Radicales e innovadores - Semanario Brecha
Grandes hallazgos del 41º FCIU

Radicales e innovadores

Fotograma de Restos do vento, de Tiago Guedes. DIFUSIÓN

Como un caleidoscopio, como un panal de ventanas en el que se conjuga el cine más interesante del mundo, el festival dispuso un sinfín de propuestas sorprendentes y novedosas. Por un lado, supuso el descubrimiento de talentos nuevos, y, por otro, se confirmaron, con fuerza inusitada, algunos que ya sonaban previamente. Entre los últimos está el gran cineasta portugués João Canijo, quien nos obsequió no una nueva película, sino dos: Mal viver y Viver mal. Ambos títulos se complementan y funcionan como el reverso el uno del otro. La acción ocurre en un mismo tiempo y en una misma locación: un hotel en decadencia de la costa norte portuguesa. La primera película se centra en quienes regentean y sirven en el hotel, y, la segunda, en sus huéspedes. De ambas, la que participaba en la competencia oficial y fue reconocida con el premio a mejor dirección fue Mal viver, un tour de force en el cual todo conspira para imponer una atmósfera opresiva creada por un vínculo familiar enfermizo y asfixiante. Canijo encierra la acción en habitaciones ocres y avejentadas, recreando situaciones de hastío, dolores enquistados y resentimientos acumulados. Como si fuesen bombas de veneno, las mujeres del cuadro explotan inoculando ácidos cáusticos mediante diálogos lacerantes que, lejos de habilitar la catarsis, acrecientan el dolor y precipitan el cuadro hacia un punto de no retorno. Heredera del Bergman más atinado y cruel, se trata de una experiencia cinematográfica descomunal.

Curiosamente, la película brasileña A Praia do fim do mundo, de Petrus Cariry, también se ambienta en un hotel en una zona costera. Pero aquí la relación entre mujeres se reduce a un vínculo madre-hija y ya no puede hablarse de decadencia, sino de una situación varios estadios más adelante: si agregásemos 20 años al hotel de las películas de Canijo, quizá podríamos aproximarnos a la estructura edilicia aquí representada. En un pequeño pueblo de la costa de Ceará el mar avanza sobre las construcciones erigidas, obligando a los habitantes a emigrar. Pero, a diferencia de sus vecinos, la protagonista y su madre aún habitan esa posada que ya no tiene clientes desde hace años y cuya estabilidad se ve al borde del colapso, con una piscina desfondada, con patios que son bañados por un mar que azota cada día con mayor fuerza. En los alrededores, las calles son sepultadas por el oleaje y las casas y edificios circundantes se han convertido en ruinas: lo que hace mucho tiempo pudo haber sido una playa paradisíaca es hoy un pueblo fantasma vencido por el salitre y el abandono. Lo más interesante tiene lugar cuando comienzan a tener presencia elementos fantásticos: figuras misteriosas, extraños espíritus. La portentosa fotografía, con un interesante registro en blanco y negro, reafirma la sensación de apocalipsis, de triunfo definitivo de la naturaleza sobre el ser humano.

Una de las más notables películas de la temporada cinéfila ha sido As bestas, un durísimo thriller rural que ya hemos comentado en estas páginas y que, de algún modo, reproduce un clima y un estado de ánimo muy particular, ya que supone una mirada extremadamente oscura hacia el interior profundo de España, con el foco en cierto resentimiento social y en los cambios radicales que el neoliberalismo ha introducido en las formas de producción. Sumamente similares en temáticas, tonos y registros, el festival nos dio dos títulos excelentes: Suro (Mikel Gurrea) y la portuguesa Restos do vento (Tiago Guedes). Suro significa corcho en catalán; el título refiere a la materia prima recolectada en plantaciones de las zonas de Girona. Una pareja inicia una nueva vida en el campo, con su nueva casa en medio de un bosque de alcornoques. Lo interesante del planteo es que, a diferencia de muchas películas que despliegan conflictos conyugales, aquí las discusiones tienen lugar debido a matices entre los ideales y los constructos ideológicos de ambos personajes. En su desempeño, en su vínculo con los demás, la película explora las maneras en las que ellos aplican estos ideales a su quehacer diario. Siempre inquietante, dotada de un gran ritmo, la anécdota se adentra sutilmente en una sobresaliente crítica a los progresismos, a su maleabilidad y al individualismo imperante.

Restos do vento, por su parte, tiene uno de los mejores comienzos que hayan podido verse en este festival: la cámara sigue de cerca a varios jóvenes disfrazados, quienes, como si fuesen una banda criminal, salen a sembrar el terror por las calles de su pueblo. Para desconcierto del espectador, estos chicos se desempeñan en un ritual aceptado por los vecinos, que consiste en perseguir a las mujeres que no están en sus casas para inmovilizarlas y castigarlas golpeándolas con varas. Con este punto de partida, la película propone una notable reflexión respecto a cómo ciertas tradiciones rurales se encuentran íntimamente vinculadas con el abuso y la humillación. Los excesos derivados de estas prácticas folclóricas derivan en violencia y en una muerte inesperada, y su investigación va desvelando masculinidades tóxicas, injusticias y pactos de silencio.

Pero quizá la mayor sorpresa de este festival haya sido la chilena El castigo, última película de Matías Bize, un autor que desde hace años viene llamando la atención con propuestas cada vez más interesantes. Filmada en un único plano secuencia, parte de una premisa sencilla: una pareja viaja por la ruta con su hijo en su auto; como castigo a una rabieta, lo obligan a bajarse y siguen su camino, dejándolo solo por cinco minutos. Pero, cuando regresan por él, el niño ha desaparecido. Ambos padres inician una búsqueda desesperada, una discusión y un diálogo en el que, enseguida, aparece la repartija de culpas. Si fuese cierto que lo esencial de una película es su libreto, entonces El castigo sería insuperable; su portentoso guion comienza tratando los modelos de crianza, avanza hacia las formas de moral y de autoridad y culmina con una imponente descripción de los roles de género en la actualidad. Las actuaciones son soberbias. Antonia Zegers y Néstor Cantillana relucen en un gran duelo actoral, en el que transitan un abanico emocional que va desde la angustia contenida al más desbocado desasosiego. Una película grandiosa, que acierta en su manejo de ritmos y tensiones, enigmas y giros dramáticos, remontando gran vuelo conceptual y cinematográfico.

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