La participación de Elon Musk en la campaña de Donald Trump ha generado un profundo debate sobre la intersección entre poder económico y político. Este fenómeno no solo destaca por la magnitud de la influencia de Musk, sino también por las implicaciones ideológicas y sociales que conlleva.
Musk, figura emblemática de la innovación tecnológica y líder de empresas como Tesla, SpaceX y X (ex-Twitter), surgió como un aliado fundamental en la campaña de Trump (véase «El dinero no es todo», Brecha, 7-XI-24). Desde el comienzo no solo aportó cuantiosos recursos financieros, sino que también utilizó el total control sobre X para direccionarla como plataforma mediática de difusión y amplificación de cada uno de los mensajes y señales del candidato republicano. Musk envió decenas de millones de dólares a través de su organización política America PAC y apareció en varios actos políticos con el candidato republicano. Luego de su triunfo, Trump homenajeó a Musk en su discurso del 6 de noviembre: «Una nueva estrella ha nacido: Elon», «Estamos juntos esta noche. […] Es un personaje, es un tipo especial. Es un supergenio».
La colaboración entre Musk y Trump se articuló en torno a varias propuestas clave. Una de las más destacadas fue la promesa de una auditoría gubernamental para implementar reformas profundas, una tarea que Trump anunció que lideraría Musk. Esta propuesta fue percibida como un intento de aplicar principios de eficiencia empresarial al gobierno, lo que resonó en un electorado aparentemente deseoso de cambios estructurales y al que se ha podido manipular, vía discursos mediáticos en redes sociales, con un discurso que ya no es ajeno en ninguna parte del globo y que es utilizado con mayor frecuencia –y éxito– en nuestro país.
Forbes señala que Musk volcó alrededor de 120 millones de dólares en la campaña de Trump y otros candidatos republicanos y que realizó controvertidos obsequios de efectivo a votantes en estados clave en apoyo al candidato republicano. Estas acciones no solo demostraron su compromiso financiero, sino también su disposición a utilizar tácticas poco convencionales para influir en el resultado electoral. Luego del triunfo de Trump, el patrimonio neto de Musk aumentó en 21.000 millones de dólares (50 por ciento de lo que pagara tiempo atrás por adquirir Twitter), dado que las acciones de Tesla subieron un 15 por ciento tras la victoria de Trump. Por otra parte, SpaceX, la empresa aeroespacial de Musk, cada día aparece como más importante para los lanzamientos de la NASA y el propio Departamento de Defensa estadounidense y es de prever un importante crecimiento de acuerdos gubernamentales, contratos y concesiones del gobierno de Trump con la firma.
En estos días se dieron a conocer estudios de la Universidad Tecnológica de Queensland en los que se señala que los algoritmos en la plataforma X parecen haber sido modificados con claro sesgo algorítmico para favorecer la visibilidad de las cuentas de políticos republicanos o relacionadas con el Partido Republicano y la del propio Musk. Se estima que dichas cuentas experimentaron un incremento promedio del 41 por ciento en su visibilidad en la pestaña «Para ti». Tampoco pasó inadvertido en X la marca de cuenta verificada de organización gubernamental (color gris) para la cuenta @DOGE del Departamento de Eficiencia Gubernamental. DOGE es el nombre que Musk ha venido utilizando en sus publicaciones para referirse a la oficina de gobierno de la que estaría al frente luego de la asunción de Trump. Dicha oficina todavía no existe y, por lo tanto, no es una oficina de gobierno que deba contar con la identificación utilizada.
En términos ideológicos, la colaboración entre Musk y Trump puede analizarse a través del prisma de la hegemonía cultural, concepto desarrollado por el teórico marxista Antonio Gramsci. La hegemonía cultural se refiere a la capacidad de una clase dominante para imponer su visión del mundo como la norma cultural. Hemos visto en los últimos años cómo las nuevas derechas internacionales han reinterpretado y se han apropiado de este concepto para sus propios fines. En lugar de verlo como una herramienta de crítica y resistencia contra la dominación de clase, lo utilizan para describir y combatir lo que perciben como una hegemonía cultural de la izquierda en instituciones como los medios de comunicación, las universidades, la industria del entretenimiento y hasta la propia estructura de los Estados. En este contexto, la alianza entre Musk y Trump puede interpretarse como un intento de consolidar una hegemonía neoliberal, en la que los intereses del capital y la eficiencia empresarial se presentan como soluciones a los problemas gubernamentales y son mostrados como la única solución para resolver los problemas de la gente.
De todas formas, analizar el contenido ideológico tras el fenómeno Elon Musk no es del todo simple. Comúnmente se lo percibe como libertario, etiqueta que refleja su énfasis en la libertad individual y la mínima intervención del gobierno en los asuntos personales y económicos y que él ha llevado a la práctica en X eliminando restricciones de contenido y facilitando la propagación de desinformación o fake news. En temas relacionados con la inmigración ha sido proendurecimiento de políticas migratorias, pero ha apoyado políticas que favorecen la inmigración de trabajadores altamente cualificados. Pretende restringir el ingreso o deportar trabajadores con poca calificación y fomentar la fuga de cerebros de países periféricos hacia Estados Unidos. Con relación a los temas ambientales, parece muy claro su aporte a soluciones sustentables y contra el cambio climático en su apuesta comercial en Tesla y SolarCity.
También vemos su profundo interés en el litio, mineral crucial para la producción de baterías de vehículos eléctricos, que lo ha llevado a establecer relaciones comerciales en el denominado triángulo del litio en América Latina, que incluye Argentina, Bolivia y Chile. Un estudio de la Universidad Nacional de La Plata señala que el triángulo concentra el 85 por ciento de las reservas de litio de fácil extracción del planeta. Si bien Ernesto Picco, investigador de la Universidad Nacional de Santiago del Estero, señala que «ya antes de la llegada de Javier Milei, Argentina tenía una legislación muy permisiva con el capital extranjero, ponía pocos límites y obtenía muy pocos beneficios para el fisco y las comunidades a cambio de la extracción de las materias primas casi sin restricciones», con la agenda reformista del presidente argentino para atraer inversiones extranjeras la demanda del litio juega un papel clave en la nueva política de Milei, quien ya ha tenido varias reuniones con Musk.
Musk se ha mostrado afín a ciertos movimientos progresistas y sociales, como el movimiento Black Lives Matter. Aparece también como seudoabanderado de la soberanía tecnológica –concepto teórico surgido en algunos movimientos y pensadores de la izquierda internacional relacionados con temas tecnológicos y sustentado en el concepto de Soberanía Alimentaria de la Vía Campesina–, a la que denomina nacionalismo tecnológico, y promueve la idea de que Estados Unidos debe liderar en innovación tecnológica para mantener su competitividad global. Esta postura se alinea con su apoyo a políticas que favorecen la inversión en tecnología y la reducción de regulaciones que, según él, obstaculizan la innovación.
Aunque Musk ha criticado frecuentemente la intervención del gobierno, sus empresas han recibido miles de millones de dólares en subsidios y exenciones fiscales y se prevé que luego del triunfo de Trump estos aumenten. Uno de los casos emblemáticos y que quizá sintetizan el «nacionalismo tecnológico» que ha favorecido a Musk ha sido la decisión del gobierno de Estados Unidos, bajo la administración de Joe Biden, de implementar un arancel del 100 por ciento a los vehículos eléctricos importados de China que entró en vigor el 27 de setiembre. Musk aparece entonces como una amalgama de influencias libertarias, ambientalistas, progresistas y nacionalistas tecnológicas: una mezcla muy extraña que no cabe dudas que se podría sintetizar con la Letrilla satírica de Quevedo: «Poderoso caballero es Don Dinero».
Habrá que esperar unos meses para conocer si hay una proyección política para Musk. Aunque no se ha confirmado un cargo específico para él en el gobierno de Trump, hay varias especulaciones sobre su posible rol. Se maneja la posibilidad de que Musk asuma un rol de asesor en temas de eficiencia gubernamental y recortes de gastos. Trump lo ha sugerido liderando una iniciativa para reducir los costos del gobierno federal en aproximadamente 2 billones de dólares, y también se ha mencionado que Musk podría tener cargos de influencia en políticas clave relacionadas con la seguridad fronteriza y la economía nacional. No cabe duda de que la participación de Musk en la campaña de Trump ha tenido un impacto profundo y multifacético. A medida que la administración de Trump avance, será interesante observar cómo se desarrollan estas dinámicas y qué implicaciones tendrán para el futuro político y económico de Estados Unidos.