Psicodélico. Inmediatamente que se escucha esta palabra se la asocia con drogas de uso recreativo, con hippies, con los años sesenta. El término proviene del griego: psyche ‘mente’, delein ‘despertar’, y refiere a sustancias capaces de promover distintos estados de conciencia, así lo explica el paper «¿Es posible desarrollar investigaciones clínicas utilizando sustancias psicodélicas en Uruguay?», publicado en la Revista de Psiquiatría del Uruguay en octubre de 2021.
No todos los hongos son alucinógenos. El efecto psicoactivo se debe a la presencia de psilocibina, que se encuentra en, por lo menos, 186 tipos de setas, principalmente en las que crecen en la madera o el estiércol. El efecto de esta sustancia en el cerebro aún se está estudiando. Frank Lozano, estudiante de posgrado en psiquiatría e investigador de Arché, Grupo Interdisciplinario de Investigación sobre Psicodélicos, explicó a Brecha que la psilocibina funciona como activador del sistema serotoninérgico, que se involucra en la respuesta del estrés. Los modelos que pretenden explicar el efecto de estas sustancias aún están en desarrollo, pero está comprobado que la activación de algunos de los receptores neuronales de este sistema puede llevar al cerebro a un «estado mental en el cual su función cerebral da un salto y se reconstruye o vuelve a su estado previo de una manera diferente». También, estimula conexiones neuronales, generando algo llamado neuroplasticidad.
Según Lozano, para el uso de sustancias existen dos modelos: el psicodélico y el psicolítico. Mientras que el psicodélico se basa en el consumo de altas dosis en busca de «experiencias místicas» o estados que alteran la conciencia profunda, en el psicolítico se utilizan dosis intermedias y, en general, las personas lo consumen en un contexto de psicoterapia. Sin embargo, las microdosis llegaron para crear un nuevo modelo con dosis mucho menores, en el que «los objetivos intrínsecos en esta forma de uso de las sustancias son distintos, parecen estar enfocados hacia el alivio», explicó el médico. Pero, todavía no existe suficiente evidencia científica que compruebe su beneficio en la salud humana.
DENTRO DEL CONSULTORIO
Fue al volver de unas vacaciones en el balneario Solís que Lucas1 se sintió angustiado. Le planteó a su terapeuta que no entendía qué le pasaba, que sentía que no estaba presente, que no podía disfrutar su vida. Había escuchado sobre personas que utilizaban microdosis de hongos para tratar enfermedades mentales. Consiguió las cápsulas por su cuenta y comenzó a tomarlas. Las dosis iban desde 1,7 a 3,5 miligramos según el día y las circunstancias, y las tomas eran intercaladas: un día sí, dos no. Las tomó así porque es lo que plantea el protocolo Fadiman, que se puede encontrar en Internet. A partir de la primera toma, Lucas relata que comenzó a sentirse mejor.
«Los terapeutas aún no estamos haciendo recomendaciones porque no tenemos el nivel suficiente de investigación», explicó al semanario Federico Montero, magíster en Psicología Clínica y presidente de la Sociedad Uruguaya de Psicoterapias Asistidas por Psicodélicos y Enteógenos (SUPAP), integrada por más de 35 profesionales de la salud, como psicólogos, psiquiatras, nutricionistas y enfermeros. Pero parece que las microdosis están dando un salto exponencial y el famoso boca a boca hizo que los pacientes lleguen a los consultorios con una nueva inquietud. «Nos enfocamos en acompañar a las personas que las utilizan; no es que uno le diga “por tu diagnóstico te las recomendamos”. Eso sería lo ideal, pero estamos en un nivel de desarrollo que todavía eso no lo podemos hacer», explicó Montero. Consultado sobre cómo son las dosis recomendadas, el psicólogo dijo que se utilizan los protocolos que se encuentran en Internet porque en Uruguay no hay médicos que puedan acompañar ese proceso. Sin embargo, Montero contó que en su caso trabaja con un médico peruano especialista en hongos con quien se asesora.
Entonces, los pacientes se las ingenian para comprar o cultivar sus propios hongos y la medicación tiene un costo aproximado de 1.600 pesos mensuales, que consiste en ocho cápsulas transparentes donde se puede ver en el interior el hongo triturado. Marcos es un cultivador de «hongos mágicos», y explicó a Brecha que el proceso comienza con la compra de esporas en bancos en Estados Unidos o Europa, que llegan a Uruguay por correo. El proceso lleva tiempo y el punto más importante de la preparación está en la germinación de esporas a micelios, que es lo que normalmente se entiende como el cuerpo del hongo. Una vez obtenida la raíz blanca, se colocan en placas de Petri con un medio nutritivo, parecido a una gelatina, en condiciones de «superesterilidad, asepsia total, tipo block quirúrgico», y se lo deja crecer para luego ser pasado a bandejas con bosta de caballo o vaca previamente curadas. Así, y con las condiciones justas de temperatura y humedad, es que termina de crecer la seta. Una vez culminado el proceso, se pulveriza la totalidad del hongo y se introduce con una pequeña máquina dentro de las cápsulas. Listo para ser consumido.
CAMPO DISPUTADO
En cuanto a los efectos positivos de este tipo de drogas, Montero explicó que todo depende de la manera en que la droga sea ingerida y con qué fines. Según el psicólogo, no se espera el mismo resultado de una persona que consume en solitario, a diferencia de quienes lo hacen en un contexto de tratamiento terapéutico, donde se generan espacios de interpretación sobre lo que el paciente siente. En la práctica clínica, Montero dijo que los cambios más radicales en los pacientes que consumen microdosis es la reducción de la hiperactivación, llevando a la persona a estados de calma, a mejorar patrones de sueño, estados de relajación muscular, e inciden también a nivel cognitivo. «La expansión de la conciencia que producen los psicodélicos tiene que ver con que la persona pueda pensarse distinto a sí mismo y a las situaciones habituales», detalló.
«Los psicodélicos empiezan a mostrar a las personas esas sensaciones corporales y energéticas vinculadas con el amor por sí mismo. Eso es un cambio radical, porque, si una persona tiene depresión producto de situaciones de duelo que viene acumulando, tiene pensamientos de que no merece vivir en paz», explicó Montero, y agregó que estas conductas hacen que las personas se aíslen y se desconecten de su propio cuerpo, refugiándose en pensamientos negativos. Según el terapeuta, un pilar fundamental de este tipo de tratamientos es que los psicodélicos ayudan a integrar a la persona al presente, conectarla con sus sentimientos y poder trabajar en adoptar conductas y herramientas que lo ayuden a llevar los problemas cotidianos que lo aquejan. También, aceleran este proceso: «Un paciente que no toma microdosis puede tardar dos o tres años en resolver un problema, mientras que con microdosis lo hace de cuatro a seis meses». Ese fue el caso de Julia, a quien las microdosis de hongos ayudaron, según narró a Brecha, a «tomar decisiones de mi vida que me habían llevado años, empecé a tener más dominio sobre mi cuerpo, a entender lo que me pasaba y a confiar más en mí».
Sin embargo, Lozano explicó que los estudios en humanos sobre las tomas de microdosis de hongos son, en su mayoría, de observación y no experimentales. Eso quiere decir que se evalúa a la persona que toma microdosis por su cuenta, pero no se le suministra la droga ni se interviene en el proceso, algo que imposibilita asegurar si existe una causa entre la toma de la sustancia y los efectos encontrados. Esto llevó a que se declaren ciertas mejoras en los estados anímicos y de salud mental en general de las personas, pero no está cien por ciento probado. El artículo científico «Microdosing with psilocybin mushrooms: a double-blind placebo-controlled study», publicado en la revista Nature en 2022, explica un estudio experimental realizado en Buenos Aires que administró a dos grupos diferenciados de sujetos microdosis de psilocibina y placebo, y se intentó determinar una relación de causa-efecto. Los resultados arrojaron que, de alguna forma, hubo efectos agudos por el uso de estas sustancias medidos sobre todo en la experiencia subjetiva. En lo que tiene que ver con la conducta, creatividad, percepción, cognición y actividad cerebral de las personas, también hubo efectos, pero no fueron significativos, por lo que no parece existir un efecto que se diferencie del placebo en el grupo con microdosis.
En lo que respecta a la seguridad de la ingesta, Lozano explicó que en los estudios experimentales no se seleccionan personas que tengan antecedentes personales o familiares con trastorno psicótico, como la esquizofrenia, y se plantea que el uso de psicodélicos puede provocar el desencadenamiento de episodios agudos o descompensaciones, pero, al no estar estudiado, no es posible afirmar que las microdosis tengan este tipo de efecto. «La gente que los está utilizando tiende a pensar que están bien estudiadas, pero lo cierto es que no conocemos el riesgo de consumir estas sustancias de manera crónica», explicó el médico, y agregó que sí hay estudios provenientes de modelos animales que demuestran que la activación sostenida de ciertos receptores de serotonina puede relacionarse con el desarrollo de valvulopatías cardíacas. «No se sabe si esto pasa en humanos, pero hay un riesgo teórico de que puede llegar a ocurrir. No hay un criterio de seguridad definido y tal vez lo más importante que puedo decir es que no hay tanta evidencia al respecto como la visión popular parece pensar», dijo.
Si se comparan los psicofármacos con los psicodélicos, Montero explicó que los primeros regulan ciertos estados emocionales –como los de ansiedad y los depresivos– y su intensidad. En cambio, los psicodélicos «te hacen sentir el dolor del trauma acumulado. Cambia la forma en que la persona tiene de funcionar y queda a largo plazo instalado, a diferencia del psicofármaco, donde la persona tiene que tomar durante largos períodos de tiempo y, a veces, de manera crónica». En los casos de Lucas y Julia, ambos tomaron las microdosis en dos oportunidades y por períodos de tiempo de un máximo de tres meses. Lucas, por su parte, explicó que antes de probar los hongos había hecho una consulta con un psiquiatra «que duró cinco minutos». Luego de ello, no volvió a consultar, pero hacía ingestas de benzodiacepinas una o dos veces por semana. Sin embargo, luego de la primera ingesta de microdosis, no volvió a consumir psicofármacos. Julia, por su parte, dijo que se dio cuenta sola, en el momento, que no necesitaba más la microdosis: «Fue como que el hongo me dijo: “Hasta acá”». Montero explicó que los psicodélicos son apoyos para que la terapia sea «más eficaz, funcione mejor y los cambios se instalen», porque «predispone el organismo al aprendizaje».
Consultados sobre la dependencia, los expertos coincidieron en que no se ha demostrado que exista desarrollo de conductas compulsivas de psilocibina. No solo eso, Montero explicó que este tipo de drogas ayudan a cortar con las adicciones. «De hecho, en la Amazonía peruana hay centros que están especializados en consumo problemático de drogas. Desde los años noventa van pacientes de todas partes del mundo a tratar sus adicciones. Ahí las plantas limpian, restauran el organismo. Luego, la ayahuasca (que es la planta maestra) incrementa el nivel de conciencia y hace que la persona entienda por qué está desarrollando esa conducta y lo ayuda a curarse», detalló.
LÍNEAS FINAS
El uso de drogas no está prohibido ni penalizado en Uruguay, pero sí el tráfico de la sustancia. Esto significa que las personas pueden cultivar sus propios hongos y utilizarlos, tanto de manera recreativa como medicinal, y esto no traería problemas legales. Sin embargo, el abogado Martín Fernández explicó a Brecha que el país está viviendo un estado de repotenciación sobre la investigación de este tipo de sustancias, aunque existen problemas para poder acceder a ellas. Consultado sobre los límites, el abogado explicó que no hay una reglamentación clara sobre qué cantidad de psicodélico puede tener la persona en su poder, sino que, en caso de ser investigados, la clave está en entender si la cantidad que se posee se entiende que es para consumo personal o para la venta de la sustancia. Asimismo, el abogado explicó que los casos en los que el fin es la investigación o la ayuda terapéutica no deberían ser punibles porque son acciones que no están vistas como actividad criminal dentro del marco del prohibicionismo. Sin embargo, en el esquema que se encuentra actualmente Uruguay, donde no hay una regulación, se debería actuar con cautela.
Montero explicó al semanario que Uruguay se encuentra bien posicionado para empezar a pensar en la legalización de este tipo de prácticas: el consumo no está penalizado, el país ya había incursionado en este tipo de estudios en la década del 60 –antes de que se declarasen las políticas internacionales antidrogas– y Uruguay produce hongos naturalmente. Por ello es que la SUPAP ya entabló reuniones con la División de Sustancias Controladas del Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Educación y Cultura, y próximamente se reunirán también con el Ministerio del Interior, en busca de recursos para poder formarse en esta área y seguir investigando las sustancias y sus efectos en los humanos.
1. Con el fin de salvaguardar la identidad de nuestras fuentes, los nombres de los pacientes fueron cambiados.
Prácticas adquiridas
Existe evidencia de que en Uruguay se hicieron pruebas y ensayos de tratamientos con psicodélicos con fines terapéuticos desde 1950. En la Revista de Psiquiatría del Uruguay hay relatos en los que se evocan 20 sesiones durante las cuales se les inyectó, por vía subcutánea o por vía oral, 100 gammas de LSD a siete pacientes neuróticos. Luego, los sujetos debían dejar por escrito su experiencia. Este experimento reportó que «en ningún caso sirvió para fines terapéuticos», pero sí se observó mejoría en el incremento del optimismo y disminución de la ansiedad de los pacientes. Así lo explica el artículo científico «¿Es posible desarrollar investigaciones clínicas utilizando sustancias psicodélicas en Uruguay?».
En 1967, el mismo equipo de psiquiatras publicó dos artículos en la misma revista titulados «Psicólisis dirigida». Allí, se incluyó la psilocibina como fármaco experimental, que fue administrado de 3 a 6 miligramos de manera subcutánea. De un total de 337 sesiones de «psicólisis dirigida», se observó un efecto inmediato de «ablandamiento de las defensas caracterológicas» de los pacientes y una mayor comprensión de sus conflictos, que provocó una mejoría y un proceso clínico más rápido, en el que se manifestaron «nuevas conductas, diferentes y más autónomas en el sentido intraindividual e intrapersonal». Sin embargo, la prohibición de estas sustancias llevó a la suspensión paulatina de la agenda de investigación con psicodélicos.