La inspiración ha irrumpido varias veces en el camino del dramaturgo y compositor inglés Andrew Lloyd Webber. Un par de títulos tan emblemáticos como Evita y Jesucristo Superstar arrojan pruebas suficientes de su dominio del género de la comedia musical, terreno en el cual también se inscribe Cats. Estrenada en Londres en 1981, con un fulminante éxito, que se repitió poco después en Broadway y múltiples escenarios de todo el mundo, Cats llega ahora a la pantalla bajo la dirección de Tom Hooper, responsable de la reciente adaptación del clásico Los miserables. A las más que sugestivas figuras de Eva Perón y el mismísimo Jesús de Nazaret, Webber agrega, con el presente caso, nada menos que un vasto número de siluetas gatunas provenientes de un libro de poemas del laureado T S Eliot (1888‑1965), un inglés nacido en Estados Unidos que, en verdad, supo demostrar su cabal conocimiento de los felinos. Una amplia galería de personajes de la mencionada especie, y con marcadas características individuales, se da cita, entonces, en callejones, arterias laterales y otros rincones de una gran ciudad donde salen a relucir no sólo sus diferencias, sino también los lazos que, por una u otra razón, los unen en los momentos más difíciles. De los encuentros y los desencuentros de estos gatos que tienen lugar a lo largo del musical surgen referencias que perfilan cómo esa raza, al igual que tantas otras de diversos reinos, busca la felicidad sin perder jamás la esperanza de renacer. Al abandonar la sala, hasta el espectador menos advertido –así como hay gente que se pierde el placer de acercarse a los perros, existen quienes no entienden y rechazan a los gatos– experimenta en este caso un quizás imprevisto sentimiento de respeto por estos animales. Ha quedado así al descubierto que la especie retratada se acerca a la del ser humano, un detalle que ni los más escépticos –sostendrían T S Eliot y Webber– podrían negar.
El traslado de la intimidad y la comunicación que el musical gatuno lograba –y logra– en los escenarios teatrales, en su versión cinematográfica, choca, sin embargo, con el sentido espectacular que, a menudo, Hooper inyecta a una adaptación que incorpora tramos ambientados en grandes avenidas, a cuyos lados altísimos edificios obran como marco inesperado de las vicisitudes de los animales involucrados. Varias coreografías que en el teatro llegaban a la platea con una especie de intimidad contagiosa encuentran en el realizador una mano demasiado pródiga para llevar adelante un tratamiento espectacular, aparatosos movimientos de cámara y una proliferación de extras que poco y nada agregan al desarrollo del asunto. Todo lo que antecede termina por causar una pérdida de concentración en la pintura de un sabroso puñado de personajes que, recién en los tramos finales, parece cobrar el relieve merecido. La citada búsqueda de espacios reales le arroja, asimismo, dificultades a Hooper para transmitir credibilidad cada vez que alguien se pone a cantar, un detalle que, en los buenos musicales, se abre camino con una naturalidad que la concurrencia disfruta y agradece. El gran presupuesto que sostiene la versión se advierte, además de en los despliegues callejeros reales y la multiplicación de coristas que conspiran en contra de la sencilla trama, en los esmeros de vestuario y caracterización, que, por el contrario, sí benefician el trabajo de los actores –la veterana Judi Dench, Jennifer Hudson, Ian McKellen e Idris Elba incluidos–, los cuales, cabe reconocer, en algunos casos tienen que esperar demasiado tiempo para destacarse. A favor, como era de esperar, debe también anotarse el atractivo de temas musicales como “Memory”, que, pese a los obstáculos que Hooper no logra eludir, se abren camino para que, a pesar de todo, transcurrida la contagiosa culminación, el espectador salga tarareando algún trozo a la salida.
Cats. Tom Hooper, Estados Unidos, 2019.