Hace ya mucho tiempo que no andaba para esos trotes, pero de haber tenido un par de décadas menos, quizás no tanto, seguramente Juan Carlos Mechoso, anarco de fierro, hubiera marchado el martes 10 por el centro de Montevideo junto a la coordinadora de ollas populares. Ese mismo martes, Mechoso murió en «su» barrio del Cerro. Tenía 93 años y un pasado libertario de todas las horas, casi desde que, cuando era niño, llegó a Montevideo desde su Trinidad natal y el familión se instaló en La Teja. Como buen anarco de los barrios obreros de aquellos tiempos, fue autodidacta («me instruí solito, leyendo y aprendiendo de las experiencias de los ateneos, de las sociedades de resistencia, de los grupos callejeros de música y teatro que educaban a los trabajadores que no podían ir a la escuela o al liceo, y de los viejos militantes que nos contaban una vida de lucha y que nos enseñaban a veces más que los libros»,1 comentó un día del invierno de 2014, sentado en el desvencijado sofá de su casa cerrense). Y fue mandadero, canillita, linotipista, «todos oficios propios de los libertarios de entonces», y trabajador de la carne: «La Teja, el Cerro eran barrios fabriles y de trabajadores organizados. Peleábamos la vida, nos las arreglábamos de mil maneras, muchas veces en las fronteras de todo, pero creo que la gente tenía una dignidad de aquellas». Mechoso nostalgiaba esos años de luchas en el Paralelo 38, de barricadas, ocupaciones, enfrentamientos con carneros y policías, miles de personas movilizadas en las calles, camaraderías de asados, tenidas y discusiones: «Con los compañeros nos peleábamos como en una gran familia. A veces duro, pero había como un sentido de pertenencia». En los primeros 50 participó en la fundación del Ateneo del Cerro, llegó a ser referente de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), de la Organización Popular Revolucionaria 33, cayó preso en 1972 y pasó 13 años en las cárceles de la dictadura, hasta 1985. Hacía ya nueve años que su hermano Alberto (Pocho) y muchos de sus antiguos compañeros, «hermanos del alma», habían desaparecido en Buenos Aires. Tiempo después, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificaría como perteneciente a Pocho uno de los cuerpos fondeados en un barril por la patota argentino-uruguaya que había operado en Automotores Orletti. En enero de 2013, Alberto fue velado entre banderas rojinegras en el Ateneo del Cerro. Nunca pudo Juan Carlos digerir la «deriva» de su hermano y otros de sus amigos libertarios más queridos hacia un «esquema de partido» que daría origen al Partido por la Victoria del Pueblo. «No estuve allí, no puedo hablar de esas discusiones», diría. Esa incomprensión quedó de manifiesto en su monumental Acción directa anarquista: una historia de FAU, publicada por editorial Recortes en 2002, o en sus declaraciones para Juan Carlos Mechoso: anarquista, la biografía de María Eugenia Jung y Universindo Rodríguez, editada por Trilce en 2006.
Desde que salió de la cárcel, Juan Carlos Mechoso dedicó buena parte de su vida a reconstruir la FAU, a tejer lazos con organizaciones similares de la región, sobre todo en Brasil, y a trabajar junto con jóvenes en el Ateneo del Cerro. El barrio ya no era el mismo –las chimeneas de las fábricas fueron desapareciendo, «ahora la gente de acá está totalmente precarizada», decía– y a él le pesaba. Se enfrentaba como podía a los chiquilines que en su vecindario manejaban bocas de pasta base, pero decía que «uno debe adaptarse siempre a las nuevas condiciones de lucha, y esta, la de la droga, es una realidad». Camino al Ateneo, por la calle Grecia, se puede ver en un muro una pintada del grupo ácrata: «¿Dónde están las gurisas desaparecidas del oeste?». Alude a las chiquilinas víctimas de trata. Nuevas desaparecidas. El Ateneo recuerda y homenajea también en sus paredes a los desaparecidos «tradicionales» del Cerro, entre ellos, a Alberto Mechoso. Todo se toca.
En el centro libertario funciona también un merendero (los sábados a las 17.30, tome nota, ministro Lema) y el grupo recoge alimentos para la olla popular La Cumparsita. De haber sido más joven y haber podido estar en la marcha del martes, Mechoso seguramente habría gritado su bronca, su ira al gobierno más abierta y petulantemente clasista de los últimos tiempos en el Uruguay.
1. Este y los siguientes fragmentos entrecomillados corresponden a una entrevista inédita del autor.