Noche de cierre en Brecha. La normalidad está alterada, y no por culpa del feriado. No estamos esperando que Fermín cruce la puerta trayendo su caricatura de Sebastián Marset, con sus filosos comentarios sobre el misterio de la entrega del pasaporte o sobre cómo habrá cambiado el mundo que hoy día PCU es Primer Cartel Uruguayo, en lugar de Partido Comunista del Uruguay. No, estamos esperando recibir la noticia de su muerte.
A las diez de la noche, cuando ya casi no hay tiempo, Ombú entra por la ventana, nos alcanza una caricatura editorial sobre su muerte, con un aguda observación sobre la confusión que reinó a lo largo de todo este feriado acerca de si realmente era verdad que Ombú había muerto, y sobre si realmente era verdad que el 25 de agosto es el día de la independencia uruguaya. Se dibujó como el gato de Schrödinger y, por supuesto, citó a Mark Twain.
El dibujo era bueno, la noticia, mala. No queremos que Fermín se muera. Es demasiado perder así a uno de los mejores periodistas uruguayos, a uno de los mejores dibujantes, a uno de los mejores. Pero Fermín se está muriendo y con él muere tanto talento, tanta memoria, tantos proyectos, tanta historia. ¿Cómo se escribe el obituario de un hombre? ¿Cómo se conjura su historia en unos pocos minutos?
Pero en este momento somos periodistas, no amigos, no compañeros. Y sentimos la presencia de Fermín a nuestro lado, advirtiéndonos que ¡Hojo!, que se murió justo el año del centenario de Homero Alsina y que, como también publicaba sus dibujos en el Cultural, la primera persona, las preguntas retóricas y escribir hojo con h están desaconsejadas.
Pero hay que avisarle a los lectores de Brecha. Hay que avisarles que somos más pobres, pero más valientes. ¿Cómo se le avisa a los lectores que no estamos escribiendo esta contratapa porque se murió un periodista, otro más, ¡mueren tantos!, sino porque ya no van a encontrar sus dibujos editoriales, que muchas veces echaban una luz más potente sobre los temas de que trataba que los miles de caracteres que habíamos escrito los periodistas de teclado? Tenemos la terrible tarea de avisarles que ya no van a ver las notas de cultura con esos retratos de manos enormes y líneas rectas, con acentos inusuales –una mirada, un gesto captado al vuelo, un detalle que ilustraba el alma del retratado-, de decirles que ese montón de proteínas y agua y elán vital que se llamó Fermín Hontou ya no es más hacia el futuro, pero sigue siendo hacia el pasado para ayudarnos a entendernos, a saber quiénes somos y quiénes debemos ser, si logramos entender quiénes fuimos.
Siempre resulta extraño que los dibujantes no sean los sabios de la tribu, cuando es tan claro que tienen no solo el don de la clarividencia, sino un poder único que es el de representar con tres líneas, ideas extremadamente complejas. Fermín tenía, además, otras ventajas: no solamente era uno de los periodistas más responsables e informados, sino que podía conectar lo que leía con una vasta cultura humanística y con un conocimiento y comprensión profundos de la historia cultural uruguaya que había vivido como protagonista directo.
Había participado de la gestación de la revista El Dedo -de hecho, fue el creador de la«mascota» de la revista- y en la que publicó la excelente adaptación de Rodríguez, de Paco Espínola, un trabajo que ni Breccia hubiera hecho mejor. Sin embargo, no se quedó en Montevideo para disfrutar del pequeño terremoto que significó la aparición de una revista satírica en plena dictadura, sino que partió a México, donde el impacto de la larga tradición historietística de ese país sería una referencia que lo marcaría para toda la vida. A su regreso se sumó a la vigorosa revista Guambia, desde la que recuperó con El Manicero la costumbre de tener fieles escuderos como Dilo, con quien había creado esa maravilla que fue «Las aventuras de Juan el Zorro», en Patatín y Patatán, una adaptación del texto de Serafín J. García que todavía resulta increíble que se haya publicado en plena dictadura. Otra dupla, orientada a su función docente, cuyo impacto queda todavía por mensurar, es la que formó con Tunda Prada en su Taller de Caricatura e Historieta. Pero ya nos encargaremos.
Ya escribiremos las notas que no tengan que traer esta noticia triste, las notas que nos permitan valorar lo que hizo Fermín Hontou, que murió hoy, a los 65 años. Por qué fue único, qué razones hay para postular que representaba a uno de los últimos exponentes del periodismo gráfico nacional, quiénes son sus discípulos, cuál es, a nuestro juicio, su mejor legado.
Ya veremos mañana, cuando podamos dejar de pensar en todo lo que hemos perdido hoy.
Ahora, solamente, finalizar esta despedida imperfecta con un texto que describe cómo hubiésemos querido que fuese este día y cuánto estaríamos dispuestos a entregar para que este hubiese sido el relato del cierre de hoy.
Es el mejor momento del jueves. Ya es de noche cuando Fermín baja de su altillo de Brecha con el dibujo de la edición del día siguiente. Siempre hay alguien que lo intercepta antes de que pueda llegar a la oficina del secretario de Redacción: «A ver, ¿me mostrás?». Ombú extiende el dibujo con una media sonrisa. Se empieza a juntar gente que mira seria y en silencio. Hay siempre una pausa, como si todos contuvieran la respiración un instante. Luego, rompen los comentarios y, a veces, las risas. Cuando el grupo se disuelve siempre queda la impresión de que hay alguno que siempre estuvo serio y en silencio. Nunca nadie sabe quién.