Nueva ficción de Horacio Verzi: Palabra de escritor - Semanario Brecha
Nueva ficción de Horacio Verzi

Palabra de escritor

Nació en Montevideo en 1946 y desde hace algunos años reparte su vida entre Roma y La Barra de Maldonado. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, fue editor de noticias y corresponsal en Nicaragua durante la revolución del Frente Sandinista, docente e investigador literario en Casa de las Américas, fundador y director de la revista cultural Graffiti. Publicó dos libros de cuentos y siete novelas; algunas fueron premiadas, dentro y fuera del país.

GENTILEZA DEL ENTREVISTADO

—¿Cuál es el motivo de sus prolongadas estancias en Roma, desde donde ahora dialoga con Brecha?

—Más de uno: escaparles a los inviernos uruguayos, pasar cuatro meses, y a veces un poco más, en una especie de retiro dedicado solo a escribir y leer, las largas tertulias con amigos, y conocer más de la historia y la cultura de estas tierras. Entre 2014 y 2019 empecé y terminé dos novelas (la última es Nubes con cuervos, en la que más de la mitad se desarrolla en Italia). Ahora estoy escribiendo otra. Resido en la casa de la madre –que en verano se va al norte– de un viejo compañero de trabajo en Nicaragua y América Central, el fotógrafo Bonaventura de Carolis, que aparece como personaje en mi novela Toda la muerte. Falleció en 2019. Madre e hijos me reciben como si fuera uno más de la familia y yo los siento como parte de la mía. Mientras pueda, seguiré viniendo.

—Sus tres últimas novelas tienen una extensión generosa: El infinito es solo una forma de hablar [Yaugurú, 2011], 518 páginas; Bajo la noche [Irrupciones, 2016], 495; Nubes con cuervos [Yaugurú, 2022], 729. La desmesura, en su caso, ¿es una cuestión de necesidad, de estilo, de tiempo?, ¿o responde a una pasión irresistible por narrar?

—La extensión puede deberse a que el escritor no sabe simplificar, resumir, concentrar; o puede estar condicionada por el contenido o una razón de estilo. Pienso en Ulises, en El arco iris de gravedad, en Ana Karénina, y hasta en el Quijote, y me pregunto: ¿no pudieron sus autores simplificar los procesos que describen, o la extensión se debe a una combinación de las opciones presentadas en tus preguntas? En mi caso, no puedo responder con certeza, quizá se deba al hecho de seguir naturalmente el hilo del pensamiento, incapaz de resumir el mundo que intento figurar, o a que la historia me va imponiendo una sucesión de escenas (en Nubes… pesa lo dramatúrgico, en tanto prima el diálogo en la mayoría de las escenas y los capítulos), o quizá se deba a un conflicto conmigo mismo que no sabría explicar. Ojalá se deba a la pasión, no me desagrada esa explicación.

—Usted es un investigador de saber enciclopédico y espíritu crítico, que en sus ficciones invita a una constante revisión de la historia y arriesga preguntas centrales de la filosofía. En Nubes con cuervos hay un giro importante hacia el mundo de la subjetividad y los comportamientos que impregnan el sentimiento amoroso. ¿Cómo define esta novela en el corpus de su obra?

—Gracias por lo de «saber enciclopédico», pero no lo creo así. No sé cómo «definir» con cierta claridad. Pero, bien, acoto una salida –más que respuesta– de tantas posibles y dudosas: la «revisión de la historia» y las «preguntas centrales de la filosofía» son ante todo conmigo mismo, con mis herramientas, que entiendo modestas e imperfectas. Me estoy respondiendo a mí mismo. Y caigo en que solo tengo interpelaciones, dudas, que con suerte trazan hipótesis o apenas adelantan pagos de cuentas pendientes que secretamente tengo para mí. El asunto de Nubes… me perseguía desde hacía muchos años, décadas. Una búsqueda inconclusa. Decantó cuando colaboré con la escuelita y los talleres de arteterapia en la Colonia Etchepare. Sobre todo me llamó la atención y me emocionó ver que entre los pacientes (hoy llamados usuarios) había parejas de más de diez años de formadas. Me preguntaba cómo serían esos amores, si era en realidad amor o estrategias de sobrevivencia. En más de un caso no les veía rasgos psicopatológicos; me preguntaba cómo era posible que esas personas estuvieran en un lugar semejante.

—Y así construye una ficción atravesada por los enigmas de la psiquis y los misterios del amor…

—El llamado trastorno psíquico es para mí un misterio, lo conversamos con médicos y funcionarios. Hoy veo que el «amor» como opción o camino en la estrategia de supervivencia, con sus curvas traicioneras y por territorios enfangados, también se da en la gente «normal», en realidad muchísimo más que en los presuntamente enfermos. En la novela, una clave se presenta en el capítulo 6, cuando uno de los personajes recuerda un pensamiento del «joven Marx».

—En ese capítulo, Violeta y Alfio visitan una librería, hablan de literatura y dejan pasar el tiempo. El pensamiento del joven Marx, evocado por Alfio, alude a la idea de la impotencia del amor. ¿Es Nubes… una historia romántica sobre las trampas y las paradojas de una obsesión?

—El desencuentro sentimental en los personajes, el amor que no se consolida, la aparente asociación caótica de las ideas, la soledad espiritual consecuente, que lleva a una posible distorsionada visión de la realidad y a perderse en sus propias vidas, muchas veces pueden verse –en la literatura– como historias románticas. Ahora me viene a la mente la primera parte de El corazón es un cazador solitario [en Nubes… se habla sobre esta novela], en lo extraordinario de que Carson McCullers, una jovencita de tan solo 23 años de edad, pudiera calar tan hondo en la soledad, con sus figuras que no han podido normalizar el contenido enfermo de una sociedad que les niega un lugar o que ellas no pueden encontrar. Si ello es romántico, pues Nubes… podría ser vista como una historia con tintes románticos; creo que esa facultad de la memoriosa Violeta de unir fragmentos de poemas armando centones, en ciertos casos enormes y en los que resulta difícil percibir el hilo conductor, podría verse como la paradoja de una obsesión, pero también como una liberación por medio de la poesía. La historia da vueltas en torno del amor impotente, la soledad y la incomunicación, sí, pero tiene ternura también.

—En esta novela, como en algunas de las anteriores, aparece su capacidad para hacer que un suceso trivial desencadene ideas que a veces dan el salto de lo psicológico a lo metafísico. ¿Cómo es su trabajo con el lenguaje para que lo abstracto no perjudique la intensidad que se agradece en la ficción?

—No tengo la respuesta. No puede forzarlo el escritor, supongo que tiene que surgir del propio peso de la historia contada, de la coherencia de la trama y la fidelidad a un estilo, del comportamiento y las ideas de los personajes construidos; me parece que debe ocurrir casi sin que el escritor se dé cuenta (que es cuando los personajes se le imponen aun en contra de su voluntad). Hoy, quizá para escándalo de psicólogos y psiquiatras, creo que lo psicológico tiene mucho de metafísico.

—El infinito es solo una forma de hablar. Anexa una suerte de glosario que reseña el origen de las citas. Nubes con cuervos incluye una relación de las citas, paráfrasis y alusiones alojadas en el texto. ¿Prima el afán didáctico?, ¿es un homenaje a modelos prestigiosos?

—En el caso de Nubes… es más bien un reconocimiento, una celebración. En absoluto un afán didáctico. Yo leo poesía habitualmente. Me resulta muy motivadora, disparadora de ideas e imágenes, y sobre todo me atrae lo que es posible hacer con el lenguaje (esa forma de pensar peculiar que tiene el poeta). Sí, es respeto y gratitud a la fuente, porque esas citas forman parte de la narración, de los personajes. A la versión definitiva le quité un poco más de 100 páginas, unas cinco escenas, en las que Violeta con los centones aturde y deja atónitos a médicos y pacientes; lo lamento, pero con esa quita se fueron muchos poetas que admiro… puedo asegurar que siguen allí, latentes.

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