A diez meses de las próximas internas y con el impulso que los movimientos feministas han tomado en la región en los últimos años, vuelve a estar sobre la mesa la discusión sobre una posible candidata a la presidencia.
Las elecciones pasadas dejaron un sabor amargo en quienes creían que por primera vez Uruguay tendría en su fórmula presidencial a una mujer. La única que llegó a las internas de su partido fue la senadora por Casa Grande, Constanza Moreira, que obtuvo un 15 por ciento contra el 85 por ciento obtenido por el presidente Tabaré Vázquez.
Los referentes de diversas consultoras coinciden en que, por el momento, no hay una diferencia significativa por sexo en el apoyo a la idea de una presidenta mujer o a las posibles precandidatas que figuran hasta ahora: Verónica Alonso, por el Partido Nacional, y Carolina Cosse, por el Frente Amplio. El analista Oscar Bottinelli explicó que lo que suele determinar el comportamiento político es, justamente, la filiación política. Para el director de Grupo Radar, Alain Mizrahi, los otros factores que dividen las aguas son la edad y la segmentación Montevideo-Interior. El director de Opinión Pública de Opción, Rafael Porzecanski, estuvo de acuerdo con que la intención de voto suele estar mediada, ante todo, por la identificación partidaria.
Pero lo cierto es que, en lo que va del año, ninguna de estas consultoras ha preguntado si la ciudadanía estaría dispuesta a votar una precandidata mujer. Tanto Bottinelli como Mizrahi plantearon que es una pregunta difícil de realizar de forma directa, pues la gente tiende a contestar lo “políticamente correcto”. Mizrahi considera que para medir este aspecto es necesario hacer un estudio cualitativo, con grupos de discusión, en el que se pueda indagar con mayor profundidad.
En 2016, la consultora Cifra hizo un estudio cuantitativo a pedido de Onu Mujeres sobre la participación de las mujeres en política y los mecanismos de acción afirmativa, en el que se preguntaba: “De aquí a diez años, ¿le parece que sería positivo o negativo que Uruguay tuviera una mujer presidenta?”. El 77 por ciento de las mujeres y el 75 por ciento de los hombres respondieron que sería positivo. El porcentaje era similar en ambos sexos, pero el dato interesante lo arrojó el cruce de esta categoría con el nivel educativo, del que surgió que los hombres con nivel terciario son los más reacios a tener una presidenta mujer. La directora de la consultora, Mariana Pomiés, adelantó a Brecha que este año piensan repetir el estudio para la misma institución.
Otra idea que se repite es que debe ser la clase política la que dé el paso de sugerir una mujer para la presidencia, porque la ciudadanía no lo hará de forma espontánea. La doctora en ciencia política Lucía Selios dijo que “los estudios comparados muestran que en estos temas sólo es posible el cambio a corto plazo con acciones de arriba a abajo: elite política a ciudadanía”. Pomiés sostiene que frente a la pregunta “¿quién le gustaría que fuera candidato?” las personas replican los nombres que los medios y los políticos manejan. “Si uno mira cómo se construye la imagen de los candidatos desde medios y partidos, los hombres tienen mucha más visibilidad”, razonó. Por ello es lógico que, excepto en casos muy puntuales, las personas no sugieran nombres de mujeres. Bottinelli, que recordó que en 2014 estaba convencido de que el FA llevaría a una mujer en su fórmula, también reflexionó sobre la asunción de Lucía Topolansky como vicepresidenta: “Creo que no generó nada en la opinión pública, que no conmueve”. Para la historiadora Graciela Sapriza, aunque el hecho constituye un hito, no se lo ha analizado “como un éxito”. Considera que puede deberse a que Topolansky no parece “asumirse como parte de la huestes feministas”, como sí lo hicieron las ex mandatarias Michelle Bachelet y Cristina Fernández.
Porzecanski planteó que será interesante ver qué sucede “si realmente se polariza la interna frentista entre Daniel Martínez y Carolina Cosse”. Su hipótesis es que en el Frente Amplio la variable de género operaría con fuerza, dado que es el partido más “ideologizado y con mayor apoyo al feminismo”. Sin embargo, los analistas coinciden en que aún es temprano para evaluar si habrá una discriminación por género respecto a las candidaturas.
[notice]Con la politóloga Verónica Pérez*
“El sistema político introduce filtros a la entrada de nuevos candidatos”
—¿La potencia que el movimiento feminista adquirió en estos últimos años incrementa las posibilidades de que en las próximas elecciones resulte electa una presidenta mujer?
—Hay más posibilidad por el hecho de que es la primera vez que se discute la presencia de una mujer en la fórmula presidencial –las internas entre Tabaré Vázquez y Constanza Moreira fueron un caso muy puntual– y porque, desde hace muy pocos años, hay más mujeres en cargos de visibilidad política. Y, si uno piensa cuál es el background que alimenta a las fórmulas presidenciales, ve que suelen ser personas que fueron ministros, senadores, intendentes, políticos de gran visibilidad. La gran dificultad de las mujeres para llegar a la fórmula, además de que existan cuestiones de discriminación, es que han ocupado muy poco esos lugares. Recién ahora el Senado tiene un tercio de mujeres. Obviamente esto también sale de un contexto en el que la cuestión de la igualdad de género está más politizada, pero no me parece que esa sea la causa principal. Uno tiene que ver de dónde salen los políticos y, en Uruguay, son insiders. Hay muy pocos ejemplos de políticos que alcancen candidaturas relevantes sin haber hecho una carrera política.
—En cuanto a la ocupación de cargos políticos por parte de las mujeres, ¿cómo se encuentra Uruguay con relación al resto de América Latina?
—Uruguay venía de atrás porque aplicó la ley de cuotas más tarde que otros países de América Latina. Pero uno no debería adjudicar esto a una cultura política menos igualitaria respecto al resto. Corresponde a cuestiones de apertura del sistema político a la presencia de mujeres. Michelle Bachelet fue ministra dos veces, Dilma Rousseff fue ministra, Cristina Fernández fue legisladora en varias oportunidades, María Eugenia Vidal, sin haber ocupado diferentes cargos, era una figura política importante dentro del Pro. Pero no me parece que Uruguay tenga una cultura atrasada. Más bien son factores que se deben atribuir al funcionamiento del sistema político y no a la estructura. Claro que ambos están asociados, pero ¿por qué Uruguay no aprobó la cuota antes? No es porque la preferencia de los ciudadanos no sea incorporar más mujeres a la política. Si uno mira las encuestas, no encuentra que Uruguay tenga una cultura tradicional o machista. Lo que pasa es que el sistema político introduce filtros a la entrada de nuevos candidatos, sean los que sean. Si se analiza la política latinoamericana en términos comparados, es un sistema político con muchas ventajas, muy institucionalizado, de partidos muy estables que tienen vínculos fuertes con la sociedad. Capaz que la mayor rigidez ha sido un problema para que nuevos grupos ingresen a la política. Pero me parece que si uno mira los indicadores de la democracia uruguaya, se ve que no está mucho peor. Los partidos políticos uruguayos, con estas características de que son masculinos y envejecidos, han realizado bastante bien la tarea de representación.
—¿En las mujeres políticas sigue primando la idea de que las mujeres harán una política distinta por su condición de mujeres?
—Me parece que no hay demasiados datos sobre eso. Sí hay datos de que, en términos generales, las mujeres en el Parlamento hacen más por las mujeres. Esto excluye algunos temas, como el aborto, en los que nunca se han puesto de acuerdo. De todas formas, quienes más impulsaron la despenalización dentro del Parlamento, principalmente en el Frente Amplio, que fue a su vez el partido que más la impulsó, fueron las mujeres: Margarita Percovich, Mónica Xavier, Constanza Moreira, Bertha Sanseverino. Lo mismo en otros partidos. En el Partido Nacional, las mujeres han sido las grandes impulsoras de los temas de la agenda de igualdad de género.
—¿Comparte la idea de que si los partidos no dan el paso de poner una mujer como candidata, los ciudadanos no lo darán?
—Los ciudadanos no tienen ninguna posibilidad de designar candidatos en el diseño institucional uruguayo. Los candidatos vienen filtrados por los partidos políticos. Pero no me parece hacer un análisis lineal que plantee que la ciudadanía no prefiere mujeres. Además, la ciudadanía trasmite esas demandas si se organiza de alguna forma. Y los políticos no suelen gobernar mirando las encuestas de opinión pública.
* Candidata a doctora en ciencia política por la Universidad Torcuato di Tella.
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Con la doctora en historia Inés Cuadro
“No se han podido superar discursos que legitiman la diferencia sexual”
—¿Cuáles son los discursos que predominan sobre la participación de las mujeres en la política?
—Me parece interesante analizar cuáles son los discursos legitimantes, ya sea de las candidatas o de los analistas, porque creo que el esencialismo sigue con mucha fuerza. En los años veinte, la discusión giraba, sobre todo en el movimiento feminista, en torno a que las mujeres tenían que tener representantes mujeres porque eso que las había excluido de la política, justamente su condición de mujer, podía actuar como un plus para la democracia. En el fondo se planteaba un discurso desde la diferencia sexual. Ellas iban a aportar lo que los hombres no podían. Hay un discurso muy maternalista, las mujeres se van a enfocar en políticas de infancia, de educación porque, como los hombres no experimentan estas cosas, no pueden representarlas. Se ve a las mujeres como pacifistas, las mujeres no van a invertir en las guerras, las mujeres como buenas ecónomas porque tienen que gestionar un hogar. Creo que este discurso que legitima la diferencia sexual en muchos aspectos no se ha podido superar. Yo siempre pongo el ejemplo de Margaret Thatcher, porque vos seas mujer no vas a tener un corazón tierno, amable y maternal, pero creo que las mujeres políticas juegan con eso.
—¿Sigue viendo esta mirada maternalista en la actualidad?
—La bancada femenina tiene mucho de esa lógica en sus argumentos: “Nosotras vamos a preocuparnos y ocuparnos de cuestiones y de temas que los hombres no se ocupan. Vamos a elaborar leyes a favor de las mujeres, una legislación más proteccionista”. Siguen manteniendo la idea de que hay una sensibilidad especial sobre ciertas temáticas. Incluso si uno piensa en nuestra historia política en materia de ministerios, la mayoría de los vinculados con los roles tradicionales de la mujer son los que han sido ocupados por mujeres. El problema es ver cuánto de este discurso muy tradicional se está reproduciendo con aires de progresismo.
—¿Uruguay está atrasado en materia de mujeres en cargos políticos en relación con el resto de América Latina?
—En Uruguay los debates son como de diez años atrás en relación con otros países. Me parece que es mucho más conservador y reaccionario en términos políticos. Salió la ley de cuotas y todavía hay mucha gente que plantea que la discriminación positiva está mal, que en el fondo lo que hay que buscar es la igualdad. En el caso de Chile, ya se aprobó la ley de paridad que es 50 y 50. En Uruguay tenemos una ley de cuotas minimalista.
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