Según el investigador y escritor estadounidense Charles Brandt, la primera vez que Jimmy Hoffa y Frank Sheeran (alias “el Irlandés”) conversaron por teléfono, Hoffa fue directo al grano: “Me dijeron que pintás casas”. Sheeran respondió: “Sí, señor, y también hago trabajos de carpintería”. Lo que podría parecer una simple consulta sobre oficios prácticos en realidad era un mensaje en clave: el pintado de casas refería a salpicar las paredes al matar a alguien, y los trabajos de carpintería, a la construcción de ataúdes, o, más bien, a “desaparecer” cadáveres con efectividad.
El activista sindical Hoffa se había convertido en el líder de la Hermandad Internacional de Camioneros –en aquel entonces, el sindicato más grande de Estados Unidos– y, por tanto, gozaba de un inmenso poder. Además, fue involucrándose crecientemente con el crimen organizado y la mafia italiana, por lo que en determinado momento se vio necesitado de un hombre de confianza que hiciera el trabajo sucio. Sheeran había sido un veterano de la Segunda Guerra Mundial, un estafador y un buscavidas, medía 1,93 metros y acabó convirtiéndose en un estrecho colaborador de Hoffa.
Este año el cineasta Martin Scorsese ha dado mucho que hablar. Sus recientes declaraciones contra las películas de Marvel Studios, la nueva gallina de oro de Hollywood, levantaron fuertes polémicas. “Lo he intentado, pero eso no es cine. Honestamente, y aunque creo que están muy bien hechas y los actores hacen lo mejor que pueden dadas las circunstancias, creo que son más parecidas a parques temáticos. No es el cine en el que seres humanos intentan transmitir sentimientos o experiencias psicológicas a otros seres humanos”, había dicho sobre los tanques hollywoodenses en los que se reúnen los superhéroes Thor, Hulk, Capitán América y Iron Man, entre otros. Los dichos del director levantaron una inconmensurable avalancha de acaloradas reacciones e improperios, en su mayoría, de personas más interesadas en desacreditarlo por sus canas que en fijarse en Wikipedia quién era o qué bagaje fílmico podía tener tras sus espaldas. Poco después, otro gran veterano del cine como Francis Ford Coppola redobló lo dicho por Scorsese: señaló que las películas de Marvel “son despreciables”. En el bando antagonista, una de las reacciones más interesantes fue la del cineasta James Gunn, director de dos entregas de Guardianes de la galaxia: “Muchos de nuestros abuelos pensaban que todas las películas de gánsteres eran iguales, a menudo diciéndoles ‘despreciables’. Algunos de nuestros bisabuelos pensaban lo mismo de los westerns y creían que las películas de John Ford, Sam Peckinpah y Sergio Leone eran exactamente iguales. (…) Los superhéroes son simplemente los gánsteres, vaqueros o aventureros del espacio exterior de hoy en día. No todo el mundo es capaz de apreciarlos, ni siquiera algunos genios”.
Como sea, y como para cerrarle la boca a una legión de indignados que lo mandaba a producir antes que criticar, Scorsese, retomando su obsesión por los gánsteres (al menos en cinco películas se había centrado en ellos: Calles salvajes, Buenos muchachos, Casino, Gangs de Nueva York y Los infiltrados), lanzó El irlandés, una ambiciosa superproducción de 140 millones de dólares, financiada por Netflix, con una duración de tres horas y media. Los papeles de Hoffa y Sheeran son interpretados por Al Pacino y Robert de Niro, respectivamente, y en el elenco también participan Anna Paquin, Joe Pesci y Harvey Keitel.
El estreno en cines, que será este jueves en las salas de Cinemateca, nos ofrece una oportunidad para reencontrarnos con el maestro en una gran sala, el formato más amigable para una producción de esta magnitud.