Más de treinta personajes irrumpen a lo largo de este espectáculo para darle vida a una historia cuyos acontecimientos incorporan numerosas alusiones al mundo de los jóvenes, que despiertan al llamado de la vida y del sexo. Queda en evidencia la incomprensión de los adultos y las numerosas injusticias que, década tras década, todavía se cometen en el nombre de buenas intenciones que son, en realidad, inaceptables. El texto original proviene del dramaturgo Frank Wedekind (1864-1918), un alemán con antecedentes en las esferas del cabaret que supo originar polémicas que, tiempo después, llamaron la atención del mismísimo Bertolt Brecht. Escrito a fines del siglo XlX, el texto instó a Duncan Sheik y Steven Sater a agregarle canciones, de modo de trasladar su espontánea espectacularidad a los terrenos de una comedia musical, con algún innegable rasgo de opereta, a pesar de los acordes roqueros que se inmiscuyen por doquier, o de las andanzas de siluetas que cantan y bailan de manera más imprevista que la impuesta por Gene Kelly o Bob Fosse.
Lejos de contar con un puñado de composiciones recordables o pegadizas, el asunto extrae sus mejores frutos del vistazo realista y despiadado que echa a los problemas que un grupo de gente muy joven debe enfrentar en una sociedad que, aún hoy, demora más de la cuenta en reconocer las diferencias que existen entre sus componentes, quienes, lejos de ser apoyados por sus mayores, resultan discriminados en diferentes órdenes. Al compás de varias líneas argumentales que van y vienen en un desarrollo en el que acechan el absurdo y la muerte, el adaptador y director Avo Pérez arma una propuesta que invade el escenario más grande de El Galpón para volcar allí no sólo un elevado número de intérpretes, sino también a los seis músicos que, a la vista de la concurrencia y con la conducción de Agustín Amuedo, los apoyan de principio a fin. En igual grado de importancia cabe señalar la precisión de las coreografías de Inés Dantes, la inventiva de la solución escenográfica aportada por Gerardo Bugarín y los despliegues de la iluminación de Martín Blanchet, quien, con inspirado uso de las luces y las sombras, le otorga a su trabajo imprevisto protagonismo.
Pérez le suministra al musical un bienvenido ritmo que, ajeno a cualquier pausa, logra que cada escena de canto o baile tenga una inusitada fuerza, capaz de hacerle olvidar al espectador que, un segundo atrás, tenía lugar un diálogo. Sin duda que buena parte del rendimiento de Pérez al frente de una puesta con múltiples exigencias descansa en el manejo del vasto elenco, en el que, además de la confiabilidad que trasmiten Rogelio Gracia y Filomena Gentile cubriendo varios papeles de adultos, vale la pena destacar a la veintena de jóvenes que encaran la actuación, el canto y el baile con el talento y la energía suficientes como para lograr salir adelante con una labor que, además de proponer una nota diferente en la cartelera, puede despertar jugosos motivos de conversación entre quienes analizan el comportamiento de la sociedad a través de los tiempos.