El capitalismo neoliberal configura una cultura de la emociones en términos de intercambios económicos. A su vez, con la irrupción de Internet estas condiciones de sociabilidad se expanden y dinamizan. Posiblemente, la primera novela que, en el ámbito nacional, haya intuido este fenómeno sea El canto del pato, de Carlos Rehermann. El protagonista, Alejo Murillo, es escritor, y su flamante computadora parece darle versatilidad a los procesos creativos. Pero el dispositivo tecnológico también propicia derivas y distracciones. Él pasa de la fascinación al desencanto. El procesador de texto, por ejemplo, despliega un amplio espectro de funciones. Sin embargo, no tarda en descubrir el bloqueo que produce la adicción a Internet. El canto del pato narra el fracaso de un proyecto de escritura que se agota en el intercambio «líquido» del chat: «Net Meeting es un programa, y un lugar de encuentro, donde uno puede entrar en contacto directo con gente de todo el mundo».1 Murillo se fragmenta en una pluralidad de autoimágenes, el yo concéntrico se vuelve multiforme, proclive a la fuga: la novela se pospone y el desenfreno erótico termina por perderse en la búsqueda incansable de contacto e intimidad.
Veinte años más tarde, se publica El fin del amor, de Eva Illouz (Marruecos, 1961). El libro se puede leer como una profundización conceptual del desamor en la era de la conectividad. Un ensayo radicalmente contemporáneo que piensa las intrusiones del capitalismo en la esfera de las emociones. La interacción social debilita sus rituales, y las relaciones románticas y sexuales se definen por su incertidumbre. Se reconoce una sociabilidad negativa, una manera de vincularse que tiende al desapego: Illouz intenta elucidar las múltiples formas que adopta el desamor en nuestra sociedad. Desde el enfoque de la sociología cultural, interpela las relaciones sexuales y sus códigos mercantiles. El fin del amor es un libro sobre el miedo al compromiso, la ambivalencia emocional y la cultura de la elección. Se ha modificado, incluso, la naturaleza del sufrimiento amoroso. Y, en este sentido, la experiencia del desamor se entrelaza con técnicas de autoayuda que mitigan el tormento romántico. En Por qué duele el amor, la autora afirma: «El sufrimiento amoroso genera en la actualidad una cantidad casi infinita de material explicativo, cuya meta es comprender el fenómeno, pero también extirpar sus causas».2
Las tecnologías de la elección, diseñadas con el propósito de dar lugar a encuentros, hacen del sujeto un evaluador y un consumidor: entra en una lógica binaria que se dirime entre la aprobación o la desaprobación. Por tal motivo, Illouz dedica largos tramos de su trabajo a reflexionar en torno a la aplicación Tinder. Allí, los gustos compartidos y la atracción recíproca de los cuerpos habilitan un espacio de intimidad. Pero las aplicaciones de citas se definen por su velocidad y la inminencia de lo imprevisible; se aceleran y multiplican las opciones en el terreno sexual y amoroso, y este fenómeno termina por delinear una modalidad compulsiva de la evaluación. En La agonía del Eros, Byung-Chul Han critica los planteos de Illouz: el fin de la experiencia erótica, sostiene el filósofo, no se debe a la libertad sin fin o a las posibilidades ilimitadas, sino a la erosión misma de lo que entendemos por otro: «En el infierno de lo igual, al que la sociedad actual se asemeja cada vez más, no hay ninguna experiencia erótica».3
La autora hace un análisis riguroso del efecto disruptivo que tiene la tecnología en las estructuras del amor romántico: como nunca antes, observa, las relaciones se volvieron inciertas y complejas.
1. Carlos Rehermann, El canto del pato, Planeta, Montevideo, 2000, pág. 27.
2. Eva Illouz, Por qué duele el amor. Una explicación sociológica, Katz, Madrid, pág. 11.
3. Byung-Chul Han, La agonía del Eros, Herder, Barcelona, 2014, pág. 10.