Naufragar es necesario - Semanario Brecha
Cine. En cartelera: Asfixiados, de Luciano Podcaminsky

Naufragar es necesario

DIFUSIÓN

Es realmente formidable asistir a la composición que hace Leonardo Sbaraglia de su personaje en esta película. El tono de su actuación se sitúa entre el realismo y la autoconciencia, en un ejercicio de enorme dificultad que desborda talento e ironía y nos recuerda a grandes intérpretes del cine italiano, como Marcello Mastroianni o Vittorio Gassman. De hecho, la comparación tiene sentido porque la estructura de Asfixiados (Argentina, 2023) coquetea con formas clásicas de la comedia italiana, con sus largos diálogos entre los protagonistas y metáforas muy evidentes y sencillas para ilustrar las etapas del conflicto: la vida como un viaje incierto en medio del mar; el entorno soleado y paradisíaco hasta que llega la tormenta; el enrarecimiento de los vínculos que culmina en un clímax de aislamiento y naufragio. La influencia de cineastas como Monicelli, Pietrangeli o Risi puede verse también en la apuesta a la corporalidad, ya que tanto la dupla principal, conformada por Sbaraglia y Julieta Díaz, como los personajes secundarios interpretados por Marco Antonio Caponi y Zoe Hochbaum están filmados desde muy cerca y en todos los ángulos posibles, y son puro cuerpo: podemos apreciar las pieles, la respiración, los pequeños movimientos, las miradas, la sensualidad de sus posiciones en el encuadre y en relación con los fondos, en general portadores de una belleza tranquila y hegemónica (una casa increíble, un hermoso yate, el mar y el cielo) que contrasta con la crispación o el agotamiento que, más allá de lo dicho, esos cuerpos exhiben.

Toda la película es muy high class: un productor rico y su mujer se van con una pareja de amigos en un viaje en barco para descansar y conectar entre ellos, aunque él no para de trabajar –está por concretar la presencia de Natalia Oreiro en su próxima serie– y ella se encuentra complotando a sus espaldas con la hija de ambos para irse por un año a una beca en Italia. El retrato de clase alcanza un cinismo interesante, que se apoya en la actuación de Sbaraglia y funciona muy bien sobre todo en la primera mitad; después se diluye hacia un absurdo intimista notoriamente menos efectivo en su repetición y obviedad, que hace perder al planteo su potencia inicial. Sin embargo, en el derrotero de la pareja hacia la tormenta de reconocer que su matrimonio está acabado, hay algunos momentos que alcanzan gran emotividad, como ese diálogo en el que ella, abrumada por la lejanía y la incomunicación entre ambos, expresa: «Lo más fácil de todo era estar juntos, ¿te acordás? Era lo que mejor nos salía».

La apuesta fotográfica a las tomas preciosistas con drones y grúas no aporta mucho a la construcción dramática, y la cosa funciona mucho mejor cuando el director olvida sus aspiraciones publicitarias y se centra en esa corporalidad que su elenco ostenta con soltura y gracia. Es justo decir que la alternancia entre los diversos espacios dentro del yate está muy bien lograda, aun tratándose de sitios pequeños, y así el montaje encuentra un ritmo continuo, eficiente a lo largo de toda la narrativa. Y es que, aunque el tema esté trillado y el guion haga agua –literalmente– en varias partes, la película tiene ese plus de dejarnos ver, sin ninguna histeria ni apuro, a dos fantásticos actores haciendo todo su proceso dramático, y esa austera confianza en los diálogos y las pequeñas viñetas entre ambos se disfruta y agradece. Así, lo menos logrado es el final trunco, sin reflexión, bajada o anticlímax, que nos amputa la posibilidad de quedarnos con un desenlace menos cerebral y más cercano a los personajes. Como espectadora, me quedó la sensación de que, con un rato más de historia, la película podría haber crecido exponencialmente, en lugar de naufragar así, un poco estrepitosa, hacia el olvido.

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