¿Cómo acercarse a un libro que se titula No leer y en cuya tapa figura un gato leyendo? Se puede obedecer y dejar el libro en el estante en el que está o se lo puede leer en clave irónica y metiéndose de lleno en las páginas, incluso con un grado de curiosidad y expectativa mayor que el que nos generaría un libro que se titulara, por ejemplo, “¡Por favor, leer!”. Sabemos que lo prohibido seduce y que la súplica es muy antierótica. Así que el gato de la tapa no es gratuito: este animal invita a ser acariciado, pero también rechaza esas caricias. Pero, sobre todo, el gato que tiene por dueño a un lector querrá recibir por todas las vías posibles la atención que la persona le dispensa al libro y tratará de coartar la literatura de cualquier manera. Zambra, con este libro, actúa como el gato, pues, mientras que simula leer y hablar de lo que lee, lo que en realidad está buscando es subirse a la falda y recibir cariño, atención. Y Zambra también es gato (o liebre, o conejo), siguiendo el horóscopo de Ángeles Lasso, que él reseña en una de las páginas, extrañamente entusiasmado con el tema.
No leer intenta mostrar al Alejandro Zambra lector, pero no por eso evade al Alejandro Zambra escritor. El resultado puede ser leído como un conjunto de textos parecidos a relatos, originados en periódicos (aunque algunos tienen un aliento más ensayístico, menos atados a la lógica de la prensa), que dan cuenta de un escritor que lee. O que no lee, porque recuerden la provocación del título, que viene y va continuamente.
Y entonces todo se vuelve sintomático de este miedo a decir algo más o menos claro y preciso sobre los libros que se leen, desde el epígrafe de Raúl Ruiz: “En eso, mis amigos, consiste nuestro arte: en irse por las ramas, derecho a lo esencial”. Yo estaría de acuerdo con esa afirmación y, si la imagen de que hacer crítica literaria es como subir un árbol tiene validez, diría que hay dos maneras fundamentales de subir hasta la copa: por el tronco, seguro y firme, pero sin vuelo, o yéndose por las ramas. Ambas maneras son válidas. Pero lo que, en definitiva, termina haciendo Zambra a lo largo del libro es tratar de convencernos de que ni siquiera hay que subir a la copa, de que se está mejor sentado en la base, apoyando la espalda contra el tronco, a la sombra, mansamente, mirando de lejos esas hojitas que allá arriba mece el viento. Entonces, habla más de los autores que de los libros. O de la historia del libro físico y de cómo llegó a él.
¿Qué es lo que se termina volviendo tedioso en la manera de hacer crítica literaria de Zambra? Que la practica sin creer en su valor, y, aunque en un afán de escudarse nos lo avisa desde el principio, no puede evitarse el sentimiento de que aun con esa precaución ya estamos leyendo este libro, Zambra ya ha arrojado la piedra y ha escondido la mano: “Ser crítico literario es uno de los oficios que más respeto. Pero definitivamente no quería ocupar ese lugar de autoridad”.
Zambra también crea otro escudo para esto: la incertidumbre no es sólo suya, sino de todos los chilenos, que “tartamudeamos” o, acoplándose a las palabras de Raúl Ruiz, “todo chileno habla exclusivamente entre comillas”. Pero basta leer la crítica literaria de Roberto Bolaño en su Entre paréntesis (2004) para dar con un chileno que, lejos de tartamudear, sabe muy bien lo que está diciendo cuando sostiene que tal es mejor que cual o que mengano o sutano son los mejores poetas de su generación. Con todo lo polémicas que pueden ser esas afirmaciones, en Bolaño hay una toma de postura a la que Zambra parece escaparle continuamente.
Con todo, un libro tan largo recoge algunos méritos y sería bastante injusto no mencionarlos. Sobre el principio del libro, el texto reivindicativo de Cortázar y la alabanza a hacer fotocopias como manera proletaria de educarse son pequeñas joyitas; sobre el final, sus reflexiones sobre sus primeras novelas, Bonsái (2006) y La vida privada de los árboles (2007), además del relato sobre el periplo que surgió al reunirse con un director de cine que terminó filmando una película basada en la primera de esas dos novelas, son textos que difícilmente no nos deleiten de varias maneras, hasta para no concordar. Por ejemplo, Zambra revela su arte poética: “Escribir es como cuidar un bonsái, pensé entonces, pienso ahora: escribir es podar el ramaje hasta hacer visible una forma que ya estaba allí, agazapada; escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir; escribir es leer un texto o escrito”.