1.La inteligencia humana no es natural. Pero tampoco es artificial. Es –se me disculpará, espero, la aparente ingenuidad de este pleonasmo– humana. Es histórica y es social: está construida alrededor de una falla, de un borde, de una contradicción o de un trauma (inconsciente). Y ese trauma es, precisamente, lo humano, lo social o lo histórico: la distancia entre el sujeto y su necesidad; lo insoportable de la libertad y el deseo. Pero la inteligencia artificial sí es natural, así como la inteligencia natural es artificial. Ambas se reúnen en una totalidad orgánica. La naturaleza es tecnológica: baste notar cómo la naturaleza despliega sus máquinas (sistemáticamente, desde el Renacimiento por lo menos) por todas partes y en todos los tiempos: máquinas de respirar, de comer, de desplazarse y de reproducirse; máquinas de fotosíntesis; máquinas biológicas, orgánicas y animadas; máquinas planetarias; máquinas newtonianas; máquinas minerales, gaseosas o líquidas; máquinas dentro de máquinas en la danza perpetua de la adaptación, comunicación, trasmisión, intercambio y transformación. Y la tecnología es natural, en el sentido de que la tecnología siempre amplía, mejora, perfecciona o complementa algún órgano, alguna lógica vital, corporal o metabólica. Y, sobre todo, perfecciona compulsivamente la propia capacidad humana de fabricar sus órganos. Ahí no hay corte ni enigma; ambas (naturaleza y tecnología) son un reflejo pleno o un anologon de la otra en el espejo de la abstracción de las prácticas tecnológicas (productivas, comerciales, militares, etcétera). Podríamos hablar de una inteligencia natural-artificial. Y la catástrofe entonces no es que la inteligencia artificial, dada su superioridad en términos de rendimiento, eficiencia y precisión, cantidad de información que almacena o con la que opera, velocidad de cálculo, de procesamiento y de resolución de problemas (esos son los axiomas que carga el código del funcionamiento de la inteligencia artificial), prolongue, potencie o eventualmente llegue a sustituir a la inteligencia humana. La verdadera catástrofe es que la inteligencia humana ya está operando, y operando cada vez más, como una ciega, neutra y estúpida inteligencia artificial. Códigos, información, algoritmos, cálculo de probabilidades, resolución de problemas, artefactos para la resolución de conflictos sociales, predicción de estados futuros en sistemas complejos. “Ya está operando” quiere también indicar que el asunto, a pesar de su rúbrica futurista, no es nuevo en absoluto: tiene, por lo menos, medio milenio de historia.
2. Los grandes artefactos mediáticos (televisión, cine, periódico, radio) abrieron sucursales en el centro del barrio, del hogar o de nuestras cabezas. La vieja cultura de masas desplegó el clásico núcleo técnico abstracto de la objetividad y el realismo, concentrándolo como hiperobjetividad e hiperrealismo: imagen, “iconodulía”, espectáculo, neo-oralidad, participación, tribalismo. Y el actual sistema nervioso electrónico y digital ya estaba implícito en las antiguas formas de la cultura (analógica) de masas. Pero no se limita simplemente a tramitarlas y exacerbarlas, sino que puede descargarlas ahora en una forma novedosa: ya no la transparencia de todos y cada uno ante el ojo del poder, ya no la hipnosis colectiva, ya no la propaganda ni el “lavado de cerebro” ni la manipulación centralizada de la masa, sino un golpe democrático radical de “empoderamiento” sobre cada una de las partículas o de las células individuales que tejen el sistema-masa o el organismo-masa. Esto le confiere a la nueva cultura de masas (Ncm) algunas características que la hacen diferir totalmente de la vieja forma analógica.
La Ncm se despliega menos en un saber o en un relato centralizado (ideología) que se vuelca sobre la masa, que en un saber-hacer (técnica) que se disemina y se democratiza, global y particularmente.
La Ncm se ofrece menos como un espejo del objeto que como una consola de operaciones (pantallas, cifras, estadísticas, algoritmos, cálculos, información, datos, reglas) que favorece el valor de funcionamiento y la organicidad.
La Ncm compone menos un paisaje objetivo (o una “visión del mundo”) que un sistema, inerte y equilibrado, de circulación y reproducción.
La Ncm va de la mercancía como forma y criatura objetiva de la actividad social y humana, al capital como neutralidad eterna del funcionamiento, la adaptación y la interfaz (saber-producir, saber-reproducir, saber-vivir, etcétera).
En resumen: la Ncm tramita menos un (híper)realismo fascinante de la imagen que un realismo pragmático del código. De aquel milagro inalcanzable y sublime, fantástico y sobrenatural –a imagen, objeto fálico, exterior y superior a nosotros–, al milagro sensible, íntimo y experienciable –el rumor incesante del gran motor: nuestros cuerpos, nuestras casas, nuestras ciudades, nuestras sociedades viviendo, trabajando, produciendo y creando.
3. Hoy tendemos a creer que la tecnología obedece a una lógica evolutiva neutra, independiente de la del capital. Y a veces decimos u oímos que el capitalismo es el freno social que impide el despegue de la era tecnológica de acuario, así como antes impedía el salto científico al socialismo. Pensamos que las fuerzas productivas y creativas obedecen espontáneamente a la ley económica de la naturaleza o de la vida, o, lo que es lo mismo, que flotan libres en el aire neutro y eterno del progreso tecnológico. Nos entusiasmamos con la idea de liberar toda información, toda herramienta y toda técnica, con la posibilidad de hacerlas democráticas, de ponerlas en manos de la gente, de sustraerlas de las relaciones de poder. Pero el problema no está en el poder. Nuestro propio deseo, llegado el momento, habrá liberado al capital del capitalismo. Habrá desatado definitivamente la lógica técnica del capital y su inteligencia artificial, ya no entorpecida por los viejos obstáculos de las relaciones sociales y políticas de producción capitalistas. Habremos abolido toda doctrina, toda ideología, todo modo político del ser. Habremos sintetizado la vida en su verdad tecnológica más básica. Como dice Walter Benjamin, habremos alcanzado el reino de los cielos sin redención, sin negatividad y sin milagro; sin cuenta alguna que rendir en el juicio final; un simple incremento técnico o una exponenciación tecnológica de lo humano nos habrá convertido en ángeles. La mecánica simple del plusvalor y de la deuda nos habrá depositado en la Ciudad de Dios.
Esto es lo que parecen haber entendido bien los nerds de Silicon Valley, los supermillonarios infantiles y juguetones de Internet, Google y las Tic, y todos los magos de los sistemas de información, de los códigos y los algoritmos. ¿Para qué tecnología orientada a que el Estado o el poder avancen sobre la privacidad de las personas? Mucho más radicalmente, podemos producir tecnología o (meta)herramientas que inventen y potencien democráticamente la privacidad y la liberen, que desaten y generalicen en forma transparente la pragmática misma de lo privado y lo imaginario, y que disparen toda esa enorme energía pagana, neutra e inerte, como un tsunami que finalmente arrase a las naciones, a los estados y a las leyes, a la vieja geopolítica del poder y a las viejas formaciones institucionales como el trabajo, el salario, la familia, la educación, el sindicato (Dios me guarde de cualquier nostalgia por las viejas formas institucionales: no es ese el punto). ¿Por qué solamente grandes medios de comunicación corporativos, centralizados en las grandes empresas privadas (o en el Estado)? Abramos también el blog, los streamings, los canales de broadcasting, las plataformas, los archipiélagos comunicativos. Añadamos a los medios convencionales las conexiones directas a distancia, los foros, los diálogos, los comentarios y evaluaciones. Invitemos a la masa a participar, a opinar, a expresarse, a crear y a disentir. Dejemos que su curiosidad y su ansiedad hagan su trabajo, dejemos que su ansiedad participativa y sus ganas de pertenecer invadan incluso el viejo claustro institucional o profesional de la fuerza de trabajo (la fábrica, la oficina, el contrato salarial) –no tardaremos en darnos cuenta de que esa curiosidad y ese entusiasmo participativo les reportan a las empresas montos gigantescos de trabajo (creativo, administrativo, terapéutico, etcétera) no salarizado, y escasamente remunerado o no remunerado (crowdsourcing). ¿Por qué confinar a la fuerza de trabajo como una simple tecnicidad en la lógica y en la temporalidad del taller o la fábrica, si puede ser expuesta y diseminada como masa o como empresas o emprendimientos moleculares que convergen en la secuencia técnica de las empresas más grandes, y siempre, finalmente y desde un principio, en la gran secuencia del capital mismo? Todo este “empoderamiento” conduce a una alegre desterritorialización de las masas ante la tendencia del poder centralizado a confinar, aislar, segmentar y totalizar. Pero eso no debería ser tomado necesariamente como una buena noticia, pues este efecto “liberador” esconde en lo profundo una devastadora liberación tecnológica radical de lo privado-económico (oikos) contra la política (polis), del Homo oeconomicus contra el Homo socialis, de la lógica de la adaptación contra la de la resistencia, de la axiomática pulsional de las necesidades y la vida contra la negatividad del deseo y del lenguaje. Es decir, en suma: una liberación masiva de la mecánica automática del capital contra las viejas relaciones sociales capitalistas. Lo que hace este “empoderamiento” en realidad es desnudar el poder del autómata en su densidad histórica más justa y pura.
4. Apenas si exageran aquellas distopías de la ciencia ficción que plantean la guerra entre el hombre y la máquina. Golpean, en cierto modo, mucho más cerca del objetivo que aquellas otras que se enfocan en el poder, en el imperio, en la elite gobernante o en el dictador que domina y somete (a pesar de que estas últimas, al poner al otro en primer lugar, parecen mostrar más “sensibilidad política”). La guerra entre hombre y máquina parece resumir mejor el espíritu último y definitivo de la lucha de clases: una clase que respira con comodidad el aire del perfeccionamiento, de la evolución y del progreso tecnológicos (es decir, que encarna a la abstracción tecnológica, así como cuando Marx dice que el capitalista es el “capital encarnado”), y otra que por fuerza ofrece una resistencia subjetiva, que juega una suspensión de esa lógica y de ese tiempo. Algo que realiza automáticamente (aunque ese “algo” encarne en una persona), contra alguien interesado en cortar la compulsión a la realización.
Pero la guerra contra el ingenio tecnológico global, a diferencia de la guerra contra el complejo militar industrial, no puede ser caliente. En primer lugar porque el ingenio tecnológico global no es una cosa ni una máquina, sino una lógica: axiomas, códigos, algoritmos y operaciones que traman nuestro principio de realidad. Entonces, durante un tiempo por lo menos, esa lucha está obligada a asumir la forma de una resistencia no contra un enemigo ni contra la realidad, sino contra el principio de realidad, contra nuestro cada vez más cerrado principio de realidad, el principio económico-técnico de realidad. El ingenio tecnológico global es (a diferencia del viejo complejo militar industrial) menos un artefacto o una estructura que una funcionalidad, es menos un dispositivo externo, objetivamente representado, que nos domina y nos somete, que un núcleo duro, un órgano o un gen, un código o una lógica “interna”, una síntesis a priori que nos determina. Y así como podemos entender que el problema no es el capitalista, sino la máquina técnica del capital, podemos entender también que el problema no son las máquinas-objeto sino la lógica o la “inteligencia” de máquina, la “maquinidad” misma, la codificación axiomática que anima con tecnicidad a todas y a cada una de las moléculas del artefacto global. Todo está incorporado a ese artefacto global, toda desviación parece pertenecerle. Nada parece gozar del privilegio de la extraterritorialidad –y sobre todo, y desde un principio, eso nos incluye a nosotros mismos, a nuestros cuerpos y a nuestras vidas, no solamente como operadores o agentes económicos, sino también como portadores de ese virus, de ese axioma o ese gen llamado economía.
5. Evolución, desarrollo, adaptación, etcétera, son nociones tecnológicas. Son formas de la temporalidad que sólo pueden provenir de la práctica tecnológica. Solamente las máquinas evolucionan, sus piezas se ajustan o se adaptan inmediatamente como afectadas por un magnetismo espontáneo, de acuerdo a un increado principio interno de solidaridad que suplanta, obtura o reprime su “causa final”, por así decirlo (digamos: construir órganos). Pero esta evolución tecnológica, esta abstracción, ha contagiado desde un principio a las ciencias naturales, a las especies, a la naturaleza, a la epistemología, a las ciencias sociales. De ahí que sea importante, en mi opinión, pensar las formas contemporáneas de capitalismo como una evolución técnica abstracta o una realización de formas que están ahí desde la mañana de la modernidad, que es como decir desde la mañana del mundo. La evolución técnica del capitalismo no es pacífica, ciertamente. Pero no porque ella proceda como alguien agresivo o violento (aunque así proceda con frecuencia), sino por una razón mediata y oculta: es una consagración de la inmanencia de las relaciones técnicas contra la apertura ideológica de las relaciones sociales, un proceso incesante de vaciamiento y tecnologización radical de todas las relaciones sociales que también aparece como “cura” o “remedio” del pathos de las relaciones sociales. Y eso, que no es sino la sustitución de la inteligencia humana por la inteligencia artificial, es de una violencia insoportable que, como cualquier “cura” o “remedio”, también enferma y mata. Desprovisto el cuerpo social de sus antiguas y utópicas defensas simbólicas, los dispositivos técnicos como los estados, o las empresas médicas, o las empresas de seguridad y vigilancia, o el management, la gerencia o la administración de lo visible, pueden asumir triunfal y plenamente como el sistema inmunológico de la masa. Un golpe de Estado extremo y definitivo: un golpe de Estado no político, sino económico y técnico, biológico y natural. Un golpe del capital contra el capitalismo.
* Filósofo y docente. Autor de El miedo es el mensaje y Prohibido pensar, entre otros. Fue coordinador de los suplementos La República de Platón y Tiempo de Crítica.