Poeta, narradora oral y editora, Anne Gauthey nació en París en 1981. En 2011 viajó a Buenos Aires a un slam poético y se quedó nueve años. Desde hace algunos meses vive en Montevideo y no para de generar proyectos en torno a la francofonía, el bilingüismo y el castellano rioplatense.
—¿Cómo era tu vida antes de llegar al slam y la edición de libros?
—Soy del suburbio de París, pero mi vida estaba en París. Durante diez años intenté vivir como actriz y di talleres de teatro. Aprendí mucho. Me formé en educación popular: creo en el aprendizaje a lo largo de la vida. Son herramientas útiles para generar encuentros y dar lugar a la palabra. Más allá del suburbio había asociaciones, gente muy militante. Mi forma de militar era preservar espacios (podía ser una biblioteca municipal) y crear otros (podía ser una cocina donde las mujeres se reunieran a cocinar). Cualquier pretexto que sirviera para promover acciones en el territorio.
—¿Esas experiencias te llevaron a la narración oral?
—Cuando encontré la narración oral, me sentí muy cómoda, porque ahí el teatro sos vos. Es algo un poco bruto: no necesita decorado ni disfraces. Me gustó el aspecto de juego en el tema de la lengua y el lenguaje. Encontré una apertura, una manera de renovar. Además es tu historia, porque los cuentos están en los libros, pero también pasan por nuestras vidas. La poesía oral es una buena herramienta para desacralizar la poesía. Hay estilos distintos; cruces de gente, de origen, de palabras. El instante es poético y político. Así llegué al mundo del slam poético. Después me presenté en distintos escenarios y festivales de América Latina. En Francia es un movimiento cultural muy conocido.
—¿Y la decisión de venir a Buenos Aires?
—Yo venía de un conflicto entre París y la campiña de donde es mi mamá, donde se habla jerga. Era un territorio oral tan amplio que me generaba conflictos de construcción. En París no hablaba jerga y en el campo no hablaba como en París. Los acentos se me pegaban. Quise rescatar eso. Vine a Buenos Aires para recitar en francés, que es un idioma maravilloso, para verlo interconectado con otros idiomas. Quería enseñar. Hice una poética musical como Rimbaud, porque en el slam yo era la autora, podía dar algo personal. Vos escribís lo que vas a decir y ajustás la escritura a lo oral. En Buenos Aires vi otro terreno: el tema del bilingüismo, traducir y traducirse. Tenía que ver con lo anterior, pero iba hacia otro lugar y había mucho para explorar.
—¿Entonces comenzaste a trabajar en traducción y edición?
—No soy traductora profesional. Al traducir las narraciones que recito, las transformo: no es el mismo idioma, ni la misma entonación, ni las mismas imágenes. Vi que había mucho para investigar y volví a Francia. Había un proyecto cultural para hacer y gestionar. Quería hacer un slam en Buenos Aires, en el marco de la celebración de la francofonía, que se hace con distintas actividades en muchos países –también en Uruguay– e incluye la promoción de la lengua francesa. Lo presenté en el Ministerio de Cultura de mi país. Simultáneamente me encontré en Buenos Aires con una editorial independiente, Milena Caserola, que publicó mi primer libro de poesía: Tchikitita.
—Entonces te quedaste en Buenos Aires, comenzaste a trabajar en Milena Caserola y después llegaste a ser la editora de su hermana menor, Milena París.
—Sí, empecé en Caserola, pero había lazos de migraciones que tenían que ver con la literatura argentina en el exilio. Milena París se dedicó a ese tema. Comencé a trabajar con escritores exiliados en Francia, porque había como un espejo: yo estaba en Buenos Aires, hablando con argentinos que estaban en Francia, gente que quería publicar. En Buenos Aires encontré a Pablo Nemirovsky, músico y escritor argentino radicado en París desde 1976. Traducido al francés, es un reconocido palindromista. Empezamos a editar juntos y llegaron colecciones. Pronto comenzamos a independizarnos, porque Caserola tiene su propio proyecto y Milena París pasó a una política de traducciones y bilingüismo. Ahora me dedico a autores franceses y francófonos de Canadá. No fue una decisión, sino un camino de lectura. Siempre me interesó el tema del bilingüismo y después el castellano rioplatense. Ahora considero la editorial en este territorio; me gusta esa riqueza.
—¿Cómo ves las variedades del castellano que has conocido en tus viajes?
—Interesantes. Yo no hablo el castellano que aprendí en la escuela. Tampoco el que hablé de joven en España. Acá hablo otro castellano, que es casi igual al de Buenos Aires, pero hay matices. Son maneras de vivir la lengua de otros modos, con otras sensibilidades. Y saberlo. Antes yo no lo sabía. Con los traductores hablamos de este tema. Con Nemirovsky nos preguntábamos en qué versión del castellano íbamos a traducir, cómo nos acercaríamos al lugar de la interpretación. Me formé como intérprete dramática. El actor, la actriz, interpreta un texto; el traductor también. Hay un acto de creación y también un acto de servir al autor; ponés tu voz. Me interesa el autor no tanto como individuo, sino como lazo entre una lengua y una comunidad.
—¿Cómo llegaste a Uruguay?
—Cruzaba de Buenos Aires a los slams que se hacían aquí. En 2017 asistí a la Bienal de Poesía de San José. Me gustó y empecé a ver qué se podía hacer acá. El año pasado vine los días de la celebración de la francofonía y vi que había un lugar. Me gusta el desafío de reactivar el francés. En Uruguay ha quedado en el pasado, pero se están tomando acciones para que recupere su lugar. Ahora estoy en la gestión del grupo de teatro independiente Tanta Oralidad, que promueve la tradición oral a través de encuentros. Manejo la sección Uruguay. Viene gente de Guatemala, México, Polonia y otros países, gente que comparte sus relatos y saberes, de pueblos originarios, en lenguas originarias. Hay mucho para hacer.
—¿Con qué palabra definirías tu vida montevideana?
—Si hay una palabra, es territorio. Vivo con mi compañero uruguayo, que es docente, escritor y editor. Nuestro hijo, de 9 meses, nació en Buenos Aires y ya tiene las tres ciudadanías. Venir era, para mí, reapropiarme del territorio. Acá todo es un poco misterioso. Buenos Aires es más para afuera, más explosivo. En Montevideo todo va más despacio, hay que descubrir cada cosa poco a poco.
—También coordinás talleres de slam y enseñás francés a partir del trabajo con la oralidad.
—Sí. Ya lo hacía en Buenos Aires con adolescentes, que debían escribir poemas mezclando francés y castellano. Tenían que leerlos, tomar la palabra, comprometerse. Quería que vieran que en el lugar del alumno no se queda toda la vida. En Montevideo trabajo con liceales sobre las fronteras de las lenguas, el territorio de la tradición y la poesía oral. En el marco del encuentro Tanta Oralidad, alumnos del liceo público de Ciudad Vieja participaron en el taller Somos Todos del País de nuestra Memoria y en el Lycée Français di talleres de poesía oral en castellano.
—¿Y tu trabajo como editora de Milena París?
—Me radiqué en Montevideo hace pocos meses y aún no publicamos libros nuevos.1 Entre los últimos están Matemáticas íntimas, de la canadiense Lori Saint‑Martin, que concentra en prosas breves el territorio de la intimidad, y Kambuja y otros poemas, del poeta y traductor francés Yves di Manno, un trabajo de etnopoesía y rescate de tradiciones de la antigua Camboya (Kambuja), algo bruto y concreto, opuesto a la poesía del yo. Lori es de origen inglés, pero para escribir elige el francés. El cruce es interesante. Profesora universitaria especializada en estudios feministas, tradujo del inglés al francés a más de cien autoras, muchas de ellas feministas, y obtuvo varios premios. El libro me lo propuso el escritor argentino Jorge Fondebrider, quien lo traduce. También traduce Kambuja, que es el segundo de la colección Montmirail, de Milena París. Tenemos dos libros de Annie Ernaux, Diario del afuera y La vida exterior, traducidos por Sol Gil y reunidos en un volumen. Premio Formentor 2019 (antes ganó el Renaudot, el Marguerite Duras, el François Mauriac y el de la Lengua Francesa), la obra de Er-naux está marcada por la voluntad de “escribir la vida”. Otro libro es Daewoo, de François Bon, traducido por Sol Gil y Nicolás Gómez, que trae la palabra de las obreras de una fábrica que cierra y las deja sin trabajo. El autor compiló sus memorias mientras desarmaban las instalaciones. Dedica el libro a una obrera que se suicidó.
1. Por el momento, los libros pueden encontrarse en las ferias del colectivo Sancocho, Libros de la Arena, Escaramuza y Moebius Libros.