En una de las escenas más memorables de esta película, Sebastián, ciego de nacimiento, habla exhaustivamente del entorno que lo rodea. Con una precisión asombrosa describe la ubicación de una transitada carretera cercana, la distancia que lo separa de las ranas que croan, escondidas en alguna ribera de la gran laguna que se encuentra frente a él. Pero la descripción no es infalible: «Este lugar no tiene árboles, por lo que puedo darme cuenta», asegura Seba. Un movimiento de cámara paulatino va dando cuenta de que sí hay varios árboles, insoslayables, a la distancia.
El fragmento es ejemplar de un acercamiento documental honesto, alejado de los discursos idealizadores de la discapacidad, aquellos que piensan la ceguera como un superpoder que permite acceder a un estadio de sensibilidad superior o que, al carecer de vista, se desarrollan sentidos extraordinarios que permitirían experimentar el mundo de forma más rica. Por supuesto, Sebastián tiene grandes habilidades, pero tampoco deja de tener sus limitantes. Esta película, de Marco Bentancor y Alejandro Rocchi, transita con altura una experiencia agridulce, repleta de dolores y dichas extremos sin caer en discursos paternalistas, miserabilistas o innecesariamente edulcorados en torno a una temática naturalmente espinosa.
Asimismo, es notable que, en el íntimo acercamiento al recorrido vital de Noelia Baillo –ciega desde los 29 años a causa de la diabetes– y en un devenir que, más que con escollos cuenta con verdaderas catástrofes, se vislumbre una muy sentida y auténtica historia de adaptación y superación, de debilidades y fortalezas, y, por supuesto, de mucha luz y oscuridad. Noelia llega incluso a evocar la idea de la muerte como opción, y su relato no elude los abismos de la depresión, la inseguridad y la culpa asociadas con esta clase de circunstancias. De la misma manera y en las antípodas del espectro emocional, son notablemente representados aquellos momentos de conciliación con la vida, de alivio y de una formidable plenitud.
Los cineastas Bentancor y Rocchi, fundadores de su propia productora, Polisemia Pictures, desde hace años se desempeñan en la creación de cortometrajes, en los que han transitado géneros como el thriller y el terror, así como diferentes abordajes documentales. Entre los últimos, cabe destacar El niño del trineo (2011), uno de los mejores cortos realizados en nuestro país en lo que va del siglo. Para la realización de Volver a la luz, decidieron hacer sus entrevistas registrándolas en estudios de sonido, sin prender nunca una cámara. La película fue originalmente sonora y se aseguraron de que fuera eficaz. Pero el contrapunto de lo auditivo con las imágenes es sorprendente, y los creadores se valen de un sinfín de herramientas audiovisuales que amplifican el espectro simbólico. Flashes intermitentes, juegos de luz con momentos de negro total, blanco y negro, imágenes difuminadas, ralentis, picados cenitales desde drones, proyecciones de videos sobre arbustos, cortes de transición y muchos otros inteligentes recursos de montaje y puesta en escena ofrecen al espectador, además de un estimulante ejercicio de sugerencia, un auténtico poema experimental. Las funciones de Volver a la luz en Cinemateca cuentan con dispositivos de audiodescripción; se utilizan tecnologías diseñadas para ayudar a personas con discapacidad visual a disfrutar de esta notable experiencia.