Un mundo de apariencias - Semanario Brecha

Un mundo de apariencias

En el Teatro del Notariado: “Dos hombres desnudos”.

El título alude a la comprometida situación en que los protagonistas se ven envueltos de forma repentina. La sorpresa real o fingida de cada uno frente a lo sucedido, en vez de abrir camino a una mejor comunicación entre ambos para intentar arreglar –o entender– las cosas lo mejor posible, da pie a rotundas negaciones y hasta a una agresiva indiferencia, que parece empeorar el asunto hasta límites indeseados. Más que detallar lo que quizás sucedió o nunca tuvo lugar, posibilidades que al mismo espectador le cabe evaluar, conviene, en verdad, aludir a la sutileza que el francés Sébastien Thiéry maneja para introducir dos personajes desprovistos de ropa que, más allá de la relación de dependencia laboral que pueda unirlos, no están dispuestos a llegar a ningún acuerdo que justifique lo sucedido, al tiempo que mantienen el muro que los separa de los demás. La desnudez resulta todo un símbolo de ciertas actitudes de los seres humanos, que niegan ciertos hechos sin mayores explicaciones o adoptan posiciones inesperadas que no hacen más que agravar los acontecimientos. En uno y otro caso, el autor deja traslucir los tonos de posible engaño –y hasta de autoengaño– que estos hombres pueden adoptar respecto de quienes los rodean.

A las referidas siluetas masculinas se agregan la de la esposa de uno de los implicados y una “visitante”, más o menos inesperada, que aparece para poner de relieve la manera en que hombres y mujeres enfrentan los problemas que la vida les depara. Mario Morgan, desde la dirección, se las arregla para que, con total naturalidad, la representación comience a partir de la propia desnudez del dúo frente a la platea. Lo que sucede a continuación incluye varias agudezas que involucran tanto a las figuras mencionadas como al medio en el cual les toca vivir. Son puntos fuertes que el autor no siempre hilvana con la necesaria progresión, en un desarrollo cuya división en escenas demasiado independientes resulta algo abrupta. Además, la banda sonora de altísimo volumen parece acentuar esta opción sin mayor justificación. Todo va mejor, sin embargo, en lo concerniente al cuarteto actoral, llamado a desenvolverse en una base de caracterizaciones de trazo fuerte, a las cuales el propio Thiéry despoja de matices con aviesa intención. Por allí consta la desenvoltura con que Graciela Rodríguez y Eunice Castro resuelven sus respectivos contrapuntos con los titulares Álvaro Armand Ugón y Nicolás Pereyra, quienes asumen con total credibilidad la tarea de retratar a dos hombres que, en otras manos, bien podrían haber caído en la caricatura o en innecesarios subrayados.

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