ello son los más de 28.000 millones de dólares (casi medio Pbi anual) a los que hoy asciende la posición de la inversión directa internacional de residentes fuera de nuestro país. Sólo en los últimos dos años, este monto creció un 40 por ciento. Cada vez se hace más evidente que la racionalidad que regula el uso del excedente económico que produce el trabajo uruguayo no sólo no está al servicio de un proyecto de desarrollo nacional, sino todo lo contrario. Cualquier propuesta política seria que pretende hacer del Uruguay un país para vivir tiene que proponerse enfrentar esto.
* Integrantes de la Fundación Trabajo y Capital.