Tras dos años y medio de gobierno, Mauricio Macri fracasó dos veces en una semana para contener una brutal escalada del dólar que amenaza con colapsar la economía y derribar su gobierno. La moneda estadounidense comenzó el año en 18,65 pesos y esta semana superó los 23,50. Millones de argentinos se enfrentan al drama de la sobrevivencia, ya que la devaluación impacta directamente en los precios de los alimentos.
Para evitar una depreciación aun mayor de la moneda, el gobierno aumentó las tasas de interés de 28 a 40 por ciento y obligó a los bancos a desprenderse de dólares. En el mismo lapso sacrificó más de 7.000 millones de dólares de las reservas para intentar frenar la suba del dólar.
El martes de esta semana el dólar volvió a trepar luego de una leve caída el lunes. La corrida en curso arrancó en marzo y todo indica que los fondos de inversión están alentando la fuga hacia activos en dólares. “Forbes y el Financial Times ya dijeron que es tiempo de salir de la riesgosa Argentina, calificada como uno de los tres países más vulnerables a shocks externos por las evaluadoras del establishment internacional”, apuntó David Cufré en Página 12 (5-V-18).
Macri fracasó cuando intentó atraer inversiones y ahora está fracasando con su propia base social, la que lo llevó al gobierno, que está especulando porque no confía en su política económica. Una espiral de desconfianza está en la base de la crisis del mercado de cambios: crece la fuga de capitales, aumenta el déficit comercial por el crecimiento exponencial de las importaciones y el pago de intereses de la deuda en moneda extranjera. En resumen, un estrangulamiento del sector externo.
Un demacrado Macri apareció en televisión para informar que el país retorna al regazo del Fmi, a través de la negociación de un crédito de 30.000 millones de dólares para estabilizar la crisis de confianza. Es la segunda vez en dos décadas que sucede algo similar. En 2001, en medio de una grave recesión, el gobierno de Fernando de la Rúa pidió 40.000 millones de dólares al Fmi para defender el peso porque los argentinos estaban retirando sus depósitos masivamente para convertirlos en dólares o llevarlos fuera del país.
En 2006, el presidente Néstor Kirchner canceló la deuda y finalizó la dependencia del Fmi, en una decisión política trascendente. Con la llegada de Macri, Argentina emitió títulos por 59.000 millones de dólares, casi el doble que Arabia Saudita, el segundo en el ranking, y el triple que el tercero, Indonesia (El País, 8-V-18). De ese modo el país vuelve a tener una deuda con una gran exposición en dólares, lo que acrecienta su vulnerabilidad.
Para los sectores populares la devaluación es sinónimo de inflación (un 20 por ciento previsto para este año) o de hiperinflación, como sucedió varias veces en la historia reciente. Para aliviar el déficit fiscal, el gobierno viene aumentando las tarifas de los servicios, con la excusa de que la administración de Cristina Fernández las tenía subsidiadas, pero lo hace de un modo brutal. Desde fines de 2015, el gas aumentó 1.013 por ciento, el subte 178 por ciento y los autobuses 233 por ciento, en tanto las tarifas eléctricas subieron 1.615 por ciento y el agua 550 por ciento.
La política argentina es oscilante, cambiante e imprevisible. En apenas dos años Macri consumió los apoyos sociales con los que llegó al gobierno y ahora el rechazo a su gestión duplica la aprobación. ¿Cómo explicar estos cambios y la velocidad del desgaste de Macri?
La clave hay que buscarla en diciembre pasado, cuando cientos de miles de argentinos desafiaron la reforma previsional, en la calle, afrontando una feroz represión. Ese fue el punto de inflexión, como indican las encuestas. Un punto de quiebre que conecta con la tradición del movimiento popular argentino, el más potente y combativo durante el siglo XX, como indican las fechas más destacadas.
En las movilizaciones de diciembre pasado confluyeron los sindicatos con los movimientos sociales, mostrando que la capacidad de lucha está tan intacta como la autoestima de los de abajo.
La pregunta es cómo será el final del experimento de Macri. No es seguro que retorne el estallido social. Los de arriba están pergeñando un plan. Debemos auscultarlo, para prevenir males mayores y seguir construyendo nuestros mundos.
(Una versión más larga de esta columna fue publicada en La Jornada.)