El olvido, al principio, fue una necesidad vital. A los 5 años, Georges Perec (1936-1982) vivía con sus tíos en el sudeste de Francia porque su padre había muerto en combate contra los alemanes, primero, y su madre había sido capturada y conducida a Auschwitz, poco después. Que era hijo de judíos polacos, que su verdadero apellido era Peretz, que entendía el yiddish y el alfabeto hebreo, que su madre lo había metido a bordo de un convoy de la Cruz Roja para sacarlo de París prometiendo alcanzarlo más adelante pero nunca había vuelto a verla. ¿Cómo explicarle a un niño de 5 años que todo eso, su propia historia, ahora estaba prohibido? Que era francés hijo de franceses, que su apellido era Perec y de origen bretón, que siempre había vivido con sus tíos en Rhône-Alpes. Esa era su nueva histo...
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