Mentira y verdad - Semanario Brecha

Mentira y verdad

The Wife. Björn Runge, Suecia, 2017.

The Wife. Björn Runge, Suecia, 2017.

Joan (Glenn Close) y Joe Castleman (Jonathan Pryce) tienen un matrimonio de más de cuarenta años. Él es un escritor famoso, y ella, la esposa correcta, gentil, bella, apropiadísima para ese papel de compañera del genio. Tienen una hija que pronto será madre, y un hijo que pretende ser escritor. Todo comienza en las vísperas de que a Joe le otorguen el Nobel de literatura: hay que ver a los dos veteranos saltando sobre la cama, festejando el galardón. Lo que sigue será el viaje a Estocolmo, adonde también va el disconforme hijo, que espera más bien inútilmente la aprobación de su padre para sus pininos como escritor; el encuentro en el avión con un periodista chismoso (Christian Slater) que pretende hacer una biografía sobre el novel Nobel y acuña ciertas perspectivas intrigantes sobre él; la estadía en la capital sueca, y los preparativos para la gran ceremonia. Pero a lo largo de esos preparativos, que incluyen encuentros con admiradores incondicionales del inminente premiado, empieza a instalarse una incomodidad creciente en la mujer, que es delatada por mínimos gestos y expresiones de la actriz. Sucesivos raccontos darán cuenta de la vida anterior de la pareja y de la renuncia de ella a convertirse en escritora, supeditándose al narcisismo de él, convirtiéndose en su sombra benefactora.

Glenn Close es, ciertamente, una actriz formidable. Y Jonathan Pryce es, a su vez, un actor formidable. Ambos dan a sus personajes una carnadura infinitamente superior a la materia que esos personajes animan. (Los grandes actores de cine, que no es teatro, con esa mirada cercana de la cámara pueden dar, y este es el caso, todo un arco de sentimientos y emociones que ya constituyen en sí un relato, a veces un comentario, de lo que sucede, y no se ve.) Casi –o sin casi– esta materia es un alegato feminista sobre la asunción de las mujeres de un lugar subordinado junto al macho alfa que les tocó en suerte, poniendo a la buena fortuna de la relación de pareja mucho más arriba que cualquier otro sentimiento de definición existencial. Una forma de ser que indica dejar de ser para poder conservar, para animar y levantar a ese ser esencialmente débil, al fin no tan alfa como las apariencias demuestran, y que sin esa “animación” se desmoronaría.

El asunto, una impostura vital y amorosa, puede parecer ingenioso y profundo, pero quizá debería haberse remitido a situaciones bastante anteriores a 1992. (Por cierto, ese año el Nobel le correspondió a Derek Walcott, un poeta anglocaribeño, por lo tanto funcionalmente ignorado por los no hiperinformados.) Porque a fines de los años cincuenta, cuando el aspirante a escritor y la aspirante a escritora –en esta película– comenzaban su periplo profesional y amoroso, había ya muchas mujeres escritoras muy publicadas y exitosas, e incluso, aunque minoritarias, beneficiarias del Nobel, como para que alguien inteligente o medianamente informado se tomara en serio lo que Elizabeth McGovern –en el filme una escritora respetada en pocos y elitistas círculos, pero leída por casi nadie– le espeta a una joven e ingenua Joan: “Por ser mujer nadie te publica, nadie te considera, nadie te toma en cuenta”.

La novela de Meg Wolitzer publicada en 2003 es la base de esta película1 dirigida por el sueco Björn Runge con estilo clásico, conservador y cuidadoso, atento sobre todo –y lo bien que hizo– al desempeño de los dos monstruos escénicos que tenía en la mira de su cámara. Una cosa muy rara. Situaciones que no se pueden creer sin una dosis mediana de ingenuidad bienpensante. Personajes que se creen, porque vibran, existen, son, más allá de la trama voluntarista que los posibilita y contiene. Misterios del cine.

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