No es una distopía, es un mundo asfixiado - Semanario Brecha
La explotación de la naturaleza en el origen de la pandemia

No es una distopía, es un mundo asfixiado

Desde la comunidad científica se señala la alteración radical de los ecosistemas causada por los humanos como factor decisivo para que nos encontremos en esta crisis mundial. Detrás del coronavirus, el avance arrollador del mercado sobre el ambiente.

Escena en la ciudad india Allahabad, el 13 de abril, durante la cuarentena decretada por la pandemia de covid-19 en el país / Foto: Afp, Sanjay Kanojia

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya alertaba en 2018 del riesgo de una infección descontrolada, una “enfermedad X”, como la que está causando el coronavirus, con “poca capacidad de control de los países”. El origen del brote y la vía de transmisión de la enfermedad covid-19 aún se desconocen, pero las voces científicas apuntan al salto de un patógeno de un animal hacia el ser humano, una zoonosis, explicó a Brecha Fernando Valladares, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Entre el 60 y el 75 por ciento de las enfermedades infecciosas en humanos aparecidas en las últimas décadas son zoonóticas, según los últimos datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Su directora adjunta, Inger Andersen, ha alertado que “nunca habían existido tantas oportunidades para que los patógenos pasaran de los animales silvestres y domésticos a las personas”. “Es una combinación de muchos factores”, aseguró Valladares. Sin embargo, como telón de fondo está la destrucción de la naturaleza y la pérdida de biodiversidad. También el tráfico ilegal de especies, muchas en peligro de extinción, y una ganadería intensiva con condiciones sanitarias no seguras. El denominador común: “la huella humana”, apuntó el investigador del CSIC.

HUELLA HUMANA. En un ecosistema sano, muchos organismos y especies hacen de barrera natural, controlan los virus y estos pierden conectividad. Es decir, “no pueden propagarse tan fácilmente en los seres humanos porque se alojan en especies que no les son favorables,” explicó Valladares. “Cuanto menos biodiversidad, más riesgo de transmisión de enfermedades”, señaló a Brecha Cristina O’Callaghan Gordo, investigadora del Institute for Global Health (IGH) y de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universidad Abierta de Cataluña.

El último Índice Planeta Vivo (2018), de la ONG Fondo Mundial para la Naturaleza, no tiene buenas noticias en ese sentido. Muestra que la biodiversidad disminuye a un “ritmo alarmante”: las poblaciones de vertebrados, por ejemplo, han disminuido en un 60 por ciento entre 1970 y 2014, fruto de la paulatina destrucción de hábitats, la sobreexplotación de recursos, la contaminación y la emergencia climática. Una reducción que se agudiza en los trópicos, con América del Sur y América Central como las regiones que más la han sufrido en el mismo período: un 89 por ciento.

El origen del ébola es un ejemplo de ello, explicó Valladares. El virus surgió en África Central tras la pérdida de bosques como resultado de la actividad humana, lo que condujo a un contacto más cercano entre la vida silvestre y las personas. La Amazonia es otro foco de preocupación, pero, como todas las zonas tropicales, tiene sus propios mecanismos de control y regulación. “Un bosque amazónico funcionando bien y con todas sus especies de depredadores nos hace estar tranquilos”, añadió el investigador del CSIC. En definitiva, “cuando alteramos el sistema, lo estamos simplificando y eso lo vuelve mucho más peligroso”, alertó.

EL SALTO. Los patógenos no aparecen de repente. De hecho, convivimos con ellos. El problema aparece cuando aumentan las condiciones para que estos hagan el salto hacia las personas, es decir, cuando aumenta la carga vírica. Los patógenos se descontrolan cuando en los animales se debilita el sistema inmune. “Los animales que son trasladados a los mercados o están muchos días encerrados en jaulas, con mala alimentación y estresados, aumentan su carga”, detalla Valladares. Lo mismo ocurre con algunos sistemas de ganadería intensivos que no tienen condiciones sanitarias adecuadas.

Además, la diversidad genética, que hace de cortafuego natural, y el número de huéspedes intermedios en la cadena de contagio también ayudan a controlar esa carga vírica. Valladares pone de ejemplo la enfermedad de Lyme, que tiene su origen en la garrapata. La existencia de las zarigüeyas en América del Norte hacía que la carga vírica de la garrapata se controlara y su salto hacia los seres humanos fuera menos probable. “A medida que fueron desapareciendo las zarigüeyas, fue aumentando la enfermedad, porque no teníamos ese cortafuego”, explicó el investigador a este semanario.

UNA VIEJA HISTORIA. La situación que vivimos en plena pandemia de coronavirus parece salida de una distopía, pero muchas de sus causas ya existían; así lo creen los científicos entrevistados. Sobre la desaparición de especies como la zarigüeya, Valladares asegura: “No hemos sido conscientes de su importancia. Nos parecían especies anecdóticas, pero resulta que estaban bajando la incidencia de las enfermedades”, como el ébola, el zika, la fiebre de Lassa y el síndrome Mers-CoV, incluidas todas ellas en la lista de la OMS de los patógenos infecciosos más peligrosos.

Una de las grandes diferencias entre el Sars-Cov-2 y otros virus surgidos en las últimas décadas es que la capacidad de transmisión del primero es mucho mayor. Sin embargo, “ya hace tiempo que la gente que se dedica a la detección de nuevas enfermedades avisaba que se estaban dando las condiciones ideales para que surgiera un patógeno como este”, insistió O’Callaghan.

SALUD PLANETARIA. “Se empezó a hablar de salud planetaria más o menos en 2015”, comentó la investigadora del IGH. El concepto surgió al ver la evolución de los sistemas naturales y su relación con la salud de la humanidad. “En los últimos 150 años nuestra salud ha mejorado a expensas del entorno y hemos llegado a un punto en que empezamos a ver que si seguimos esta tendencia de explotación de los sistemas naturales estamos en riesgo de perder todo lo ganado”, explicó O’Callaghan. Y advirtió: “Nos hemos podido permitir unos años de vivir de rentas o de hipotecar nuestra salud y ahora vemos que esto no puede seguir así”.

“Lo que plantea la concepción de salud planetaria es que lo que es bueno para la salud debe ser bueno para el planeta; si no, no es real que sea bueno”, insistió la investigadora. Desde su punto de vista, ciencia, investigación y trabajo interdisciplinar son fundamentales. Ella misma trabaja con expertos de otros ámbitos, como el legal, el tecnológico, el social y el económico, para buscar lo que llama “soluciones viables”, “ya que en el ámbito de la salud no siempre se tienen en cuenta muchos otros aspectos que son claves, y lo mismo al revés”.

RETOS. “Quiero huir del discurso catastrófico”, expresó Valladares. Restaurar los ecosistemas, recuperar su funcionalidad e ir reduciendo la destrucción de hábitats forestales son algunos de los pasos a seguir. “El riesgo está ahí y de entrada hay que actuar, pero no esperar a 2030 para hacer el resto. Hemos visto lo importantes que son estas cuestiones. Hay que invertir dinero, esfuerzo y tiempo en estos cambios, porque son lo que puede evitar problemas”, defendió.

Para ambos investigadores, la acción debe ser conjunta entre lo individual y lo político. “Necesitamos políticas y acciones que nos sirvan para prevenir, ya que vamos a peor, y mitigar lo que ya está mal hecho”, sostuvo O’Callaghan. Por su parte, Valladares defendió la necesidad de revisar nuestra relación con el medioambiente: “No hay mejor servicio de protección ante pandemias que la naturaleza conservada”. Mientras, cuando parece que todo se ha detenido, el verde se abre paso en muchos puntos del planeta donde reina el gris del cemento, y se vuelven habituales las imágenes de delfines en los canales de Venecia, pumas en las calles de Santiago de Chile, ciervos en medio de Nara (Japón), pavos reales en Madrid y zorros en Bogotá, ciudades donde el ruido y el movimiento se han desvanecido. Están ahí y piden que dejemos de asfixiarlos.

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