UN JOVEN BLANCO
José Mujica fue hijo de un estanciero arruinado en la crisis de los años treinta, que fue a parar a la periferia de Montevideo. Eran los tiempos de la crisis del Uruguay batllista. La protesta del campo empobrecido cuajó en la victoria del herrerorruralismo en 1958. En aquellos años cincuenta, el herrerismo buscaba su lugar en el mundo de posguerra, desplegando un antimperialismo nacionalista, aunque sin dejar de ser liberalismo conservador anticomunista. Mujica cuenta que a principios de los sesenta participó de un congreso de la juventud del Partido Nacional que terminó en una batahola. La discusión era sobre la política internacional del gobierno herrerista. Mujica llevaba una línea crítica. Del otro lado estaba Luis Alberto Lacalle (padre). Se bifurcaron así dos almas del herrerismo: una fue al encuentro de la izquierda nacional; la otra, hacia la derecha dura. Medio siglo después, en el balotaje del año 2009, los uruguayos votamos, en una gran interna del herrerismo, entre las dos grandes interpretaciones del legado del gran caudillo blanco. Una vez más, de un lado estaba Lacalle, nieto de Herrera; del otro, el tupamaro Mujica, a quien Alberto Methol Ferré, gran intelectual del nacionalismo uruguayo, llamó «el Herrera de los pobres». Si Mujica logró conectar con los hijos y los nietos del éxodo del campo a la ciudad, es porque él es uno de ellos.
UN MILITANTE REVOLUCIONARIO
El joven Mujica era un anarcoblanco con memorias de Aparicio y aspiraciones de Che Guevara. Componía bien con la sensibilidad del naciente Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), en el que confluían socialistas, anarquistas y prochinos detrás de la lucha y la visión de Raúl Sendic y sus cañeros. Hay que poder pensar en la ola de entusiasmo revolucionario de los sesenta sin el anacronismo de quien sabe cómo terminó aquella historia. El foco, el hombre nuevo y la revolución continental eran temas de discusión seria, que organizaban la militancia, la vida cotidiana y la imaginación de miles de personas que construían con su vida el futuro socialista. La izquierda uruguaya vive, hasta hoy, de prestado de las organizaciones, los discursos, la épica y los militantes formados en aquel tiempo. En ese mundo, los tupamaros se distinguían por su activismo ultraizquierdista, su antintelectualismo y su audacia. Es difícil exagerar lo determinante que fue la experiencia tupamara para Uruguay. Aquellos robin hoods invisibles, capaces de secuestrar agentes de la CIA, eran una burla a la decadencia del poder. Hasta hoy, aquellas aventuras son recordadas por la imaginación popular y por el odio de la oligarquía. Cuando en 2004 Julio María Sanguinetti hizo campaña recordándole a la gente que Mujica había empuñado armas y había asaltado bancos, la gente lo votó con aún más entusiasmo. A todos nos gusta un misterioso forajido.
UN PRESO EN UN POZO
La fuga de Punta Carretas es uno de los episodios más extraordinarios de aquellos tiempos. Mujica fue uno de los más de cien prisioneros que escaparon por un túnel en setiembre de 1971. Pero cuando volvió a caer en 1972 ya no era posible repetir la gracia. Mujica estuvo 13 años recluido en las peores condiciones: torturado, aislado, sin ver la luz del sol, con pésima alimentación. La locura lo visitó. Tuvo tiempo para pensar. No son cosas completamente distintas. Escuchó a los grillos y habló con las ranas. Sea lo que sea que le hayan dicho, lo recordó bien. Repasó sus ideas y sus experiencias. Imaginó lo que debía haberse hecho y lo que podría hacerse. Perdió la esperanza y la recuperó. Se construyó una cosmovisión naturalista y una ética de la sencillez. En sus primeros discursos luego de salir de la cárcel, Mujica dijo algunas cosas que repetiría insistentemente por décadas. Pasó una larga temporada en el oscuro, húmedo y maloliente Hades. Y salió.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
A la salida de la cárcel, el MLN-T se recompuso casi desde cero. Salió a hablar con todos los que quisieran hablar con él. Eleuterio Fernández Huidobro se dedicó a escribir (sus libros son lectura obligada para quien quiera entender la historia del pensamiento político uruguayo). Sendic, a proponer la visión de un Frente Grande. Luego de un arduo proceso lleno de maniobras y polémicas, esa idea cuajó en la creación, junto con otros grupos, del Movimiento de Participación Popular (MPP) y su entrada al Frente Amplio (FA). Ha pasado mucha agua bajo el puente, pero en los años noventa el MPP representaba la izquierda radical, como lo ilustra su bandera roja y negra. Gradualmente eso quedó atrás. Se fueron el MRO (Movimiento Revolucionario Oriental), el PVP (Partido por la Victoria del Pueblo), el PST (Partido Socialista de los Trabajadores), el PCR (Partido Comunista Revolucionario), fracasó el experimento de la Corriente de Izquierda y con ella se fueron Helios Sarthou y Jorge Zabalza. Luego vinieron las críticas desde adentro de Julio Marenales. El MLN-T quedó como única organización dentro del MPP. Para muestra de lo que significó ese proceso, un botón: el sector pasó de nacer de la militancia que había juntado firmas contra la ley de caducidad a ser su principal defensor en el FA. A nivel organizativo, el MPP se movió gradualmente desde un horizontalismo asambleario hacia una mayor centralización y una práctica populista. Mujica fue el protagonista de ese proceso. Hizo en esos años miles de quilómetros, infinidad de mateadas y conversó con innumerables personas. Quizás había en su práctica un eco lejano del método maoísta de la línea de masas. Surgió de ese lento proceso una visión estratégica de largo plazo. Desde un profundo escepticismo sobre el rol de la burocracia luego de la caída de la Unión Soviética, entendió la liberación nacional como un proceso necesariamente previo al socialismo, que debía incluir un progreso de las fuerzas productivas y una alianza con los sectores de la burguesía que podían estar en contradicción con el imperialismo. Entendió la necesidad de la incorporación de la tecnología y la búsqueda de la prosperidad capitalista en el marco de lo que, en su discurso, todavía era reconocible como un etapismo marxista. El MPP discutió estas tesis en sus congresos de finales de los noventa y principios de los dos mil. Allí también diagnosticó la creciente heterogeneidad de la clase trabajadora y la importancia de la militancia en las periferias precarizadas. Lo vio antes que nadie y el premio fue la extraordinaria adhesión electoral que lograron desde entonces el MPP y especialmente Mujica, que emergió como un gran líder popular. Las miles de personas que hicieron horas de cola para despedirlo atestiguan el masivo y genuino afecto que le tuvo buena parte del pueblo.
UN PRÍNCIPE PLEBEYO
Mujica ganó las elecciones de 2009, en la segunda victoria del FA, durante el pico del giro a la izquierda sudamericana y la crisis de 2008. Las fotos con Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva, Cristina Fernández y Hugo Chávez son el retrato de un momento crucial de la historia de nuestro continente, que ya terminó, pero todavía no superamos. Mujica fue un impulsor convencido de la integración de América Latina y su gran aporte a esta causa fue desactivar el conflicto con Argentina por las fábricas de celulosa. El gobierno de Mujica intentó poner impuestos a la concentración de la tierra. Promovió que las empresas públicas hicieran grandes inversiones, como el cableado de fibra óptica en todo el país. Impulsó la transformación de la matriz energética hacia fuentes renovables. Habilitó las leyes que legalizaron el aborto, el matrimonio igualitario y el consumo de marihuana. Creó un fondo para promover empresas cooperativas, al que consideraba «una velita prendida al socialismo». Esos cinco años fueron parte de un ciclo de aumento del salario y del nivel de vida para buena parte de los uruguayos. No es poco. Mujica buscó pactos con la oposición y tuvo una relación especialmente buena con los intendentes blancos del interior. Promovió la creación de las alcaldías (hoy un gran coto de caza de los blancos) y la expansión de la educación terciaria en el interior. Se hizo famoso en el mundo por la austeridad en la que vivía. En Uruguay su estilo también despertó simpatías, desacralizando las cocardas de la política y mostrándose cercano con la gente. Se cometieron en su administración, también, grandes errores en las inversiones públicas, desprolijidades en la gestión, cercanías peligrosas con la lumpemburguesía y políticas improvisadas sometidas a arranques arbitrarios de buena voluntad. En el pico de su poder, Mujica dijo que había que hacer mierda a los sindicatos de la educación, se burló de los ecologistas y tuvo como ministro de Defensa a un Fernández Huidobro empeñado en atacar a la militancia de derechos humanos.
UN VIEJO SABIO
A Mujica le decían «el viejo» desde joven. Era un maestro en las artes de la pausas dramática y la ironía. La suya era una mezcla conmovedora y algo chocante entre una ternura sencilla y un pragmatismo cínico. Podríamos decir que se endureció sin perder la ternura. Entendió al ser humano como «un bicho complicado». Era muy serio y muy gracioso. Fue un caudillo, un pícaro con boliche y malicia. Aunque despreciara a los intelectuales y los diletantes de café, él mismo fue uno de ellos, sideralmente más culto que la media de los políticos. De viejo, creció su aprecio por el liberalismo y por el centro político. Orientó al MPP, ahora la gran maquinaria electoral del país, en esa dirección. El actual gobierno uruguayo es el resultado de eso. El último acto político de Mujica en vida fue agredir en la prensa al movimiento sindical después del acto del Primero de Mayo por el pecado de reclamar al gobierno la redistribución de la riqueza y reconocer que está sucediendo un genocidio en Palestina. El desagrado entre la izquierda radical y el Mujica tardío fue mutuo, y fue tan intenso en parte porque Mujica viene inocultablemente de ese riñón, y cargó con su estética, sus ilusiones y sus impaciencias. Para la izquierda, el legado de Mujica es contradictorio, incómodo e ineludible. Su devenir no nos puede ser ajeno. Su éxito arrollador nos echa en cara nuestra impotencia, nuestras malas ideas y formas organizativas. Si nos ganaba tan fácil, es porque algo hacía mejor que nosotros. Y, no podemos negarlo, nos ayudó a ganar más de una que sin él hubiera estado mucho más cuesta arriba. Como tantos de su generación, pasó desde la izquierda radical hasta el centro, y llamó aprendizaje a ese movimiento. Quienes en las generaciones siguientes no queremos aceptar sus conclusiones, de todos modos, si queremos evitar los mismos errores, tenemos que poder sacar alguna lección de su trayectoria. El pensamiento de Mujica estaba tensionado entre la utopía y el realismo. En los temas ecológicos, esta contradicción se extremaba. Mujica atacó el consumismo, la sociedad de mercado y el imperativo del crecimiento económico. Enamoró con su genuino amor a la tierra y su forma de desplegar una concepción estrictamente materialista de la vida, que, sin embargo, no descuidaba el sentido y la espiritualidad. Pero como gobernante promovió la aceleración de la depredación ambiental y la inversión extranjera para sostener el crecimiento económico y la legitimidad política. Alguna vez, cuando le preguntaron por esta contradicción, respondió: «Mi pueblo me venció». ¿Cómo resolvió Mujica esta contradicción? No la resolvió, la tenemos que resolver nosotros. Mujica vivió una vida larga e intensa, y se murió en su casa. Quién pudiera. Enseñó que hay que amar la vida y dedicarla a resolver los grandes problemas de la humanidad. Lo repitió siempre que pudo, desesperado porque, a pesar de que todos lo querían y lo respetaban, casi nadie lo escuchaba realmente. Mujica sabía que la vida es corta. Cuando anunció que estaba enfermo, aconsejó a los jóvenes que no sacrificaran la vida por estupideces, dio las gracias y cerró diciendo: «Que me quiten lo bailado. Chau».