Es hora de pensar por qué hay grandes músicos que tienen que partir de nuestro país en busca de “algo mejor”. ¿Por qué acá en Uruguay no lo pueden encontrar? ¿Por qué, si hay tanta música comprometida, que incita a la reflexión, optamos siempre por aquella que parece ir por el lado del puro entretenimiento, como una especie de negación de lo que nos rodea?
Antonino Restuccia (contrabajo y bajo eléctrico) es uno de esos grandes que se encuentra exiliado hace casi un año, pero antes de partir grabó lo que ahora es su nuevo disco, Otro camino.1 Y es el título indicado. Por un lado, porque, después de dos discos solistas y como acompañante en una gran variedad de lanzamientos uruguayos, decidió embarcarse en el formato clásico de “piano trío” de jazz. Por otro, porque este disco fue su despedida e ilustra su partida en busca de otro camino en la vida.
Es otro gran ejemplo de la escena joven del jazz, que se encuentra reinventando el concepto de candombe jazz. Digo “reinventando” porque su estilo no proviene, explícitamente, de la escuela de los Fattoruso, vinculada al jazz fusión; más bien se siente parte del jazz contemporáneo que empezó a finales de los noventa y continúa hasta hoy en artistas como Brad Mehldau, Brian Blade, Joshua Redman, Avishai Cohen. Pero a pesar de enlazarse con esa pertenencia, la música de Antonino conserva una clara noción de sus raíces uruguayas y, sobre todo, una efervescencia que parece combatir el peso de la realidad.
Para esta ocasión, Restuccia contó con la participación de Juan Ibarra (batería) y Mariano Gallardo (piano y Fender Rhodes), con las ocasionales participaciones de Juan Olivera (trompeta) y Santiago Acosta (percusión). Mientras Ibarra logra, por momentos, combinar una capa densa de información con una enorme claridad, en otros alcanza una sutileza que no se deja definir. A su vez, Gallardo opta siempre por el espacio, no como algo lento, sino como si estuviera estirando cada segundo para escuchar lo que hay por dentro. Cuando aparece la trompeta de Olivera, nos llega un aire de la oscuridad del cool jazz de los cincuenta, con un timbre grueso y definido y una afinación que juega con el tambaleo para conseguir ser más expresiva.
Antonino toca en contrabajo algo muy uruguayo, algo que tenía que hacerse, que siempre estuvo ahí, pero nadie lo tomaba. Su sonido es tosco, sucio y percusivo, pero a la vez muy cantable e íntimo (¿entrañable?). Siempre tiene firmeza en el acompañamiento, desde un lugar bastante primordial, pero a la vez maneja una noción melódica muy fuerte, logrando ir de extremo a extremo sin tener que transitar por un puente.
A lo largo del disco, podemos encontrar armonías claras y familiares, sin mucho riesgo, contrapuntos entre acordes que van en un pulso lento y melodías dobladas entre el contrabajo y el piano, y percusiones que en momentos brillan por su enorme trabajo polirrítmico o tímbrico. También podemos toparnos con varios solos sorprendentes, como la trompeta flotante y oscura en “Nadie se baña dos veces en el mismo río”, el espaciado y estridente Rhodes en “Otro camino”, y, más que nada, el bajo eléctrico de “Evocación”, tal vez uno de los solos más interesantes que haya dado el jazz de Uruguay.
Sin embargo, es como si todo fuera un solo y un acompañamiento a la vez (algo reforzado por una mezcla en la que todos los instrumentos están en el frente). De esta manera, parece que la música fuera por un viaje en ruta, donde uno puede ver cómo los distintos planos del paisaje, según la distancia, tienen su propio carácter. Es una música que tiene una enorme accesibilidad, pero en la que se puede ir más allá de esa primera capa superficial. Mientras que en estos días vivimos la invasión de un sinfín de videos musicales que, más que invitar a la reflexión y contemplación, apelan a la distracción y a sonreír lo imposible, un uruguayo exiliado nos recuerda que siempre podemos tomar otro camino.
1. Disponible en ‹https://antoninorestuccia.bandcamp.com/›.