Resistencia y horror - Semanario Brecha
Los osos no existen

Resistencia y horror

No existe prisión que pueda amedrentar al director iraní Jafar Panahi, un artista que desde hace años decidió quedarse en su país –primero voluntariamente, luego con la prohibición expresa de salir– resistiendo el régimen y denunciando, película tras película, la vida cotidiana bajo un Estado teocrático despótico y dictatorial. Los osos no existen es su última gran y multigalardonada obra, que fue concebida poco antes de que el director fuese encarcelado.

DIFUSIÓN

Además de ser uno de los mejores cineastas del mundo –nada menos que el autor de títulos como El globo blanco (1995), El espejo (1997), El círculo (2000), Offside (2006), Taxi Teherán (2015)–, el director iraní Jafar Panahi es indomable. Informábamos en estas páginas sobre su encarcelamiento y su huelga de hambre en 2010, así como el apoyo internacional masivo que hace más de una década floreció para liberarlo de aquella situación. Pero inmerso en un círculo vicioso infame –no menos puede decirse del régimen islámico que impera hace 44 años en el Estado persa– su situación volvió a ser la misma: en julio del año pasado fue detenido y recluido en una cárcel, en la que permaneció hasta que, gracias a una nueva huelga de hambre, fue liberado en febrero de 2023.

Ambas detenciones tuvieron lugar por haber participado de protestas concretas, pero en rigor las autoridades lo consideran un enemigo público desde hace décadas, ya que en sus películas denuncia, una y otra vez, varias de las más aberrantes injusticias perpetradas en el país, y en especial las que viven las mujeres. «Lo principal es salir a la calle», decía el mismo Panahi en Taxi Teherán, utilizando una frase que encerraba múltiples sentidos. En el contexto de la historia, se refería a filmar afuera de las casas, pero cualquier espectador atento se daba cuenta de que era uno de los tantos llamados a la movilización que, sutilmente, insuflaba en una película repleta de buenas maneras y personajes encantadores. Para hacerla, el director violó al unísono dos prohibiciones que le habían sido impuestas: salir de su domicilio y filmar películas. En una escena clave, subía al taxi en el que ocurre la acción la abogada por los derechos humanos Nasrin Sotoudeh, una figura que estuvo presa e incomunicada y llegó a hacer huelga de hambre por 49 días, hasta casi morir de inanición. En los fotogramas se la ve radiante, con una simpatía solo equiparable a la del mismo cineasta, y demostrando en los hechos y con sus palabras que la única vía posible es la resistencia.

Esto no es una película (2011) fue enviada a festivales gracias a que salió del país en un pendrive escondido adentro de una torta. Para filmar Offside, Panahi se las ingenió para meterse, con todo su equipo de filmación, en un estadio de fútbol, pero también para colar a seis jóvenes actrices disfrazadas de hombres, en un momento en que se les prohibía a las mujeres ingresar a eventos deportivos. El cineasta importuna como chinche envenenada adentro del zapato del régimen, por lo que no es extraño que se reclame su cabeza con saña y se lo vuelva a confinar y a someter a tratos degradantes ante la menor oportunidad. Pero la movilización de colectivos internacionales y el ruido provocado son inmensos, de manera que el Estado iraní tampoco podría permitirse el deceso en prisión de un personaje de tal renombre.

La trama de Los osos no existen ocurre simultáneamente a ambos lados de la frontera entre Irán y Turquía. Del lado iraní, en un pueblo perdido, se encuentra Panahi, dirigiendo remotamente desde el monitor de una computadora, ya que pesa sobre él la prohibición de salir del país. Del otro lado del monitor y del límite fronterizo,
la película es filmada en una ciudad turca que parece emular la capital iraní, y el equipo de rodaje obedece las órdenes que da Panahi.

Así, desde su comienzo, la película plantea un juego de imposibilidades que ocasionan problemas y, a su vez, mayores imposibilidades, en un agobiante juego de muñecas rusas: la prohibición da lugar a la dificultad de tener que dirigir remotamente; problemas de conexión a internet desembocan en un intento fallido de cruzar la frontera, lo que a su vez causa nuevos problemas. Una foto sacada al azar a dos habitantes del pueblo desata complicaciones que involucran a Panahi en un drama de consecuencias imprevisibles. Cada acción origina una reacción y un despropósito, y a cada paso se vive el horror desmesurado de vivir bajo el yugo perpetuo de imposiciones absurdas.

De acuerdo a una costumbre local, la familia de una niña determina su futuro marido al entregar su cordón umbilical a un varón específico. Sin saberlo, el cineasta toma una foto de una mujer y su amante, que no es el que la familia había predispuesto. Un gesto inocente y azaroso se convierte en un error garrafal: la población, fuertemente tradicionalista, reacciona de formas impensables y reproduce hábitos que sofocan las libertades. Hay un tema de fondo, constantemente presente, que es el de la responsabilidad. La responsabilidad como autor y como individuo; el director-protagonista se ve involucrado en situaciones que lo sumen en inmensas dificultades para tomar decisiones, al vislumbrarse, como únicos caminos a tomar, callejones sin salida. ¿Qué hacer, como individuo pensante, ante los múltiples sinsentidos y las aberraciones que se imponen? ¿Hasta qué punto podemos interferir y cambiar la realidad, y con qué consecuencias?

El título Los osos no existen puede leerse como una referencia a cómo el régimen utiliza el miedo para amedrentar a una población que a su vez, desde su profundo pavor, opera reproduciendo el control y la represión. La historia puede resultar un tanto abrumadora –se verbaliza demasiada información en sus dos tramas paralelas– y hasta puede marear en su metarrelato: quienes no conozcan las inclinaciones del director a recrear dramas ficcionales basados en historias reales en los que los actores se interpretan a sí mismos pueden perderse de ricas reflexiones que la película ofrece sobre el poder del cine, el diálogo y la influencia entre ficción y realidad. Pero la riqueza conceptual se encuentra ahí presente, y vale la pena ver y rever, pensar y analizar en detalle esta película, un grito magistral, tan desgarrado como desolador.

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