Agazapadas tras los árboles de la plaza, cual felinas listas para saltar sobre su presa en el momento oportuno, nueve jóvenes esperaban a que todo el mundo entrara a la misa en la catedral salteña. Apenas se cerraron las puertas, comenzaron a desplegar su escrache al cura de Minas que, imputado por abusar sexualmente de dos niñas –ahora se sabe que fueron más–, se refugió en la diócesis de Salto mientras dura el proceso penal. Sigilosas, cruzaron la calle y colgaron explícitos carteles en las rejas del templo católico, para volver a la plaza y clavar cruces con inscripciones de repudio a la Iglesia, «encubridora de pedófilos», y a la jueza que rechazó la prisión preventiva solicitada por la fiscal del caso. Se alternaron en duplas, silenciosas, hasta convertir la plaza en camposanto delato...
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