Las historias épicas sobre boxeadores no son nuevas en el mundo de la ficción. Tal vez el cine ha dejado mucha impronta al respecto con la recordada Million Dollar Baby (2004), dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Hilary Swank. Esta pieza se construye en torno al mundo del boxeo y pone el ojo en su protagonista femenina, la boxeadora Paz Guerra. Paz es interpretada por Belle Pozzi, quien, además, escribió el texto: este es su primer trabajo actoral y dramatúrgico.
En las tablas uruguayas recordamos los montajes de Bitch Boxer, con protagónico de Leticia Scotini, y de Se despide el campeón, con protagónico de Sergio Pereira. Sin duda el cuadrilátero es un buen escenario para tejer historias de drama y de superación, y Pozzi, quien además practica boxeo, construye una historia de superación. La trama está contada de forma dinámica y narra el vínculo de tres personajes: la boxeadora Paz, su padre-entrenador (Gustavo Bianchi) y su amigo y exnovio (Guillermo Francia).
La directora, Victoria Pereira, aprovecha que la narración está organizada en forma de cuadros para componer una puesta en escena que tiene mucho de audiovisual: hay referencias a un pasado que une a la tríada de personajes, cuyo relato se apoya en una proyección. El ring es el elemento central del que salen y al que entran los actores mientras desarrollan el devenir de una historia que, si bien no presenta grandes sorpresas en su avance, construye con profundidad un vínculo complejo entre padre e hija. Hay una lograda ambientación en diferentes planos que refiere a grandes figuras de este deporte plagado de ídolos, desde Muhammad Ali hasta Sonny Liston. En el relato se destaca la performance de Pozzi, quien demuestra dominar los gestos y las técnicas del box en su interpretación, lo que le da un logrado rol protagónico. La dirección aprovecha la complicidad que se genera entre el elenco para dibujar con solvencia las relaciones afectivas; el boxeo se vuelve una herramienta para enfrentar la vida cuando los referentes ya no están.
La pieza refleja el interés de la escritora por contar una historia muy cercana a su vida personal, algo que en los dramaturgos jóvenes parece ser una llave creativa o una postura desde la cual expresarse. La historia ahonda en el pasado y en los vínculos amorosos, pero, sobre todo, resulta una muestra de la construcción de un ídolo, en este caso femenino, en un deporte en el que lo patriarcal parece regir toda lógica. De algún modo, el personaje de Paz se rodea de dos mentores: su padre y su exnovio, quienes giran alrededor de su talento para impulsarlo. En el devenir de ese ascenso el montaje vira hacia escenas de romance adolescente mientras intenta afianzar el drama, convirtiéndola, sin duda, en una ópera prima con influencia de los formatos visuales contemporáneos de consumo.