Una lucha de clases por el ocio - Semanario Brecha
Con Nick Srnicek, académico aceleracionista canadiense

Una lucha de clases por el ocio

Srnicek, que recientemente ha profundizado en el estudio de la economía política del capitalismo digital, acaba de publicar Después del trabajo: una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre , coescrito con Helen Hester, en el que discuten tendencias actuales del futuro del trabajo. Conversamos con él sobre esta problemática tan importante para nuestra coyuntura actual.

GENTILEZA DEL ENTREVISTADO

En los últimos años ha habido una preocupación intelectual acerca del trabajo, en el marco de una perspectiva que podríamos llamar poslaborista. ¿Por qué creés que se produce y qué características tiene?

—Hay varias razones por las cuales el tema del postrabajo ha ganado popularidad recientemente. Una de ellas es el avance tecnológico. Hay un creciente discurso sobre el potencial de la automatización, el aprendizaje automático, la inteligencia artificial [IA] y la robótica para reemplazar muchos trabajos que provoca temor en las personas ante la posibilidad de que los robots les quiten sus empleos. También está el aspecto generacional. Para la generación Z, el trabajo ya no proporciona identidad ni sentido de pertenencia a una comunidad o red de solidaridad. Existe un sentimiento generalizado de desconexión entre el trabajo y las generaciones más jóvenes. Adicionalmente, hay una transición económica que provoca que muchas personas queden excluidas del mercado laboral, a lo que se suma el impacto del cambio climático.
Esto ha llevado a una reflexión sobre alternativas al crecimiento del producto bruto interno y sobre el interés en el consumo material y la productividad. Así surge la consideración del ocio como una posible alternativa.

Todos estos grandes cambios están convergiendo en la idea del postrabajo como un futuro viable. En lugar de organizar la sociedad en torno al crecimiento, al consumo material y a la necesidad constante de vendernos para obtener ingresos, se propone aumentar nuestra libertad y explorar nuevas formas de vida.

—Actualmente estás trabajando más en lo económico, pero venís de un interés filosófico por la subjetividad. ¿Creés que también es un factor relevante para entender por qué esto es un problema ahora?

—Sí, creo que lo es; el cambio generacional refleja un cambio en la subjetividad. Nací en los ochenta y fui educado para verme a mí mismo como un pequeño emprendedor. Muchos de nosotros fuimos educados para considerarnos meros trabajadores esforzados.

La larga tradición de utilizar la educación y las instituciones ideológicas para formar a los individuos como buenos trabajadores bajo el capitalismo ha sido omnipresente durante décadas. Sin embargo, esta forma, mediante la que se adhiere a las personas, está cambiando significativamente. Parte de esto se debe al contexto económico: muchas regiones han experimentado largos períodos de crisis; y en los países ricos, aunque no ha habido una crisis abierta desde 2008, los salarios se han estancado y el trabajo se ha vuelto más precario. Para muchos que nacieron en los dos mil, el trabajo nunca fue visto como una salvación, más bien, ha sido una fuente de sufrimiento. Esta perspectiva cambia dramáticamente la relación subjetiva de las personas con el trabajo, sus identidades y la manera en que se forman. Definitivamente hay un gran cambio en la subjetividad.

—¿Cuáles son los aspectos más relevantes en los que la tecnología ha cambiado el mundo del trabajo y nuestra relación con el trabajo?

—Recientemente surgieron formas bastante obvias en las que la tecnología ha cambiado el trabajo que tienen que ver con las plataformas. Uber es el ejemplo típico de que estas han llevado a un gran número de personas a trabajos muy precarios, generalmente mal pagados y poco estables, sin los beneficios, los derechos y las responsabilidades de un empleo tradicional. Diría que ha habido una verdadera transformación del formato contractual estándar de trabajo, que fue dominante, al menos en los países occidentales, durante décadas.

Otro cambio clave es la gestión algorítmica. Ahora, las personas no están supervisadas por un jefe que las vigila directamente, sino por un algoritmo o una aplicación que las monitorea todo el día. Esto comenzó con plataformas como Uber, pero se ha vuelto mucho más común, especialmente después de la pandemia. El trabajo remoto ha permitido a los empleadores monitorear gran parte de las tareas realizadas en una computadora de maneras que no eran posibles hace cinco años.

Además, un cambio más sutil que trajo la tecnología es la degradación de lo que podríamos llamar las clases profesionales y gerenciales. La programación y la enseñanza son buenos ejemplos. Hace 20 años estos trabajos tenían un alto estatus, buenos ingresos y eran muy valorados, pero ahora están siendo degradados. Por ejemplo, en las universidades es común encontrar docentes con contratos a corto plazo y más precarios. La programación también está siendo afectada, ya que la IA generativa puede reemplazar a programadores o simplificar sus tareas y convertir este trabajo, antes técnico y profesionalizado, en algo que puede ser realizado por más personas.

Estamos viendo cómo estas profesiones se están degradando, acercándose más a las condiciones tradicionales de la clase trabajadora. Se está generando una polarización en la estructura de clases como resultado de estas tecnologías. Aunque es un cambio sutil, cada vez es más importante.

—Pero la automatización ha estado siempre, ¿ahora es diferente? ¿Por qué actualmente se habla tanto del futuro del trabajo? ¿Es solo la tecnología o hay algún otro motivo por el cual esto se está volviendo relevante?

—Sí, creo que la tecnología es un aspecto clave en todo esto. Aunque aún no hemos visto mucha automatización proveniente del aprendizaje automático, los avances son bastante significativos. La gente tiende a proyectar estos avances hacia cinco o diez años en el futuro y a imaginar cómo distintos tipos de trabajos podrían ser automatizados, lo que despierta preocupación sobre el avance tecnológico y la posible automatización de esos trabajos.

Pero el otro lado de esto, que Aaron Benanav explica bien, es que la ansiedad sobre la automatización no solo se debe a la amenaza potencial de que los empleos desaparezcan, sino también a la falta de confianza en que la economía pueda generar nuevos trabajos, como solía suceder en el pasado. En los países capitalistas avanzados, el crecimiento económico ha sido limitado en los últimos 30, 40 o 50 años, y el crecimiento de la productividad también ha disminuido. Aunque hay crecimiento, no se compara con el de mediados del siglo XX. Por lo tanto, existe el miedo de que, si se eliminan los empleos actuales, no haya nuevos empleos disponibles. Es una combinación de ansiedad económica latente y la proyección de avances tecnológicos futuros que lleva
a que la gente sienta temor a raíz de la automatización que se ve hoy en día.

—Vivimos en un contexto que algunos llaman de policrisis, o crisis permanente, que convive con una situación de ganancias récord para las empresas y con vulnerabilidad y empobrecimiento de los trabajadores. ¿Cómo entra esto en la discusión?

—Si tomás en cuenta la caída en el crecimiento de la productividad y el estancamiento económico, lo que queda es una torta económica que, a nivel global, no crece tanto como antes. Si mirás a mediados del siglo XX, cuando esa torta crecía bastante, era fácil para las clases acomodadas decir: «Bueno, sí, les vamos a dar algo a las clases trabajadoras, vamos a comprarlas con mejores niveles de vida». Pero si ya no tenemos ese crecimiento, la situación económica se convierte en un juego de suma cero.

Esto ayuda a explicar el conflicto de clases cada vez más evidente. Por un lado, ganancias récord y, por otro lado, salarios estancados en muchos países capitalistas avanzados. Acá, en el Reino Unido, los salarios reales no han crecido en 16 años, lo cual es increíble; tenés que retroceder siglos para encontrar una situación similar. También hay países, como Italia y Japón, que han estado a la vanguardia de este estancamiento económico, a lo que habría que sumarle los cambios demográficos provocados por una población envejecida. El conflicto de clases se intensifica porque la mayoría no ve una mejora en su nivel de vida, mientras un pequeño grupo disfruta de un aumento increíble en su riqueza.

Otro aspecto clave es que este juego de suma cero también explica el auge del nacionalismo económico. Tenés el giro de Estados Unidos y Europa hacia políticas industriales, mientras que China lleva años aplicándolas. Mientras esto se convierte en una competencia más clara entre regiones, China trata de quedarse con la mayor parte posible de esa torta económica en desaceleración.

El estancamiento económico ayuda a explicar muchos de los fenómenos perversos que están surgiendo, y esto es algo que no se va a resolver fácilmente. Algunos piensan que podría haber un repunte en el crecimiento de la productividad, pero yo no lo veo. La pregunta es: ¿cómo enfrenta la izquierda esta realidad? ¿Cómo nos enfrentamos a un mundo que se parece menos al período dorado del capitalismo posguerra y más al capitalismo del siglo XIX?

—¿Cómo creés que puede la izquierda adaptarse a una era posindustrial en la que casi no existen las grandes fábricas que generan miles de empleos? ¿Es necesario cambiar la visión y reconocer que vivimos en una sociedad diferente a la de mediados del siglo XX?

—Podemos preguntarnos: ¿cuál es la imagen del futuro que estamos imaginando acá? ¿Es un futuro en el que todos seguimos haciendo trabajos en fábricas o, peor aún, en la minería? ¿O es un futuro en el que tenemos más ocio y libertad? Para mí, una de las cosas que la izquierda puede hacer ahora mismo, y esto aplica en todo el mundo, es luchar por la libertad. Creo que durante demasiado tiempo la izquierda ha dejado que la derecha neoliberal domine el significado de libertad. Han podido decir que la libertad es gastar tu dinero como quieras o tener el trabajo que elijas. Pienso que la izquierda necesita realmente argumentar que esta es una idea terrible de libertad, una idea extremadamente débil, y luego presentar su propia alternativa. Una alternativa que esté centrada en el ocio, la autonomía y la autodeterminación. Todo esto es clave para un proyecto de izquierda orientado hacia el futuro. Se relaciona muy bien con la visión poslaboral del futuro, al pensar en cómo organizamos nuestra sociedad para maximizar la cantidad de tiempo libre y libertad que la gente tiene.

Esto requiere enormes transformaciones en nuestras sociedades, pero es un camino a seguir. Es una forma de comenzar a abordar problemas tan cruciales hoy en día, como el cambio climático y la desindustrialización prematura.

—Ante estas inquietudes, los sectores de la derecha y el centro suelen responder con una pregunta tramposa pero recurrente: ¿cómo se va a pagar esto? ¿Cómo pueden la izquierda y los movimientos sociales responder? ¿Qué estrategias podemos considerar para enfrentar esta cuestión y ofrecer una respuesta efectiva?

—La cuestión del financiamiento depende de cada país, pero en todo el mundo hay aspectos en los que el sistema de bienestar y el sistema fiscal están extremadamente sesgados a favor de los ricos. Es simplemente la naturaleza intrínseca de clase del Estado: siempre hay formas en que los ricos se benefician. Podemos usar eso como un punto de apalancamiento para intentar recuperar algunos ingresos para el Estado y así poder financiar diversas iniciativas.

Es una lucha de clases, y creo que necesitamos hacerla más explícita. No se trata de esta idea de que todos somos neutrales, de que todos queremos lo mejor para todos y de que compartimos los mismos intereses, ni de «oh, es simplemente desafortunado que no podamos permitirnos ciertas cosas». Es una cuestión de clase: algunas personas se benefician y otras pierden. Y necesitamos luchar para decidir quién se está beneficiando y quién está perdiendo en esta situación.

—¿Qué pueden hacer los movimientos sociales y las acciones locales para recuperar algo de ocio y libertad, dado que a menudo son más débiles que los gobiernos y los partidos?

—Un aspecto es criticar las ideas de desarrollo que las grandes empresas tecnológicas están empezando a promover. Hay mucho interés en construir nuevos centros de datos en América Latina, y creo que es importante oponerse a la idea de que esto represente algún tipo de camino hacia el desarrollo, en lugar de ser simplemente una cuestión de explotar los recursos locales, como el agua, la energía y las poblaciones. Los gobiernos pueden decidir permitir que Amazon y Google construyan centros de datos, pero al menos deberían negociar mejores condiciones.

El otro aspecto es más positivo: todos podemos impulsar la discusión sobre el tiempo libre. Puede empezar con acciones pequeñas, como exigir un mejor equilibrio entre la vida laboral y personal, y asegurarnos que, una vez finalizada la jornada laboral, el tiempo de trabajo remunerado realmente termine, sin que los empleadores te contacten fuera de horario.

Pero también puede implicar medidas más grandes, como más días de vacaciones, una semana laboral más corta o menos horas de trabajo semanales. En muchos países ya se están implementando este tipo de cambios, y creo que hay espacio para una acción internacional en ese sentido,
con varios países empujando los límites al mismo tiempo.

Además, es fundamental promover una nueva narrativa de libertad, subrayando que la idea neoliberal de libertad es vacía para la mayoría de las personas. Tenemos que presentar una alternativa que, aunque no dé resultados inmediatos, siente las bases para grandes cambios en el futuro. A veces, se trata de crear las condiciones para un futuro mejor, en lugar de construirlo de inmediato.

—¿Cómo podemos entender la contradicción entre el lento crecimiento de la demanda laboral y la presión por aumentar la oferta, a través de cosas como los trabajos múltiples o el aumento de la edad de jubilación? Esto parece económicamente ineficiente y es promovido por todo el espectro político, incluida la centroizquierda.

—Creo que parte del problema se remonta al creciente estancamiento económico, y es importante ser claros: estamos en un juego de suma cero. Lo que está ocurriendo es que los trabajadores están viendo cómo sus salarios se estancan o incluso disminuyen, y están siendo obligados a tomar múltiples empleos para llegar a fin de mes, mientras que la inflación masiva hace que sea aún más difícil pagar las cosas. Toda esa presión del sistema, que no crece rápidamente, se está trasladando a las clases trabajadoras. Si tomamos mayor conciencia de la naturaleza de suma cero del sistema actual, podremos entender mejor sus contradicciones. El hecho es que, si un grupo está ganando, lo hace a costa de otro, y en este momento son los extremadamente ricos quienes están ganando a expensas de los demás.

Así que necesitamos más claridad sobre esto, dejando de lado esa falsa ingenuidad de que todos estamos en esto juntos y queremos lo mejor para todos. Eso no es cierto. Algunas personas están luchando por sus propios intereses, mientras otras ven cómo les quitan lo que es suyo.

—El año pasado, con Helen Hester publicaron Después del trabajo1 y enfocaron gran parte del libro en el trabajo de cuidados. ¿Cómo creés que el trabajo de cuidados, que a menudo no se considera en el mercado laboral, está siendo afectado por el cambio tecnológico? ¿Y qué papel podría jugar en una nueva forma de pensar sobre el trabajo?

—Hablamos mucho sobre el trabajo de cuidados, primero, porque ha sido ignorado en muchas reflexiones sobre el futuro del trabajo y el postrabajo. En segundo lugar, porque este es el futuro del trabajo. Si miramos las tendencias, hay una creciente cantidad de trabajos de cuidado tanto en la economía remunerada como fuera de ella. Sin embargo, cuando se discute el futuro del trabajo, rara vez se menciona a enfermeras o trabajadores de cuidados a domicilio; en cambio, se habla de programadores y expertos en IA. Por eso, una parte clave del libro fue centrarse en cómo encaja el trabajo de cuidados en estos discursos, tanto sobre el futuro del trabajo como sobre el fin del trabajo, que es crucialmente importante.

También está el clásico planteamiento de las feministas de los años setenta sobre la remuneración del trabajo doméstico, donde se trataba de poner una cifra monetaria a ese trabajo no remunerado que se realizaba en el hogar. Si miramos las estadísticas actuales, se estima que ese trabajo equivale a miles de millones de dólares. Es una cantidad enorme de dinero que se produce sin paga, generalmente por mujeres en sus hogares. Esto desmiente la idea de que vivimos en una sociedad completamente mercantilizada, porque hay una gran cantidad de trabajo que no está mercantilizada en absoluto.

Este es un punto clave para reflexionar sobre el crecimiento económico y el futuro del trabajo, porque ahí es donde se encuentra y donde estará la mayoría de la gente. Debemos pensar en cómo organizamos este sector, cómo organizamos a este grupo de trabajadores y qué tipo de intereses estamos defendiendo al poner el trabajo de cuidados en el centro de nuestras prioridades.

1. Hester y Srnicek, Después del trabajo: una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre, 2024, Caja Negra.

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