Mi primer encuentro con la historia del cine italiano fue a través del descubrimiento de los grandes nombres de los sesenta: Fellini, Antonioni, Pasolini, Visconti. Mirar sus películas fue una experiencia fundante porque sus universos, tan sofisticados y complejos, me abrían la puerta a un cine realmente alejado del formato estadounidense. En mi caso, además, Godard y la nouvelle vague llegaron después; así que me resulta difícil describir hoy el asombro azorado que sentía en las butacas de la Cinemateca cuando asistía a películas como La dolce vita, El desierto rojo, El gatopardo o Accatone. Investigando en la obra temprana de estos cineastas llegué al neorrealismo, y en una especie de máquina del tiempo me encontré con la obra de Rossellini y Vittorio de Sica, fundadores de ese estilo qu...
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