El movimiento antifascista madrileño reactiva sus asambleas barriales, y amplía su base social y sus estrategias de lucha. La irrupción de una extrema derecha renovada, cada vez más inserta en los ámbitos político y social, obliga a repensar los frentes de acción ante los discursos de odio que buscan instalarse en los barrios obreros, aún golpeados por la crisis económica.
En el libro Antifa: el manual antifascista,1 su autor, Mark Bray, historiador del antifascismo y activista de Occupy Wall Street, sostiene que es necesario que la lucha se readapte para derrotar una extrema derecha que resurge con nuevos ropajes, con partidos políticos establecidos en los parlamentos y los gobiernos. La publicación, que hace una radiografía de los movimientos antifascistas de 17 países, es una guía obligada en Europa y Estados Unidos. Bray destaca que el antifascismo debería ser siempre contextual, con base en la comunidad, teniendo en cuenta la coyuntura y cómo son los nuevos partidos de extrema derecha, “cómo se organizan para ganar apoyo”.
En el Estado español existe una amplia tradición antifascista. El carácter de la lucha es inherente a los colectivos de izquierda y las asociaciones de vecinos que trabajan en los barrios y tienen una fuerte impronta en los distritos obreros. Pero el cuerpo en la calle lo han puesto los jóvenes de la izquierda radical, que defienden la acción directa como vía para la autodefensa. Luego de un período de menor actividad, la reactivación de las asambleas antifascistas, articuladas en coordinadoras de barrio y ciudades, es una reacción a la aparición de los nuevos grupos de extrema derecha, que intentan hacer permear sus mensajes racistas en las zonas obreras.
“Los años ochenta fueron muy duros aquí, en Vallecas. Fuimos mucha gente que nos organizamos en distintos colectivos, desde Madres contra las Drogas, las coordinadoras de barrio, los educadores de calle. Pero ahora hay que generar una respuesta a la pobreza, porque es el caldo de cultivo de los fascismos”, señala Elena Ortega, integrante del colectivo Las 13 de Vallekas. Ortega habla como invitada en una charla de la librería La Muga, espacio cultural de ese barrio obrero al sur de Madrid, donde Miguel Urbán, eurodiputado de Anticapitalistas (una agrupación que formó parte de Podemos desde su fundación hasta esta semana), presenta el libro La emergencia de Vox. Apuntes para combatir a la extrema derecha española.2
A su turno, Urbán plantea esa emergencia como parte de una realidad que se vive en el resto del mundo, con expresiones similares en toda Europa que obligan a repensar el antifascismo en el siglo XXI. “La respuesta la tenemos que dar colectivamente, en las plazas, en las calles, en este tipo de foro. La tenemos que hacer juntas y juntos”, dice. El auditorio son vecinos que comparten su preocupación por las problemáticas del barrio, como la percepción de inseguridad, la irrupción de casas de apuestas, la falta de acceso a la vivienda y el déficit de atención de los servicios sociales.
Las 13 de Vallekas es un grupo de 13 personas del barrio que hicieron una protesta frente a las mesas informativas que Vox había instalado en la zona durante la campaña electoral. La manifestación fue pacífica y se realizó con la policía nacional como testigo. Sin embargo, el partido de ultraderecha denunció a los vecinos por coacciones con el agravante del delito de odio, un caso que está a la espera de juicio. En la librería, Ortega señala en distintos momentos que ella y sus compañeras no se van a retractar. “Sus discursos no son bienvenidos en nuestros barrios”, dice en referencia a Vox.
En los últimos años la lucha antifascista se centró en la respuesta callejera a la presencia de pequeños grupos ultras. Ahora el contexto hace necesario atacar de inmediato otras problemáticas, aunque el mensaje de odio de los fascistas es parte del mismo problema. Los barrios obreros madrileños se han caracterizado históricamente por ser espacios vecinales abiertos a la inmigración; sin embargo, la precarización generada por la crisis económica crispa los ánimos. En vez de ampliar las ayudas sociales, en los últimos años el Estado ha desatendido estas zonas, lo que crea la falsa percepción de que la falta de recursos es culpa de la llegada de población inmigrante y no un déficit de las políticas sociales. Incluso las organizaciones barriales, que han asumido tareas de sostén y se nutren de trabajo voluntario, se han visto colapsadas por esta situación.
AÑOS DE LUCHA. Luego de la transición de fines de los años setenta, la lucha antifascista española estuvo orientada a eliminar los restos de la dictadura franquista, en el marco de un movimiento democrático más amplio que temía el regreso al pasado. El tardofranquismo había evidenciado la frontera porosa entre el terrorismo de Estado y los grupos ultraderechistas, que en democracia tenían mayor autonomía para funcionar y elegir contra quién atentar. “Quienes habían estado acostumbrados a dar palizas, a torturar, a matar y a dirigir el país como si fuera de su propiedad, esos sectores más duros, siguieron actuando. Entonces, el antifascismo fue básicamente denunciarlos, solicitar su ilegalización –que no se consiguió– y pararlos en la calle”, señaló a Brecha Gonzalo Wilhelmi, escritor y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid.
Por aquellos años, la lucha antifascista la asumieron el movimiento libertario y los grupos de la izquierda radical, ambos a la izquierda del Partido Comunista. Estos colectivos se organizaron para combatir a la ultraderecha mediante la acción directa y la autodefensa callejera frente a las agresiones. “Los ochenta y los noventa fueron años de lucha en que la izquierda mayoritaria miró para otro lado. El Partido Comunista y el Psoe decían que no había problema y que de eso se tenía que encargar la policía. Pero tampoco tomaban medidas para que así fuera”, sostuvo Wilhelmi. Para el historiador, “la izquierda radical juvenil en los noventa, y no tan juvenil en los ochenta, estuvo muy sola, y no debería haber sido así”.
Wilhelmi fue guionista del documental Ojos que no ven, sobre las víctimas del fascismo en España desde 1975. Allí se documenta que hasta su estreno, en 2008, hubo más de cien asesinatos a manos de integrantes de grupos de extrema derecha, algunos de los cuales también eran miembros de fuerzas y cuerpos de seguridad. Entre los más emblemáticos: Yolanda González (1980), militante comunista; Lucrecia Pérez (1992), inmigrante dominicana; Mourad El Abidine (1997), inmigrante marroquí, y Carlos Palomino (2007), joven activista antifascista.
A finales de los ochenta, la ultraderecha renovó los objetivos de sus “cacerías” y a los tradicionales militantes de izquierda sumó el colectivo Lgtbiq+, los inmigrantes y la población en situación de calle. “Los mendigos han sido objeto de palizas terribles: les echan gasolina y los prenden fuego. De esto se conoce muy poco, porque no trasciende”, indicó Wilhelmi. El proyecto “Crímenes de odio: memoria de 25 años de olvido”, un mapa del Estado español que recoge esos delitos, sucedidos entre 1990 y 2015, impulsado por los periodistas David Bou y Miquel Ramos, y elaborado por un equipo de investigación multidisciplinar, evidencia que la mayoría de estos crímenes respondía principalmente al racismo, la xenofobia y la aporofobia.
El último informe sobre la evolución de los delitos de odio en España, hecho por el Ministerio del Interior, indica que en 2018 hubo 1.598 denuncias. Las organizaciones sociales, por su parte, señalan que el número es cuatro veces más elevado. “El problema es tremendo y sigue hasta hoy. Es verdad que hay un poco menos de intensidad en cuanto a atentados mortales, pero siguen las palizas y los apuñalamientos, que dejan a las personas con secuelas físicas de por vida. Sin embargo, en las instituciones no ha habido mucho interés por abordar este problema ni por registrar el número de agresiones”, indicó el historiador.
La primera Coordinadora Antifascista de Madrid, que se creó en 1988, surgió a impulso de colectivos autónomos y partidos juveniles de la izquierda radical, comunista y anarquista, preocupados por el avance de los grupos ultras que llegaban con este mensaje racista. Las asambleas, que se identificaban propiamente como antifascistas, aglutinaban a activistas que también participaban de otros espacios, como el feminismo y el ecologismo, y a los colectivos vinculados al movimiento okupa.
A partir de entonces, el 20 de noviembre, fecha de la muerte del dictador Francisco Franco, se instauró en la ciudad como la fecha de movilización más emblemática del movimiento antifascista. Hasta hoy, sus manifestaciones –bajo consignas como “No pasarán” y “Madrid será la tumba del fascismo”– se contraponen ese día a las franquistas y de extrema derecha, que salen a la calle a conmemorar al dictador.3
FACTOR IDENTITARIO. En ese período, también los grupos de extrema derecha adquirieron nuevas formas de expresarse en la calle, con la aparición –al igual que en otros países de Europa– de bandas que se apropiaron de la cultura skinhead inglesa y empezaron a copar con expresiones neonazis las hinchadas de fútbol, un espacio que hasta el momento había sido tradicionalmente de izquierda. En la capital española, grupos como Ultras Sur, del Real Madrid, y Frente Atlético, del Atlético de Madrid, cooptaron las hinchadas más grandes. Sin embargo, en el Rayo Vallecano, equipo del barrio obrero de Vallecas, fue la hinchada de los Bukaneros la que logró retener la mayor afición. Bukaneros es uno los grupos antifascistas más potentes y con mayor recorrido de la capital española, y, en contraposición con lo ocurrido en otros clubes, reivindica las raíces antirracistas del movimiento skinhead, al rescatar la subcultura redskin y al movimiento Sharp (siglas en inglés de Skinheads contra el Prejuicio Racial).
“Mucha gente joven se fanatiza con el fútbol, se politiza dentro de las hinchadas y se va con los ultras, porque hay más animación, más sensación de grupo, de camaradería. Entonces, claro que es un espacio de competición ideológica. Es muy importante el elemento identitario que da el fútbol y la capacidad que tiene de transmitir determinadas ideologías”, afirmó a Brecha Miquel Ramos, periodista especializado en el análisis y la investigación de los discursos de odio y la extrema derecha.
El enfrentamiento entre hinchadas es abordado por los medios de comunicación hegemónicos españoles como una confrontación entre grupos radicales, extremos que se tocan. Ramos apunta que en esta perspectiva otro elemento que ayuda a la caricaturización del fenómeno es la forma en que las fuerzas del Estado abordan la problemática. “El grupo de la Brigada de Información de la Policía Nacional que vigila a estos grupos de izquierdas y de derechas es el de Tribus Urbanas. Es decir, el Estado considera que los movimientos de izquierda radical o de derecha radical son modas juveniles, no problemas políticos. No hacen una interpretación política ni sociológica del fenómeno.” El periodista denunció que las autoridades tampoco transparentan los vínculos de algunos integrantes de las fuerzas y los cuerpos de seguridad con los grupos ultras de las hinchadas, lo que lleva a una mayor permisividad de sus acciones.
SIGLO XXI. “Empezaron a venir a los barrios obreros a hacer recogidas de comida sólo para españoles”, contó a Brecha Daniel R, quien, con 40 años, es activista en la Asamblea Antifascista de Carabanchel, otro barrio obrero, ubicado en el sur de la capital española. Hace cinco años, Hogar Social Madrid (Hsm) irrumpió en la zona camuflado como asociación de apoyo social; sin embargo, de acuerdo con los vecinos, sus ayudas están dirigidas a españoles “puros”, no inmigrantes. Frente a esta amenaza, los colectivos del barrio se articularon para estar atentos a sus acciones. “Cuando hubo que echarles del barrio, se les echó”, indicó el activista. También llevaron adelante una serie de manifestaciones que llamaron “Carabanchel, un barrio para todas”, que luego se amplió a “Madrid para todas”.
Hsm emula el modelo de CasaPound, que nació hace 20 años en Italia y es un referente de los círculos posfascistas europeos. Estos copian herramientas sociales exitosas de la izquierda, como la ocupación, e intentan ocultar sus componentes fascistas y de militancia neonazi. “Todo esto fue escrito y cocinado por la nueva derecha francesa en los años setenta. Lo que hicieron fue interpretar los movimientos sociales de la izquierda potentes en esos años. Leen mucho a Gramsci y camuflan su mensaje para ser aceptados”, señaló Ramos. Grupos como Hsm han abandonado los clásicos símbolos de la extrema derecha, como la estética skinhead, y han adoptado, en su lugar, una nueva retórica y una estética más difícil de identificar.
En el discurso de estas agrupaciones converge el mensaje racista antiinmigrantes junto con el pensamiento anticapitalista y de defensa de la clase obrera nacional. En noviembre de 2019, luego de haber ocupado un espacio físico que albergó durante 30 años las oficinas de la central sindical Comisiones Obreras, la líder de Hsm, Melisa Domínguez, señaló: “La inmigración no se puede vender como una panacea positiva. Esconde un drama humano detrás. A la clase obrera hay que inculcarle que la defensa de la soberanía nacional y la identidad del propio obrero es lo único que puede frenar la globalización masiva”.
La estrategia de Hsm es ocupar espacios en zonas que no generan enfrentamientos (Salamanca, Chamberí, Malasaña) y usarlos como bases de operaciones para luego ingresar con mensajes de odio a barrios con realidades más vulnerables (Carabanchel, Tetuán, Usera, Vallecas). Allí, estos discursos encuentran eco en nuevos aliados, como las asociaciones vecinales, que crean cadenas de Whatsapp para perseguir a “delincuentes del barrio”, lideran manifestaciones con proclamas como “Contra la degradación del barrio” y culpabilizan a la población inmigrante de todos los males en la zona. “Nosotros decimos que es poner en lucha al penúltimo contra el último. No se señala al de arriba, que es quien baja el sueldo, recorta las ayudas y privatiza los servicios necesarios”, señaló Daniel R.
La asamblea antifascista del distrito 14, del barrio obrero de Moratalaz, tiene una larga militancia activa en el tema desahucios, participa de la campaña contra las casas de apuestas y organiza el Mundialito Antirracista de Moratalaz, con el objetivo de desarmar los discursos de odio sobre la población inmigrante. Jaime R tiene 20 años y se sumó al espacio hace ocho meses, consciente de que la lucha es colectiva y no individual. “Además, no es lo mismo combatir a un grupo de extrema derecha como Hogar Social, los ultras del fútbol o Vox. La respuesta a un grupo violento no es otra que la acción directa, pero con los demás te diría que las herramientas son la militancia y la educación.”
El auge electoral de Vox es otro factor que preocupa. Los colectivos antifascistas coinciden en que la extrema derecha dio un salto categórico del activismo a las instituciones e hizo un blanqueamiento dentro de espacios masivos, como los medios de comunicación. “Estamos viviendo ahora mismo una guerra política, institucional y cultural. Hacen falta muchos antifascismos, no sólo el de calle, que obviamente no debe dejar de existir”, señaló Ramos. El desafío del movimiento también pasa por incorporar colectivos como el feminista, teniendo en cuenta que durante mucho tiempo la acción directa en la calle masculinizó estos espacios.
Según el periodista, es necesario, además, tejer la complicidad con los vecinos. En esa línea, cree que una de las “mejores vacunas” para la extrema derecha es la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. La vivienda es un tema recurrente de las charlas cotidianas de los habitantes de los barrios, sometidos al vaivén frenético de la especulación inmobiliaria, que incrementa el precio de los alquileres. Para Ramos, “allí se teje una complicidad y una lucha transversal que no entiende de ideología, origen o raza”: “Es un combate directo contra la extrema derecha, que quiere que compitamos entre nosotros por los recursos”.
1. Edición en español por Capitán Swing, Madrid, 2018.
2. Editorial Sylone, Barcelona, 2019.
3. Recién esta semana el gobierno español del Psoe y Podemos propuso incorporar en el Código Penal el delito de apología del franquismo, tras años de naturalización de los homenajes al dictador y su ideología a lo largo del país.