La medicina avanzó vertiginosamente sobre la base del desarrollo de la ciencia y de su fiel compañera la técnica. El médico contemporáneo se forma tomando como eje el método científico. El título que le permite ejercer la profesión incluye el compromiso de actuar según lo aprendido; es decir, que actuará basándose en los conocimientos adquiridos y en una metodología específica, y aun más, tiene el compromiso ético de proseguir estudiando y actualizándose. Dada esta necesidad, se debería incluso exigir una re-certificación periódica para garantizar que la ciudadanía reciba la mejor atención posible, lo que incluye una adecuada información sobre las inmunizaciones disponibles.
Aquellos que actúan apartándose de ese compromiso no deberían ostentar el título de médico. Y con esto me refiero también a todas aquellas otras formas de curar que no están incluidas en la formación académica exigida por la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (llámense terapias no tradicionales como la homeopatía, la terapias florales, etcétera).
Quien ostenta el título de médico para ejercer estas formas de curar que no se basan en el método científico hace un uso impropio de este, lo que merecería que se analizara en profundidad desde el punto de vista ético. En igual sentido debe analizarse el proceder de aquellos médicos que desaconsejan las vacunas. En este sentido, por ejemplo, en 2015 el Colegio de Médicos de Barcelona propuso la suspensión del ejercicio profesional de aquellos quienes procedan desaconsejando el uso de las vacunas. La propuesta llegó luego de la muerte de un niño que contrajo difteria por esa causa. En Italia en 2017 el Colegio Médico de Treviso del Norte de Italia, le quitó la posibilidad de ejercer su profesión a un médico líder del movimiento antivacunas “no-vax” y autor de libros alineados con esa postura. En nuestro país, el Colegio Médico no se ha pronunciado al respecto.
TRAMPAS. Algunos médicos, como el inglés Andrew Wakefield, se encuentran detrás de losmovimientos antivacunas. Él fue quien divulgó a través de un artículo publicado en la prestigiosa revista Lancet, en 1998, la idea de la asociación entre la inmunización contra el sarampión, las paperas y la rubeola, y la aparición de casos de autismo, así como también la vinculó con afecciones intestinales. En 2004, seis años después de haber desatado un escándalo de enormes proporciones, Wakefield afirmó, sorprendentemente, que nunca encontró una relación causal entre la vacunación y el autismo, y no se retractó de haber inducido al error, como sí lo hicieron 10 de los 13 investigadores que participaron en el estudio. A pesar de la retractación, el temor provocado en la población se tradujo en un descenso marcado en las tasas de vacunación (en alguno barrios londinenses cayeron al 50 por ciento). En 2007, el General Medical Council (Consejo Médico General del Reino Unido) dictaminó que Wakefield había actuado en forma deshonesta e irresponsable y que sus afirmaciones eran un fraude; que había manipulado y falsificado los resultados del estudio de investigación. La propia revista Lancet entonces se retractó de aquella publicación inicial, pero el mal ya estaba hecho, y los grupos en los que habían permeado esas ideas ya se habían puesto en movimiento. Escrito en letras mayúsculas rojas, la palabra “retracted” atraviesa hoy las páginas en pdf del polémico artículo publicado en Lancet.
Ese estudio se realizó utilizando procedimientos invasivos (punciones lumbares, endoscopías) sobre niños autistas sin ninguna justificación, por lo que se consideró que los investigadores incurrieron en una falta ética grave. En 2010, Wakefield fue excluido del registro médico, revocándosele el título para ejercer la profesión en Reino Unido.
Los resultados a los que arriban algunas investigaciones científicas pueden ser erróneos, lo que obliga luego a retractaciones, que no son raras en el terreno de la ciencia. Tales resultados tienen dos causas fundamentales: un error, generalmente humano, o una intención. En el caso de las afirmaciones erróneas del trabajo de Wakefield se escondía probablemente la avidez económica de una empresa interesada en los litigios que ese estudio generaría y en el proyecto de un sustituto de la vacuna contra el sarampión, aunque no hay pruebas fehacientes de que se haya extraído un beneficio económico, sólo hay evidencia de un conflicto de intereses.
Se sabe que las verdades en el terreno científico son esquivas y, por lo general, transitorias. A pesar de ello, la medicina encontró en las vacunas las herramientas más importantes y potentes para proteger la salud y prolongar la vida de los seres humanos sobre el planeta. Algunas, en especial, permitieron erradicar enfermedades epidémicas con alta mortalidad como la viruela. En nuestro país son excepcionales el tétanos, la difteria, el sarampión, y no es por casualidad, sino por rigurosas políticas de salud basadas en la vacunación.
Entre el 1 de enero y el 19 de abril de 2019, se diagnosticaron 626 casos de sarampión en 22 estados de Estados Unidos, cuando se había logrado erradicarlo en 2000, y el número va creciendo. Esas son las consecuencias de la existencia de personas que no fueron vacunadas, probablemente por haber recibido información insuficiente o incorrecta. En Uruguay no existe la enfermedad gracias a la obligatoriedad de la inmunización desde hace 20 años. En Europa, en cambio, se registró en el último año un brote que mató a más de treinta personas con más de 11 mil afectados en el continente. A esta situación se llegó exclusivamente por la renuencia de algunas personas a vacunarse.
Algunos movimientos políticos en Italia (como el Movimiento Cinco Estrellas) y otros movimientos ecologistas-naturalistas, sobre todo en Europa y Estados Unidos, consideran que la vacunación no debe ser obligatoria, y que debe quedar a criterio de la persona (y de los padres en caso de los niños), porque consideran que las vacunas tienen riesgos, contradiciendo todas las evidencias científicas de sus ventajas. Ante el riesgo que suponen las enfermedades virales que estamos analizando, tanto Alemania como Francia ya hace más de un año que tomaron medidas para que los padres cumplan con la necesidad de vacunar a sus hijos. En Francia, los niños no vacunados no pueden ingresar a los centros educativos, y el resto de los países europeos va por el mismo camino.
El riesgo más grande para la salud que tienen las sociedades modernas son estos movimientos de ciudadanos llamados “antivacunas”, que con el amparo del derecho a la autonomía, las exponen a volver a las epidemias del pasado.
Un artículo publicado en Los Angeles Times en marzo de este año, analiza la reacción de las redes sociales ante publicaciones de médicos llamando a la vacunación: miles de comentarios se oponen a las vacunas y culminan acosando a los profesionales al grado de obligarlos a borrar lo publicado; algunos de estos tuvieron que pedir protección a la policía.
La libertad individual cesa cuando se pone en riesgo al resto de la comunidad. Este es el principio solidario más elemental que pareciera haber caído en el olvido y sin el cual las sociedades corren riesgos mayores. Se ha subvertido el orden de las cosas sobre la base de alimentar la falacia del derecho individual por encima del interés común; de depositar más confianza en la red que en la evidencia científica. Esta visión individualista del problema conduce inexorablemente a la reaparición de las epidemias del pasado. Estos grupos a veces sostienen sus posiciones argumentando que las vacunas son obligatorias por soberbia médica o por influencia de la poderosa industria farmacéutica. Estos argumentos que podrían ser válidos en otras circunstancias no lo son cuando se trata de políticas de salud de alcance mundial ya avaladas por el tiempo.
Cuando se dice que las vacunas son fomentadas por la industria farmacéutica es cierto: integran el comercio de la salud como los antibióticos u otros recursos terapéuticos. La industria hace su negocio, pero hacen el peor negocio al erradicar las enfermedades.
Gran parte de la renuencia a la vacunación se debe a la mala información, ya sea a través de redes sociales, consultas a sitios web inescrupulosos e incluso por profesionales desactualizados.
A pesar de los avances de la medicina, los problemas más importantes que se enfrentan en el momento actual derivan de fenómenos socio-culturales: la aparición de los grupos antivacunas, la vida sedentaria y la hiperalimentación, la polución ambiental, la aparición de resistencia bacteriana a los antibióticos por su uso indiscriminado (incluso la resistencia del bacilo de la tuberculosis), la expansión de enfermedades de trasmisión sexual entre adictos y presidiarios, el incremento de la tuberculosis por condiciones de vida en hacinamiento, los intereses comerciales vinculados con la salud, entre otros.
De todas maneras “nada educa más que un virus”, aunque lamentablemente haya que atravesar una epidemia para ello. Esta amenaza que sufre Uruguay de una epidemia de sarampión es un llamado de atención a los incrédulos de las vacunas que, sin duda, fueron conmovidos por la alarma pública. Lejos estamos de una epidemia de sarampión de mayores proporciones porque la población está en su mayoría vacunada.
LA GRIPE TAMBIÉN. En otro orden, pero muy emparentado con lo anterior, dadas las características mutantes del virus de la gripe (influenza) y los antecedentes de epidemias de alcance mundial (pandemias) con alta mortalidad, se teme que esta enfermedad pueda reaparecer en algún momento con gravedad inusitada. Por ello, la Organización Mundial de la Salud vigila las características de los virus circulantes en 153 instituciones de 114 países, a partir de lo cual surgen las recomendaciones para confeccionar la vacuna antigripal para proteger a la población de la gripe estacional. La pandemia gripal que ocurrió hace 100 años, mató más soldados que la propia Primera Guerra Mundial.
Así como las epidemias del sarampión pueden erradicarse con la vacuna, también se pueden evitar muchas de las muertes provocadas por la gripe, que en algunas epidemias genera más muertes que el cáncer de mama.
La circulación de virus de la gripe (o influenza) tiene estacionalidad, aumentando fundamentalmente en los meses más fríos, y su virulencia y penetración en la sociedad sólo se puede conocer después que se produce. Durante el brote epidémico llega a afectar un porcentaje variable de la población dependiendo de sus características. Si bien en sujetos sanos tiene baja mortalidad, en sujetos con enfermedades previas la gripe suele provocar su descompensación (insuficiencias respiratorias o cardíacas, diabetes, por ejemplo) y provocar la muerte; en los casos que requieren internación la mortalidad llega al 10 por ciento. También las embarazadas son una población de riesgo, así como los niños pequeños, los adultos mayores de 65 años, los obesos y los sujetos con disminución de sus defensas.
La protección de la vacuna depende de la cepa circulante. La mayoría de las veces permite aplacar la epidemia, disminuir el número de internaciones, el ausentismo laboral y, principalmente, la mortalidad de la enfermedad. En general, se puede afirmar que impide la enfermedad en un porcentaje variable, pero mayor al 50 por ciento de los casos. Las probabilidades de protección de la vacuna contra la influenza dependen del estado inmunitario de la persona que la recibe y fundamentalmente de la similitud entre los virus con los cuales fue confeccionada la vacuna y aquellos circulantes.
La vacuna antigripal no protege contra otros virus que causan síntomas parecidos a la gripe (los denominados “respivirus”), de menor importancia por su escasa morbimortalidad, como por ejemplo aquellos que causan el resfrío común, ni contra infecciones respiratorias bacterianas. Así que cuando por allí se afirma: “me vacuné y me engripé; la vacuna no sirve para nada”, lo que ocurre es que la persona se infectó probablemente con virus distintos de aquel de la influenza para el cual fue confeccionada la vacuna.
Dado que el virus de la gripe varía en su composición antigénica, a pesar del intento de confeccionar la vacuna contra los virus circulantes, siempre hay un retraso, por lo que la eficacia de la vacunación puede variar de año en año, siendo a veces muy eficaz y otras menos. Cuando es eficaz evita muchas muertes, por lo que es necesario vacunar siempre, sobre todo a los niños y sujetos debilitados por otras condiciones.
La vacuna es capaz de provocar en algunos sujetos reacciones adversas en una proporción bajísima cercana a 1 cada 100 mil vacunados, pero estas reacciones son mucho menores que aquellas que provocaría la propia gripe, por lo que, en el balance, siempre conviene vacunarse. En hospitales y sanatorios, la vacunación de los pacientes internados debiera ser la regla antes de ingresar en la época fría del año.
Vacunarse contra estos virus con capacidad de provocar graves epidemias, ya sea contra el sarampión o la gripe, es un acto solidario, ya que no solo disminuimos el riesgo de enfermarnos nosotros, sino que también protegemos a quienes nos rodean. Y esto vale en particular para el personal de la salud que atiende sobre todo a sujetos debilitados por diversas enfermedades, las embarazadas y madres de niños recién nacidos.