En agosto, un juez formalizó la investigación contra Carlos Musso, artista plástico y profesor universitario, «por un delito de injuria en concurso formal con un delito de incitación al odio, desprecio o violencia hacia determinadas personas», disponiendo medidas cautelares.
El «caso» venía de mayo, cuando Pablo da Silveira, titular del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), denunció públicamente a Musso por una foto de la directora de Cultura, Mariana Wainstein, difundida en Instagram, acompañada con la leyenda «nazi». Da Silveira sostenía: «Este señor, que trata de nazi a la directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein, es profesor grado 5 de la Universidad de la República. Mariana es judía». El comentario recuerda la enciclopedia china borgesiana, con su imposible clasificación de los animales. ¿Qué tiene que ver que uno sea grado 5 de la universidad y que otra sea judía? ¿Acaso existen en Instagram protocolos de conducta ideológico-discursiva específicos para los grados 5, los 4, los 3, los 2 y los 1, o para los grados 5 jubilados, o los grados 3 con ganas de jubilarse, o los grados 2 con pereza de concursar? La escala docente en la universidad no se relaciona con posiciones o conductas o responsabilidades políticas. Por otra parte, la referencia ministerial a «Mariana» que «es judía», ¿qué tiene que ver con que Musso sea grado 5? ¿Qué tiene que ver un grado alto de la escala docente universitaria con una de las tres principales religiones monoteístas? Pues nada, o lo mismo que tienen que ver los animales de la enciclopedia china imaginada por Borges.
La carencia de relación no significa carencia de efectos. Da Silveira, con su referencia al grado 5, hace como los adultos pueriles, que pretenden abochornar a bajo costo («ay, tan mayor y todavía no se casó», «ay, es profesor y no puede calcular mentalmente cuánto es 457,87 por 798,05»). Da Silveira, con su tradicional odio a la Universidad de la República, no iba a desperdiciar la oportunidad de mostrar cómo sus grados 5 (para muestra basta uno) trataban a «Mariana» que es «judía».
Por otra parte, en este «caso», armado porque alguien trató de «nazi» a «Mariana», ¿qué tiene que ver que «Mariana» sea «judía»? Dicho de otro modo, ¿desde cuándo tratar de nazi es «un delito de injuria que incita al odio»? Semanas atrás, la Justicia alemana juzgó a una mujer casi centenaria, exdactilógrafa en un campo de exterminio. La acusada negaba haber sido nazi y haber tenido responsabilidad en el exterminio de los judíos, los resistentes polacos y los soldados soviéticos masacrados en ese campo; había sido solo dactilógrafa, no había sido nazi. La acusación, claro está, insistía en su responsabilidad y buscaba su condena, como dactilógrafa.
Porque ¿qué condiciones es necesario reunir para poder ser tratado de nazi o de milico o de racionalista? ¿Acaso es «un delito de injuria […] incitación al odio, desprecio o violencia» tratar de milico a un milico tipo maninirí? Y si, en vez de ser un maninirí, ¿es un fernandezhuí? ¿Es un delito de incitación al odio tratar de milico a un exrehén de los milicos? ¿Es un delito de incitación al odio tratar de engreído, vanidoso e ignorante a quien se autopercibe modesto, sabio y benefactor de la humanidad? ¿Es un delito de incitación al odio tratar de vendepatria a quien se autopercibe indispensable patriota? Tratar a alguien de nazi, milico o vendepatria, ¿constituye un delito de injuria o es una forma elementalmente metafórica de juicio político?
En otros términos, ¿qué hace de nazi un delito de injuria? En la apertura del «caso» realizada por Da Silveira, claramente, el delito se constituye cuando se incurre en una suerte de incompatibilidad conceptual, o ancestral, o genética, o bíblica o civilizatoria o psicológica que sostendría la imposibilidad absoluta del ser judío y del ser nazi y, en consecuencia, la prohibición judicial de juntar ambos términos (tratar de nazi a un judío o tratar de judío a un nazi), porque sería juntar algo imposibilitado de existir.
Desafortunadamente, la historia no le da la razón a Da Silveira, y me limitaré a un solo ejemplo. El 2 de diciembre de 1948, es decir, a siete meses de proclamado el Estado de Israel en Tel Aviv, y a tres años del fin de la Segunda Guerra Mundial y del «descubrimiento» del exterminio perpetrado por los nazis, el New York Times publicó una carta firmada por una treintena de intelectuales judíos que alertaban sobre la visita de Menájem Beguín a Estados Unidos, directamente acusado, él y los suyos, de «nazi», de «predicar abiertamente la doctrina del Estado fascista», de «partido terrorista», de «bandas terroristas», de «gángsters», y llamaban a no colaborar con su colecta de fondos. Escriben los denunciantes: «Entre los fenómenos políticos más inquietantes de nuestra época se encuentra la aparición, en el Estado recientemente creado de Israel, del “Partido de la Libertad”, un partido político estrechamente emparentado en su organización, sus métodos, su filosofía política y su sesgo social con los partidos Nazi y fascistas. Formado por miembros y partidarios del ex Irgun Zvai Leumi, una organización terrorista de extrema derecha y nacionalista en Palestina». La alerta de Albert Einstein, I. J. Schoenberg, Zelig S. Harris, Hannah Arendt y demás redactores fue tan clara como desoída: «Es con sus acciones que el partido terrorista delata su verdadero carácter; por sus acciones pasadas podemos juzgar lo que podría hacer en el futuro».
Este ejemplo dista de ser anecdótico, porque Beguín, la persona tratada de «nazi» por los intelectuales judíos afincados en Estados Unidos, no fue un accidente infausto en la historia de Israel, sino un pilar: integró el parlamento, fue ministro sin cartera, ministro de Defensa, primer ministro, y condujo las negociaciones de Camp David en que Egipto recuperó el Sinaí, mientras que Israel conservaba los territorios arrebatados en 1967 a libaneses, sirios y palestinos (entre ellos, las alturas de Golán, Gaza y Jerusalén Este).
Dicho de otro modo, contraponer, como hace Da Silveira, la condición de grado 5 de la universidad con la condición de judía, además de ser un pueril cambalache conceptual, es históricamente falso, ya que las críticas que identifican la ideología sionista con la ideología nazifascista han surgido dentro del propio colectivo judío y vienen desde los albores del Estado de Israel.
Entonces, ¿de qué se trata? Como brillantemente explica el historiador israelí Ilan Pappé en su recién publicado Lobbying for Zionism on Both Sides of the Atlantic, el sionismo desde fines del siglo XIX mantiene una constante presión corruptora sobre los sistemas políticos anglosajones. Las comparecencias de Netanyahu en el Congreso estadounidense no son ajenas a ese cabildeo permanente. Sería ceguera pensar que Uruguay está exento.
Así, por ejemplo, la directora de Cultura del MEC organizó en el Museo Nacional de Artes Visuales (institución estatal de gran prestigio) una exposición (de pésima calidad) con imágenes y testimonios sobre «las víctimas de la violencia sexual de Hamás el 7 de octubre», cuya falsedad quedó en evidencia por las investigaciones independientes de la ONU, como la que llevó adelante la excanciller macronista de Francia, e incluso por declaraciones de testigos y militares israelíes.
Se trata, pues, de combinar propaganda sionista –como la exposición de falsedades que organizó Mariana Wainstein en el museo nacional o como la contratación por parte de la Facultad de Humanidades de Alberto Spektorowski, sionista «especialista» en laicidad– con represión lisa y llana cuando la propaganda no cuaja.
Por esto, si bien Carlos Musso pidió disculpas públicas y privadas, aduciendo estar atravesando un mal momento, estas no fueron aceptadas y Wainstein denunció penalmente a Musso, para «que el día de mañana cuando alguien esté mal, no haga algo así». La directora de Cultura otorgó a su denuncia penal un carácter ejemplarizante, preventivo, atemorizante: para que en «el día de mañana» nadie «haga algo así», so pena de tener que soportar las reprimendas pueriles de Da Silveira y las denuncias penales de Wainstein. Para que nadie «haga algo así»: ¿«así» como qué? ¿Como tratar de milico a un maninirí o un fernandezhuí? ¿De vendepatrias a un autopercibido patriota insoslayable? ¿O de nazi a un Menájem Beguín?