Ocurre algo entre maravilloso y frustrante con los grandes hombres: apenas nos adentramos en su vida se revelan como irreductibles, inabarcables, constelados. Condenan al cronista al torpe ademán de un retrato incompleto, calcinan la luz que los ataca, remedan las explicaciones, las cronologías, críticas o alabanzas. Se desbordan continuamente, más allá de sí mismos, siempre allá, más lejos, como el agua en el agua.
¿Quién era Octavio Paz? La primera imagen que me asalta es, si se quiere, un tanto trivial. Es la fotografía que Galaxia Gutenberg usó hace tiempo para la portada de su Obra poética (1935-1998). Octavio está sentado en una silla pequeña, en medio de un entorno natural exuberante. El encuadre deja una zona relativamente amplia sobre su cabeza, cubierta por unas cañas o quizá una...
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