Prueba de resistencia - Semanario Brecha
Estreno de cine uruguayo: El nadador

Prueba de resistencia

La nouvelle que Hiber Conteris publicó en 1968 es llevada al cine por Gabriela Guillermo con una mezcla de ingenio, creatividad y corazón dignos de celebrarse.

DIFUSIÓN

No es muy común salir del cine preguntándose «¿qué acabo de ver?» o incluso «¿qué es una película?». Sin embargo, ambas preguntas son pertinentes ni bien uno empieza a despegarse de la experiencia de ver El nadador, la película que Pablo Galante y Gabriela Guillermo adaptaron a la pantalla grande y que Guillermo dirigió. Y es que El nadador no es una película normal. Pero empecemos por otra parte.

El nadador fue la tercera novela de Hiber Conteris, un escritor que Ángel Rama inscribe en la segunda promoción de la generación del 45 o «la generación de la crisis», y al que Mario Benedetti tuvo la rara habilidad de criticar por adelantado al alarmarse, en 1964, por el surgimiento de lo que llama «una literatura de balneario». No es que la de Conteris pueda calificarse como tal, pero Benedetti prefigura al antihéroe de El nadador: «Lo que me alarma es […] la perspectiva de ver convertida nuestra narrativa en un gigantesco y soleado médano, bien provisto de inteligentes, desencantados conversadores, que, ante nuestro estupor, no siempre hablan como los habitantes de nuestras dunas; a veces suelen hablar como pobladores de otras literaturas».1

Conteris protestaría con razón, pero también Benedetti: El nadador está lejos de la frivolidad y crece con el telón de fondo de la crisis económica que vivía el Uruguay: la desocupación, la agitación social. Comienza en el barrio obrero del Cerro, donde vive el joven narrador; es allí donde empieza a nadar, en las barrosas aguas del río hacia el oeste, no hacia las blancas arenas del este. Sin embargo, es bien cierto que en su voz hay una distancia, un desencanto y algo que suena a literatura extranjera: a la de Salinger, a la de Holden Caulfield. Conteris lo explicita inmediatamente. En el epígrafe de la novela se lee: «En memoria de Holden Caufield –el «catcher in the rye» de J. D. Salinger–, de quien este oscuro nadador pretende ser un lejano pariente». Un pariente latinoamericano, al que la realidad se le cuela entre las mujeres y su escape hacia adelante.

De la película puede decirse que nació de la generosidad y la limitación. De la generosidad de Conteris, que les dio piedra libre a Galante y Guillermo para adaptar su novela como mejor quisieran o pudieran. De las limitaciones de un medio en el cual muchas veces el tiempo para juntar los fondos para hacer una película oscila entre unos cuantos años y nunca. El proyecto de adaptar El nadador no contó con el presupuesto necesario para volverse una película «normal». En su lugar, se volvió una película cautivante.

En la presentación en sala, el día del estreno estaba presente la fotógrafa Magela Ferrero, quien en los comentarios que suelen hacerse en este tipo de presentaciones dijo algo breve y cierto: «Se trata de una película sobre la frustración, pero la película misma, por el solo hecho de existir, habla sobre cómo enfrentar la frustración, sobre hacer una película cuando no se puede hacer una película». Si el epígrafe del libro de Conteris era una dedicatoria a Holden Caufield, el de la película es una dedicatoria a Jean-Luc Godard: «Si uno se está hundiendo, hay que aprender a nadar. Es lo que me sucede a mí. Me dejé hundir, pero al mismo tiempo redescubrí el poder de nadar».

Y es que El nadador no tiene actores. O los tiene, pero son voces. O los tiene, pero son actores involuntarios, personas que representan un papel sin saberlo (o que no lo representan, pero el espectador puede pensar que lo hacen). Guillermo filma una ficción, pero las imágenes son documentales. Va construyendo la representación con imágenes, uno diría que casi robadas, arrancadas a la realidad. El resultado es extrañamente armonioso. Digo extrañamente porque el nivel de entropía existente en esa manera de plantearse la película es inmenso. Sin embargo, todo parece calculado, planeado al detalle. Pero no es solo allí que radica el encanto de la película.

Es verdad que el film requiere que el espectador entre en el juego, porque hay una incomodidad inicial ante una narración en off que dice lo que no puede representar. La película parece ilustrar lo que sucede y nuestra mente empieza a llenar los blancos. ¿Es ese muchacho que conversa en la puerta de la Universidad Martín hablando con su profesor? Ah, esa muchacha de biquini debe de ser Margot. Aquel de bata seguro es Bronstein. Solo un momento después nos damos cuenta de que no, la película no ilustra lo que sucede, sino que es lo que sucede, mientras nuestra mente escucha la voz del narrador en primera persona contando su historia, nuestros ojos se esfuerzan en anclar esa historia en imágenes y nuestros oídos escuchan las otras voces que dialogan, a veces en consonancia con lo que vemos y a veces no.

Normalmente se dice que en el cine solo se debe poner en palabras lo que no se puede mostrar con imágenes, y lo notable es que uno puede pensar que esto es lo contrario a lo que sucede en El nadador. Lo cierto es que Gabriela Guillermo construyó un mundo alrededor de las palabras de la novela de Conteris. Un mundo lleno de humor, suspenso, dudas, esperanzas y frustraciones. Un mundo que funciona a pesar de todo, o gracias a unas limitaciones que, en lugar de hundirlo, lo sacan a flote. Al igual que Holden Caulfield, el personaje de El nadador entra al mundo adulto donde quienes deberían guiar abusan, y donde es difícil confiar en alguien. Nunca ha estado tan oculto y tan claro como en El guardián entre el centeno y El nadador que sus personajes fueron o estuvieron a punto de ser sexualmente abusados.

La literatura y el cine han dado otros nadadores, muy notablemente el de John Cheever, que derivó en la película protagonizada por Burt Lancaster. No hay similitudes evidentes entre el cuento de Cheever y la novela de Conteris, ¿pero conocería el uruguayo el cuento que se había publicado en el New Yorker en 1964, de la misma manera que conocía a Salinger? El cuento de Cheever es uno de los más importantes de la literatura estadounidense de posguerra. Con un arraigo tal en la cultura de ese país que en 1992 hasta se transformó en una publicidad de jeans Levi’s, con música de jazz en la versión de «Mad About the Boy» de Dinah Washington. Por otra parte, Leopoldo Torre Nilsson publicó su nouvelle Jorge, el nadador, en 1978, un relato que también tiene que ver con la frustración y donde, al igual que en el de Cheever, hay un elemento de extrañeza, sueño y alteración de la realidad. De lo que no quedan dudas es que tienen un idilio los nadadores y el cine. La película de Gabriela Guillermo viene a sumarse, orgullosamente, a esa magia y a ese amor.

1. Mario Benedetti, «Literatura de balneario», en Literatura uruguaya del siglo XX, Alfa, Montevideo, 1969 (2.ª edición), págs. 332-333.

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