En una de las últimas películas proyectadas en la 77.ª edición del Festival de Cannes, Spectateurs!, de Arnaud Desplechin, el alter ego del director declara su profunda admiración por Francis Ford Coppola. Resulta profética esta defensa del cineasta estadounidense, ganador de dos Palmas de Oro por La conversación y Apocalypse Now, y el autor más esperado de esta edición del festival. Pero no solo despertaba expectación la arriesgada apuesta de Coppola. Este Cannes se presentaba como uno de los más atractivos de los últimos tiempos, con grandes firmas en la sección oficial: Paul Schrader, Jacques Audiard, Yorgos Lanthimos, Jia Zhang-ke, Andrea Arnold, David Cronenberg, Paolo Sorrentino, Karim Aïnouz, Miguel Gomes. Suponía además un homenaje al new Hollywood de los años setenta, con la Palma de Oro de Honor a George Lucas y a Meryl Streep por el conjunto de su carrera. Un mes antes del festival, Paul Schrader publicaba una fotografía suya de 1985 junto a Lucas y a Coppola, con el mensaje «Juntos otra vez».
Megalópolis, el proyecto con el que ha soñado Coppola desde los años ochenta, financiado en buena parte con la venta de sus viñedos y reescrito múltiples veces tras el rechazo de los estudios, supuso la primera gran decepción ya en los primeros días del festival. Resulta incomprensible sobre todo el desatino en el proceso de guion y, más aún, en la propia premisa del filme, una especie de conjura de Catilina centrada en una Nueva York convertida en una Nueva Roma, con sus carreras de cuadrigas y las semillas de luchas intestinas que acabarán causando su destrucción. Sorprende, considerando que se trata de una película de Coppola, el desorden formal que presenta, la falta de coherencia en el diseño de producción, el barroquismo excesivo en los efectos visuales, las molestas sobreimpresiones y un uso aleatorio de pantallas partidas.
Megalópolis quedó fuera del palmarés. Pero el gran triunfador del festival, Sean Baker, mencionó al paterfamilias del new Hollywood, Coppola, como uno de sus maestros (Baker constituiría entonces el nuevísimo Hollywood) al recoger la Palma de Oro por su excelente Anora. Cuenta en ella la historia de una prostituta neoyorquina que se ve envuelta en una aventura amorosa –a la manera de Pretty Woman– con el hijo de un multimillonario ruso. Baker ya había demostrado en Red Rocket (2021) su capacidad para retratar los sinuosos caminos del sexo en Estados Unidos y su habilidad para combinar tragedia y comedia. La dirección de Baker, de quien en Uruguay ya se vieron Starlet, Tangerine y The Florida Project, es capaz de sostener este tono de screwball comedy y conseguir, al mismo tiempo, una gran empatía hacia la protagonista.
La otra gran triunfadora de esta edición es Emilia Perez. Galardonada con el Premio del Jurado y el de interpretación femenina para sus cuatro actrices, este filme de Jacques Audiard es un sorprendente musical ambientado en el México del narcotráfico, en el que cabe el improbable excurso de un cambio de sexo. Audiard consigue con la maestría de su puesta en escena que Emilia Perez funcione como un viaje fascinante que se sobrepone con tersura a sus elevadísimos riesgos de guion.
Miguel Gomes, el cineasta portugués de Tabu y Arabian Nights o, aún más lejos, el de Aquel querido mes de agosto, descubierto por Cinemateca Uruguaya en 2008, regresó a Cannes con Grand Tour, película en la que cuenta la historia de un funcionario británico que decide recorrer el Sudeste Asiático para escapar del compromiso con su novia. Gomes se enfrenta al material, en algunos momentos, desde la tradición del cine etnográfico, y otras veces desde el homenaje al travelogue del cine mudo, siguiendo la estela de los hermanos Lumière, que enviaban a sus camarógrafos a todos los rincones del mundo. Lo sorprendente de Grand Tour es que, con todo este tejido de materiales tan heterogéneos (blanco y negro, color, presente, pasado, escenas en estudio o documentales), Gomes consigue armar una película bellísima, aventurada y coherente con su universo, lo que le ha valido el premio a mejor dirección. En la escena final, uno de los focos del estudio se centra en el rostro de la protagonista y le devuelve la «vida», desvelando la tramoya a la manera de Fellini en aquel final asombroso de Y la nave va.
En el otro extremo del espectro, nos encontramos con dos directoras con extraordinaria capacidad para retratar lo cotidiano: Andrea Arnold y Payal Kapadia. Arnold, con Bird, nos ofrece otra extraordinaria mirada a los desfavorecidos de Gran Bretaña, pero esta vez el elemento mágico (latente ya en filmes como Fish Tank o American Honey) se abre decidido paso entre las grietas de su realismo asfixiante. Y Payal Kapadia, cineasta de India, presentó All We Imagine as Light, una historia poética de solidaridad entre tres mujeres que tratan de escapar a la opresión de una sociedad que las atenaza. Kapadia se alzó merecidamente con el Gran Premio del Jurado. Queda para la controversia la sobreactuación del cineasta iraní Mohammad Rasoulof y cómo se quisieron confundir las penas a las que ha sido condenado en Irán con la calidad exigua de su película La semilla de la higuera sagrada. El jurado comandado por Greta Gerwig se reivindicó al regatear esa jugada y darle solo un premio menor en el palmarés.
DE POR ACÁ
Tres películas iberoamericanas destacaron en las secciones paralelas del festival. Simón de la montaña, filme argentino dirigido por Federico Luis, coproducción con Uruguay y Chile, obtuvo el Gran Premio de la Semana de la Crítica. La película cuenta la historia de Simón, extraordinariamente interpretado por Lorenzo Ferro, un joven que simula una discapacidad para integrarse en un grupo de pares con los que se siente a gusto. La película basa su fuerza en los primeros planos de los jóvenes y sobre todo de Simón, ante el cual el espectador trata de descubrir, en cada gesto, el grado de simulación y la veracidad de su trastorno psicológico. La otra coproducción uruguaya y portuguesa (Alex Piperno con el director Paulo Carneiro) que destacó en la Quincena de Cineastas es La sabana y la montaña, un filme que retrata el conflicto entre los habitantes de un pueblo del norte de Portugal y una poderosa compañía minera que pretende construir una gigantesca mina de litio.
El gran triunfador de esta misma sección fue el filme español Volveréis, de Jonás Trueba, primera película de su ya larga trayectoria seleccionada en Cannes. Trueba parte de una idea, casi una boutade, del padre del director: «Son las separaciones de las parejas las que se deben celebrar y no las uniones». A partir de allí, transita por territorios afines a toda su filmografía. Deudor de Truffaut (al que se homenajea en una escena) y de Rohmer, el director consigue emocionar con la peripecia de Ale y Alex adaptándose a su nueva situación de pareja. Y lo hace a través de los excelentes actores protagonistas, Itsaso Arana y Vito Sanz, y de una puesta en escena sencilla, pero, a la vez, muy sutil, en especial en la concepción del espacio en ese apartamento madrileño que pronto dejarán de compartir.