En 2002 Jorge Meretta me dijo que ya no tenía nada más que escribir, que lo había dicho todo, y con su gesto habitual entre espinoso y tierno, me regaló Ritual de la palabra, un poemario que en su tapa reproduce un óleo de Augusto Schiavoni sugestivamente titulado “Con los pintores amigos”. Meretta convocaba desde las artes plásticas, otra de las disciplinas que, junto a la música, practicó. Como no queriendo reconocer su tarea poética pero urgiendo su lectura. Este libro de 1998 no fue por supuesto el último de Meretta.
En su treintena larga de títulos todavía faltaban algunos señeros, fecundos, exóticos para Uruguay, entre ellos una colección de sonetos –Cambios de sitio– con al menos dos ediciones en 2001 y 2003. Ni me callo ni me voy. Así era Meretta: una eterna discrepancia consi...
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