Centenario de Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978): Un creador con lenguaje propio - Semanario Brecha
Centenario de Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978)

Un creador con lenguaje propio

Fue una de las figuras más eminentes de la cultura iberoamericana del siglo XX. Si bien su obra de mayor reconocimiento la realizó para el cine –comenzó en 1948 con el cortometraje El muro y continuó con 28 largometrajes más–, intervino con pensamiento y acción en muchos de los problemas de su tiempo. Su prolífica obra cinematográfica no impidió que escribiera poesía y narrativa, que dirigiera teatro, que llevara adelante los más audaces ejercicios de coproducción y ayudara a nuevos realizadores a desarrollar sus carreras.

MUSEO DEL CINE B.A.

«El cine debe ser un dedo acusador,
un descubridor de una llaga,
un vociferador de la verdad…»
El Mundo, 24 de setiembre de 1958

Su padre, Leopoldo Torres Ríos, fue un destacado realizador de las primeras décadas de expansión del cine industrial argentino. Él introdujo a su hijo en el hacer cinematográfico e impulsó su vocación, que originariamente estuvo ligada a la escritura. Torre Nilsson colaboró con su padre en diversos roles y eso le dio un conocimiento certero de la diversidad de actividades que implicaba la realización de un filme. Pero ya desde su primera obra dejó marcado su afán por elaborar un lenguaje propio en el mundo audiovisual. Así, El muro fue una tentativa por crear, entre nosotros, un cine de experimentación. «Todavía tengo esperanzas de que sea continuada», expresó ante Jorge Miguel Couselo muchos años después de su realización.

Torre Nilsson usó, en casi toda su obra, la literatura como punto de partida. Cuentos, novelas, piezas de teatro, poemas, biografías históricas fueron fuentes literarias que tomó para convertirlas en lenguaje audiovisual, en un mecanismo simbólico de alto riesgo que supo utilizar con maestría. Del mismo modo que El muro estaba basado en un relato propio, su primer largo en codirección con su padre, titulado El crimen de Oribe (1949), era una adaptación libre del cuento El perjurio de la nieve, del entonces también muy joven y desconocido Adolfo Bioy Casares. Es que el texto contenía algunos de los temas que más preocuparían a Nilsson: el encierro, la negación de la realidad, la decadencia de las clases dominantes. Además, ya desde esta obra inicial, las casas aparecen en su cine con entidad de personajes.

En esta primera etapa, el cineasta se debatía entre las exigencias de la industria del momento y la búsqueda de su propio lenguaje. Así, alternó proyectos propios (Días de odio, adaptación del cuento Emma Zunz, de Jorge Luis Borges; La tigra, sobre una obra de Florencio Sánchez; El protegido, sobre relato propio) con películas hechas por encargo, como Para vestir santos, con guion de Sixto Pondal Ríos y con Tita Merello como protagonista, o Graciela, adaptación de la novela Nada de la española Carmen Laforet, que había obtenido el Premio Nadal y que la productora Argentina Sono Film le ofreció rodar debido al éxito obtenido con su filme anterior. Estas películas fueron ejercicios de estilo respecto del lenguaje, pero en ellas también ensayó formatos de producción que le permitieron arribar luego a la realización de su obra fundamental.

Este ciclo se inicia en 1957 con el rodaje de La casa del ángel, novela de Beatriz Guido que había obtenido el Premio Emecé en 1954. A partir de esa obra, ambos construyeron una pareja afectiva y artística que dio algunas de las mejores películas del cine iberoamericano. Y no me restrinjo al cine argentino porque se trata de una filmografía que, si bien mayoritariamente fue filmada en Argentina, trascendió las fronteras del país, incorporando artistas, productores y espacios de exhibición de otras latitudes. Así, La casa del ángel no solo fue un categórico éxito de público en Argentina, sino que llegó a participar de la competencia en el Festival de Cannes y, si bien no recibió ningún premio del jurado oficial, su protagonista, Elsa Daniel, obtuvo una distinción de una entidad paralela y la película llamó la atención de la crítica europea, lo que hizo que se exhibiera en otros países y festivales. Desde ese momento, Torre Nilsson integró el olimpo del cine junto con realizadores como Orson Welles, Alain Resnais, Michelangelo Antonioni o Ingmar Bergman, hecho que se confirma en 1962, con la decisión del British Institute de incluirlo entre los diez mejores directores de cine del mundo.

Entre 1957 y 1964, basándose en cuentos y novelas de Beatriz Guido, Leopoldo Torre Nilsson filmó las películas que asentaron ese prestigio y lo convirtieron en un verdadero pensador del cine de su época. Los enfoques oblicuos, la música dodecafónica, las atmósferas claustrofóbicas, la fuga del realismo caracterizan esa obra que se exhibe en el mundo con mayor admiración que en su país de origen. El secuestrador, de 1958, es la película posterior a La casa del ángel, y en ella Torre Nilsson pasa de una esfera de alta burguesía a una villa miseria, en una de las películas de mayor riesgo temático y estético hechas hasta ese momento. Construye un universo casi fantástico en el que los niños cometen crímenes y la condición humana parece no tener salvación. Se adelanta, en crudezas y atmósferas, a películas que caracterizarían la década del 60, como Viridiana, de Luis Buñuel. Del mismo modo, la magistral escena del baile de La casa del ángel es previa a las célebres secuencias de Il Gatopardo de Luchino Visconti o de La guerra y la paz de Serguéi Bondarchuk.

La caída, de 1959, tercera realización basada en una novela de Guido, se consagra en el Festival de Berlín y cimenta el prestigio ya obtenido con sus trabajos anteriores. De todos modos, Torre Nilsson no se niega a las propuestas de productores y pone su sello a la realización por encargo de Un guapo del 900, sobre la pieza teatral de Samuel Eichelbaum, y Setenta veces siete, sobre dos cuentos de Dalmiro Sáenz. Esa película tiene como protagonista a Isabel Sarli, figura del cine erótico y comercial muy alejada del mundo de su cinematografía.

El estreno de Fin de fiesta –película basada en otra novela de Beatriz Guido–, en 1960, supuso un acontecimiento político que llevó a suspender exhibiciones por las trifulcas que se armaban en las noches de estreno. Es que algunos sectores políticos argentinos se veían interpelados por ese relato que refleja la decadencia de un caudillo conservador en los años cuarenta, y la continuidad de ese movimiento en el peronismo. Aunque, sin dudas, la coronación del prestigio del cineasta se dio con La mano en la trampa, de 1961. Basada en una nouvelle de Beatriz Guido, la película obtuvo el premio de la crítica en el Festival de Cannes y convirtió a su director en protagonista de un hecho sin repetición: fue la única edición del festival en la que dos creadores iberoamericanos obtuvieron los premios mayores de la competencia, Buñuel con Viridiana y Torre Nilsson con La mano en la trampa. Este hecho único en la historia del cine es narrado en la novela La gloria (Corregidor, Buenos Aires, 2020) por Javier Torre, el hijo mayor del cineasta, en forma excepcional.

Pocos meses después, Torre Nilsson integró el jurado del Festival de Venecia, que se abrió con su película Piel de verano, filmada en Punta del Este con un elenco encabezado por Graciela Borges y Alfredo Alcón, e integrado por destacados actores uruguayos. Esta película y La terraza, ambas sobre cuentos de Beatriz Guido, reflejaron el desconcierto de la juventud burguesa.

Luego, las posibilidades de producción en Argentina se tornaron más difíciles. Torre Nilsson encaró, entonces, arriesgados ejercicios de coproducción con inversores estadounidenses y europeos que dieron como fruto películas que, por la hibridez de sus temáticas, no llegaron a tener el nivel de las anteriores, aunque siguieron suscitando la atención de festivales y críticos. En esta etapa también se cierra el círculo de las obras basadas en la narrativa de Beatriz Guido, que continúa participando como guionista de sus películas, pero sobre la base de argumentos, obras literarias o ideas de terceros. Sin embargo, en su película final, Torre Nilsson retomó la relación original con la obra de la escritora: Piedra libre, de 1976, es una adaptación de uno de sus cuentos.

Un nuevo viraje se produjo en 1968, con la apertura de una zaga criollista-histórica. Se trata de producciones de altísimo presupuesto y gran impacto en la taquilla. La primera película de esta serie tuvo que ver con hacer realidad un antiguo sueño de juventud del cineasta: transponer el poema Martín Fierro, de José Hernández, obra fundante de la literatura argentina, al lenguaje cinematográfico. La rígida censura de la dictadura militar presidida por Juan Carlos Onganía no le permitió una adaptación tan severa como la que había imaginado años atrás, pero la película recibió la Gaviota de Oro del Festival de Río de Janeiro y convocó a 1,8 millones de espectadores en una Argentina que apenas pasaba los 20 millones de habitantes.

A ese suceso le siguió el de El santo de la espada, de 1970: un relato biográfico del general José de San Martín basado en la obra homónima de Ricardo Rojas. Sometido a fuertes controles de contenido, el filme superó la repercusión del anterior y convocó nuevamente a una cantidad de espectadores que el cine argentino había perdido. Güemes, la tierra en armas, de 1971, completa este ciclo. Si bien no alcanzó el éxito de las anteriores, la película integró a Mercedes Sosa como parte del elenco y concitó el interés de los espectadores. Este terceto de películas de gran formato, con escasos antecedentes en la cinematografía de la región, permitió a Torre Nilsson reencontrarse con un nuevo público masivo.

En los años anteriores a su prematura muerte, filmó las adaptaciones de tres grandes novelas: la de Los siete locos, de Roberto Arlt, en 1973, con la que consiguió el Oso de Plata en el Festival de Berlín; la de Boquitas pintadas, de Manuel Puig, en 1974, con la que obtuvo el premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián, y la de Diario de la guerra del cerdo, en 1975, de Adolfo Bioy Casares –la película se llamó La guerra del cerdo–. Por otra parte, en La mafia, de 1972, y en El pibe cabeza, de 1975, recreó hechos policiales de décadas anteriores. En este último período fue víctima de la censura impuesta por el Ente de Calificación Cinematográfica al mando de Miguel Paulino Tato, quien ejerció el cargo de censor durante el tercer gobierno de Perón y continuaría haciéndolo durante los primeros años de la última dictadura cívico-militar. En 1976, la prohibición de la exhibición de Piedra libre, su último filme, hizo que se exiliara en España hasta tanto no permitieran que se mostrara su obra. Así, renovó el compromiso con la libertad de expresión que siempre había tenido como móvil de vida. Del mismo modo, encabezó el movimiento de directores que promovió la creación del Instituto Nacional de Cinematografía en 1957, organismo que permitió el surgimiento de nuevos realizadores y el mantenimiento de la actividad hasta el presente, en el que recibe serios cuestionamientos por parte del gobierno actual.

Con películas de su archivo, del 2 al 7 de mayo la Cinemateca Uruguaya presentó un excelente ciclo que mostró la amplia paleta de producción del realizador. Pudieron verse las tres obras que más acercaron a Torre Nilsson a Uruguay: La tigra, Piel de verano y La mafia, protagonizada esta última por dos actrices formadas en nuestro país, China Zorrilla y Thelma Biral. También se proyectó su película de mayor consagración internacional, La mano en la trampa, entre otras. El ciclo mostró los mojones de una vasta carrera que es necesario honrar para conocer los cimientos del cine contemporáneo. Ver las películas de Torre Nilsson es descubrir que, como él mismo expresaba, ir al cine es un modo de encontrarse, por encima de las preocupaciones cotidianas, con las grandes preocupaciones del mundo.

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