Manediting - Semanario Brecha
Katherine Mansfield, diarista

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Una nueva edición de los Diarios de la escritora neozelandesa vuelve a poner sobre la mesa el problema de las purgas y las manipulaciones de las que históricamente han sido objeto los diarios y las cartas de las escritoras de los siglos XIX y XX por parte de «los hombres de la familia».

NATIONAL PORTRAIT GALLERY, LONDON

Katherine Mansfield murió de tuberculosis en 1923. En los 34 años que pudo vivir, escribió algunos de los mejores cuentos en lengua inglesa y hoy es considerada una de las más importantes cuentistas del Modernismo europeo. Esto no siempre fue así.

Tras su muerte y la publicación de su diario y sus cartas, hubo un desmedido interés por su vida y personalidad, que llevó a la construcción de una figura falsamente etérea y mística a la que su esposo John Middleton Murry contribuyó en gran medida. Curiosamente, esta operación en torno a la figura de Mansfield comenzó en Francia, donde hasta entonces su obra de ficción era desconocida. Y es que gracias a la intermediación de Murry se impuso la idea de que, en esencia, estábamos frente a una escritora espiritual que lo que buscaba eran las profundas verdades que le daban sentido a la vida, cuando la vida y obra de Mansfield eran mucho más complejas, interesantes e inusuales.

Si bien ha pasado casi un siglo, no hemos avanzado mucho en la apreciación de Mansfield y todavía queda mucho camino por recorrer, aunque la existencia de los llamados Katherine Mansfield Studies, en la Universidad de Edimburgo, han aportado lo suyo a favor de una apreciación más justa y equilibrada de esta autora tan extraordinaria, imposible de ser reducida a dos o tres facetas cuidadosamente escogidas.

Diarios, de Katherine Mansfield. Traducción de Florencia Parodi. Introducción de Cecilia Fanti. Chai Editora, Buenos Aires, 2022. 308 págs.

La publicación del Diario de Mansfield en español tiene una larga historia de ediciones. La primera seguramente haya sido la de Librería Mediterránea, editada en Barcelona en 1940, a la que le siguieron la de José Janés de 1947 y la de Plaza & Janés en 1959, esta última en un hermoso volumen de papel biblia que recoge sus obras de ficción, su diario y una selección de cartas que todavía puede encontrarse en las librerías de viejo montevideanas. Luego vinieron las del Centro Editor de América Latina (1978) y la de Ediciones del Cotal (1980), a las que siguieron la de Ediciones B (1987), la de Parsifal Ediciones (1994), la de Factoría Ediciones (1999) y, más tarde, Lumen (2008), Debolsillo (2011), Losada (2014) y, finalmente, Chai Editora, en 2022. Los traductores han sido por lo menos cuatro: Ester de Andreis, cuyo trabajo es el que se usa en la mayoría de las ediciones tempranas, Antonio Bonanno, que estuvo a cargo de las de 1978 y 2014, Aránzazu Usandizaga, autora de las de 2008 y 2011, y Florencia Parodi, que ha producido la de 2022.

La cantidad de ediciones y traducciones señalan, indudablemente, más de 80 años de un interés lector sostenido. Sin embargo, todavía los hispanohablantes permanecemos a oscuras porque seguimos traduciendo la primera versión del Diario de Mansfield, es decir, la de 1927.

Cuando John Murry murió, en 1957, la biblioteca Alexander Turnbull de Nueva Zelanda adquirió los cuadernos y manuscritos de Mansfield, que el profesor Ian Gordon revisó para publicar una descripción del legado. Lo que encontró fueron cuatro diarios con contenido escaso –de 1914, 1915, 1920 y 1922– y el resto eran 53 cuadernos que contenían fragmentos de diversa índole: ideas para cuentos, conversaciones, escenas sueltas, comentarios sobre lecturas, citas textuales, cartas nunca enviadas, cuentas domésticas.

También se encontró con unas 100 páginas sueltas de materiales igualmente heterogéneos.

Fue con el ordenamiento libérrimo de esos materiales que Murry armó primero el Diario, publicado en 1927, y luego el llamado Scrapbook, en 1939. Finalmente, en 1954 publicó una edición revisada del Diario que, de alguna manera, integraba los dos anteriores y sumaba algún material inédito. Evidentemente, la pregunta es: ¿Cómo determinó Murry qué materiales eran «diario» y cuáles eran «apuntes»? Esta falta de rigor llevó al profesor Gordon a maravillarse con su trabajo de edición –al que describió como «un brillante… rompecabezas editorial»– afirmando que Murry logró crear, a partir de materiales caóticos, un clásico modesto, y preguntándose si en los diarios de Mansfield así publicados no habría, más bien, una coautoría.

Lo cierto es que, si bien el trabajo de Murry con los textos de Mansfield dio como resultado un sostenido ingreso económico para el editor, también lo expuso a un sinnúmero de críticas. «Lo bueno y lo malo estuvieron inextricablemente mezclados en su trabajo sobre los materiales de ella. Transcribió, editó y escribió comentarios sin parar, pero en una manera que alentó un interés sentimental y a veces falsamente místico del talento de Mansfield. No logró mantenerse a sí mismo fuera de cuadro, abordando el desarrollo del arte de ella siempre en relación con el desarrollo de los sentimientos de ella hacia él. Fue acusado de ganar dinero con su muerte y se puso en contra a muchas personas que antes estaban muy a favor de la obra de Katherine, provocando rechazo al mismo tiempo que la volvía más conocida. Finalmente, al publicar más y más material de los papeles privados de su esposa, fue inevitable revelar tensiones del matrimonio, y él se puso públicamente en el papel del marido fallido. Pero peor hubiera sido que dijeran, si lo hubieran sabido, que Murry estaba ignorando las instrucciones de ella de “romper y quemar lo más posible” […]. A menudo Murry citó (mal) la última oración de la carta de ella, que recibió póstumamente, en la que decía “siento que ninguna otra pareja de amantes han caminado por la tierra con más alegría que nosotros, a pesar de todo”, pero nunca imprimió la carta completa, porque eso implicaba hacer público que ella no quería que él “mostrara la cocina” de su creación.»1

Pero, alto, tampoco exageremos: Murry no falsificó el contenido, no inventó nada. Simplemente tomó todo el material que tenía disponible y lo cortó y pegó, omitió algunas cosas e intercaló otras, y creó así una versión posible de los diarios y borradores de Katherine. Lo cierto es que el producto final no fue estrictamente creado por ella: la conversación entre fragmentos es toda de Murry. Pero incluso la edición «definitiva» de los Diarios del 54 omitía mucho material. Es recién en 1997 que se publica The Katherine Mansfield Notebooks: Complete Edition, a cargo de Margaret Scott, pero esta versión, que tiene la virtud de ser completa, tiene un defecto: es muy ardua, por ser una transcripción en bruto. Recién en 2016 Gerri Kimber y Claire Davison editaron The Diaries of Katherine Mansfield, una edición crítica de los diarios y los cuadernos, que forma parte de los Collected Works of Katherine Mansfield, publicados por Edinburgh Press.

Pero tienen razón los lectores. Esta es una explicación demasiado larga para algo que es, por el momento, irremediable: la única versión en español de los diarios que tenemos es la de 1927. ¿Es tan malo leer lo que tenemos? La respuesta es, obviamente, que no, si uno los lee sabiendo lo que está leyendo, si está al tanto del papel de John Murry y si, al menos, toda la situación le despierta la curiosidad por saber más. Es raro, sin embargo, que la edición de Chai Editora omita cualquier referencia a esta problemática, a pesar de contar con un prólogo a cargo de Cecilia Fanti que, a lo sumo, se atreve a postular un tímido «si le creemos a John Murry». Y no, claro que no le creemos. Pero igual leemos.

Será invariable la presencia soberana de la escritora, la de su inteligencia infinita y también la de su malicia y sus mil caras. Estarán allí su mirada aguda, su dolor, su poética, su enfermedad. Estarán los apuntes para más tarde: descripciones, sensaciones, ideas, siempre originales. También sus lecturas y sus críticas, tan lúcidas. Estará, por fin, su cualidad de ser extraordinaria, en el sentido más literal del término: su vida inusual, esa libertad tan fuera de época, tan pionera. Y estará, a fin de cuentas, la posibilidad de ver su mente funcionando, en toda su excepcionalidad. Eso sigue siendo un privilegio, por más John Murry que se interponga. O, como escribió Virginia Woolf ante la noticia de su muerte: «El diario termina con las palabras: “Todo está bien”. Y, dado que murió tres meses después, es tentador pensar que las palabras representaban alguna conclusión a la que la enfermedad y la intensidad de su propia naturaleza la llevaron a encontrar a una edad en la que la mayoría de nosotros vagamos entre esas apariencias e impresiones, esas diversiones y sensaciones que nadie había amado más que ella».

1. C. K. Stead, introducción a Letters and Journals of Katherine Mansfield, Penguin, Nueva York, 1977, págs. 10-11.

2. Virginia Woolf, «A Terribly Sensitive Mind», The Art of Fiction, 2013.

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