Invitada por el colectivo de mujeres afrouruguayas Mizangas, el sábado 13 de junio participé en uno de los convesatorios virtuales del ciclo Acercando Voces Afrofeministas. En él, junto con Nira Pose y Virginia Sequeira, intercambiamos ideas para pensar y discutir varias temáticas vinculadas a la cultura. La propuesta fue importante porque nos obligó a pensarnos juntas en el contexto de la pandemia de covid-19, y nos hizo reflexionar acerca de nuestro presente y futuro como agentes de transformación social.
La cultura es uno de los sectores más perjudicados en este contexto de crisis biopolítica y discursiva que estamos atravesando las personas en todas partes del mundo. Sabemos que será el último sector en reactivarse y que, para las mujeres afro, ser artistas o trabajadoras de la cultura es un desafío real y permanente, ahora agudizado por las emergencias, que han llevado a que se trate el sector como si estuviera enfermo: las narrativas actuales proponen, para la cultura, “medidas paliativas”.
Más allá del covid, los derechos culturales y la ciudadanía cultural no parecen ser puntos de análisis profundo para el actual gobierno,1 y es por eso que debemos insistir en hacernos ciertas preguntas. ¿Qué pasa con las mujeres en este contexto y, en especial, con las mujeres afro, generadoras y articuladoras históricas de la cultura de nuestro país? Cuando se despliegan políticas neoliberales reinan los epistemicidios, esos que Boaventura de Sousa Santos define como la destrucción de saberes propios de los pueblos causada por el colonialismo europeo y norteamericano. Hablamos de la violencia más allá del cuerpo físico, hablamos de seguir invisibilizando los saberes producidos lejos de la lógica hegemónica.2
Se revelan las formas de vida y la violencia psicológica sistémica a las que hemos tenido que sobrevivir los pueblos originarios, las personas afro y las diversidades sexuales. Frente a la explotación histórica del cuerpo físico, sobreponer nuestra fuerza ubuntu3 es estar dispuestos a un proceso de autoconstrucción permanente.
TRUTH. Sojourner Truth vivía en situación de esclavitud, pero se convirtió en abolicionista, escritora y activista de los derechos de la mujer. Ya en 1851 revolcaba al patriarcado cuestionando la Convención de los Derechos de la Mujer en Ohio, Estados Unidos, sentando las bases de lo que hoy llamamos “feminismo negro”:4 “Ese hombre de allí dice que las mujeres necesitan ayuda al subirse a los carruajes, al cruzar las zanjas y que deben tener el mejor sitio en todas partes, ¡pero a mí nadie me ayuda con los carruajes, ni a pasar sobre los charcos, ni me dejan un sitio mejor! ¿Y acaso no soy yo una mujer? ¡Miradme! ¡Mirad mi brazo! He arado y plantado y cosechado, y ningún hombre podía superarme. ¿Y acaso no soy yo una mujer? Conseguí trabajar y comer igual que un hombre –cuando tuve para comer– y también aguanté los latigazos. ¿Y no soy una mujer? He tenido trece hijos, y los vi ser vendidos a casi todos como esclavos, y cuando lloraba con el dolor de una madre ¡nadie, sino Jesús, me escuchaba! ¿Y acaso no soy yo una mujer? Ustedes hablan de esa cosa en la cabeza… ¿Cómo es que le dicen? ¡Eso es, cielo! Intelecto. ¿Qué tiene que ver eso con los derechos de las mujeres o de los negros?”.
PRIVILEGIOS. El epistemicidio también tiene como base la asimilación cultural, el chantaje o imposición por los cuales el Estado ofrece algunos servicios si nuestras comunidades abandonan ciertas prácticas y adoptan otras. Estas políticas de blanqueamiento desarraigan, solapan, callan, nos tapan la boca, nos matan. Lélia Gonzalez fue una feminista afrobrasilera, antropóloga y docente universitaria. Ella nos acerca un análisis fundamental para entender cómo funciona el racismo estructural y la responsabilidad de conocer el privilegio como forma de estratificación social:“Al percibir la jerarquización de conocimientos como producto de la clasificación racial de la población, destaco que quien posee privilegios sociales posee el privilegio epistémico. El racismo se constituye como ‘la ciencia de la superioridad eurocristiana (blanca y patriarcal)’”.5
También en Uruguay está claro que al privilegio social hay que sumarle el privilegio del conocimiento y de la validación histórica de ciertos relatos en desmedro de otros. Por eso, las mujeres afro utilizamos nuestra incidencia en la cultura para recordar que estamos acá, que la hegemonía actual no nos representa. La violencia racial en la que crecimos y vivimos atraviesa los cuerpos, las mentes y los espíritus. Somos las mujeres afro precursoras de la fe, guardianas de la memoria oral de nuestras familias, artistas en todos los ámbitos, gestoras del candombe: somos mujeres con derechos. Estamos vivas, creativas y activas.
El discurso de Truth nos sigue interpelando, la vigencia de sus palabras es sorprendente. Por otra parte, el caso de George Floyd es una muestra del hartazgo de las comunidades afro en todo el mundo, y la base de un continuo y creciente movimiento antirracista en red.
Luego de participar en la propuesta de las compañeras, el 13 de junio soñé con mi abuela Marta. Estaba linda como siempre, con un buzo blanco y una pollera violeta –uno de sus colores favoritos–, sentada en un banco de plaza comiendo una picadita, y yo, un poco más atrás, quería salir del agua. Me estaba ahogando, y ella giraba su cabeza hacia atrás y me gritaba: “¡Hay que luchar! Yo sé que es bravo, pero tenés que luchar”. Me desperté con un dolor de estómago fuerte y no volví a dormir. Ese sueño me remitió de inmediato al cierre del Departamento de Mujeres Afro del Instituto Nacional de las Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social, y me hizo entender que, al menos, debíamos manifestar nuestro desacuerdo con el desmontaje de un mecanismo de equidad racial que operaba en el órgano rector de las políticas de género llevadas adelante por el Estado. El Departamento de Mujeres Afro pasó a formar parte del Departamento de Afrodescendencia del Ministerio, que tendrá una línea de género, otra de familia y otra vinculada a la ley 19.122, que imparte normas para favorecer la participación de las personas afrodescendientes en las áreas educativa y laboral. Según confirmó la coordinadora Amanda Díaz, la problemática étnico-racial se trabajará “de manera transversal”. Lo que antes era un departamento pasará a ser una “línea de trabajo”. Esto también es una forma de epistemicidio.
INJUSTO ES CALLAR. Resulta, al menos, injusto que una jerarca con pocos días de gestión es su nueva área compare el proceso de las mujeres afro con “motores obsoletos de la revolución industrial”, alegando que hay que cambiar los mecanismos políticos y que hay que adaptarse a los cambios. Injusto es ver a gente militante bajar la cabeza porque están necesitando beneficios económicos en este momento de crisis, e injusto es el trato que le estamos dando a la cultura de la diversidad, que hoy está siendo desmantelada en Uruguay.Injusto es callar la injusticia. Debemos poder decir que no a la gestión pública que tiene contratos precarios, a la cultura de elite, al cierre de Usinas y Centros Mec, al abuso policial que sufren las personas afro, a la sedentarización televisiva, al miedo pandémico. Tenemos que decir que no a la violencia de género, al odio racial, al prejuicio y al estereotipo.
Defender nuestra comunidad no es un acto de benevolencia: nuestras prácticas culturales sirven para entendernos mejor como sociedad. Necesitamos presupuesto para sostener la cultura contrahegemónica, necesitamos que las instituciones tengan una real actitud de escucha, necesitamos salas abiertas y espacios para la gestión artística. Y también nos resulta imprescindible refutar la historiografía tradicional de Uruguay, aprendiendo de mujeres como Djamila Ribeiro,6 que también escribe desde su particularidad social, explicitando su lugar de enunciación.
Yo, feminista y artista afrouruguaya, aprendo a luchar más que nunca de mi abuela y con mis compañeras, para que prime nuestro relato. Aunque no les guste, nosotras también los estamos mirando, nosotras también escribimos la historia.
1. Véase “Unos van, otros vienen”, Brecha, 19-VI-20.
2. Carneiro, Aparecida Sueli: “A construção do outro como não-ser como fundamento do ser”, tesis doctoral, Faculdade de Educação da Universidade de São Paulo, 2005; Do Nascimento, Abdias: O genocídio do negro brasileiro, primera edición, 2016. Ellos dos, juntos, elaboran los conceptos a los que me refiero.
3. “Ubuntu” significa ‘fuerza humana inteligente’, que incluye los espíritus, la vida y la muerte. “Ntu” significa ‘ser divino metadinámico’.
4. Discurso de Sojourner Truth, “Não sou uma mulher?”, 2009, https://goo.gl/1eQobC. Texto recopilado por Frances Gages, feminista y compiladora de la nueva ola.
5. Gonzalez, Lélia. ([1988], 2015). “La catégorie politico-culturelle d’amefricanité”.
6. Ribeiro, Djamila: O que é lugar de fala? Letramento, Belo Horizonte, 2017.