En 2023 el Teatro El Galpón comenzó su temporada con la obra Tres versiones de la vida, de la autora francesa Yasmina Reza, que retrataba a dos parejas de una clase media académica que se reunía a discutir en el sector central de la casa: el living. Resaltando el humor de las situaciones, el conflicto de aquellos personajes se desprendía del exacerbado ego del mundo científico. La dramaturgia incorporaba un personaje infantil (el hijo de la pareja joven) que, siempre fuera de escena, regía la comicidad y develaba el interés de la autora por remarcar el absurdo de la vida de la clase burguesa. Hace unas semanas el teatro estrenó Consentimiento, de la autora inglesa Nina Raine, con traducción de Stefanie Neukirch y dirección de Lucio Hernández. La pieza parece duplicar la imagen de aquel living de la familia de clase media, con personajes, esta vez, dedicados al mundo de la abogacía. En esta obra también un niño pequeño, fuera de escena, delinea los vínculos y los estados de los personajes en la primera escena. Nuevamente dos parejas se reúnen: Joaco (Pablo Robles) y Rita (Estefanía Acosta) visitan a los recién mudados Cata (Soledad Frugone) y Eduardo (Moré, actor invitado del elenco del Teatro Circular). En un diálogo que es íntimo, entre amigos (al estilo de los filmes de Woody Allen), comienzan a filtrarse informaciones confidenciales sobre los juicios en los que participan. Los abogados cuentan en primera persona los casos sobre violaciones en los que representan generalmente a victimarios, mientras se escapan frases cargadas de liviandad y cinismo en torno a un tema más que complejo y delicado. Esta primera escena enmarca lo que sucederá en el resto de la pieza, en el que las víctimas y el sistema judicial que las rodea parecen ir por caminos tan distantes como paralelos.
Lucio Hernández contó en una entrevista que, para preparar la versión, fueron asesorados por Mariela Solari, directora de la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía. Es que, si bien la pieza pone el acento en la vida personal de estos abogados, las escenas en las que aparece una víctima de violación en juicio (interpretada por Guadalupe Pimienta) ponen bajo la lupa las grietas que presenta el sistema judicial ante este tipo de casos. En las intervenciones de Pimienta se cuestiona el accionar del fiscal (representante de la víctima), interpretado en sus inseguridades por Claudio Lachowicz, y del defensor del victimario, Eduardo (compuesto en su distancia y frialdad por Moré). En sus diálogos se exponen de manera técnica y poco empática los alcances de aplicar la ley para hacer justicia y el vidrioso argumento de la presencia o no del consentimiento en el acto sexual denunciado como violación. El personaje de Moré, tal vez el más escéptico ante la víctima, evoca, siguiendo su postura, la máxima del derecho penal sobre la presunción de inocencia: «Es preferible un culpable libre que un inocente en la cárcel». Hay una mirada autoral contemporánea sobre un tema delicado que hasta el día de hoy revictimiza a las víctimas, cuyos casos distan de resolverse con celeridad y, en ocasiones, con el respeto que los denunciantes merecen.
La autora escribió esta pieza en 2017, antes de que sucediera el conocido movimiento #MeToo, que denunció las situaciones de abuso sexual a partir de las acusaciones contra el productor de cine Harvey Weinstein. Si bien la obra se ha resignificado luego de este fenómeno, la autora no presentó a sus personajes femeninos como embanderados del feminismo. Raine plasma las contradicciones en el acercamiento a la víctima tanto de hombres como de mujeres. La realización escenográfica, a cargo de Gustavo Petkoff, profundiza en esta idea de laberinto en la que se encuentran estos personajes. Esta disposición, además, permite enmarcar distintos momentos, tanto adentro como afuera de la casa, y guiar las entradas y las salidas de los personajes con lo que exponen y lo que ocultan. La presencia de un personaje externo al grupo que se dedica a la actuación (Sara, representada por Soledad Lacassy) impulsa situaciones que muestran la fachada en los discursos de estos abogados.
Lucio Hernández se destaca en su estilo de dirección por el encuadre que logra darle a su elenco. Hay un trabajo sólido en los diálogos y los niveles de la narración, que implica que Guadalupe Pimienta encarne tanto a una víctima como a una abogada de familia dedicada a divorcios, en los dos casos de modo convincente. Esa dualidad es esencial para profundizar las contradicciones que aparecen en el sistema judicial cuando los mismos personajes se encuentran de un lado y del otro del mostrador. Tal vez lo más potente del texto sea su viraje, cuando la problemática que parecía ajena se vuelve propia. Una pared gris sirve de marco perfecto para mostrar que todos podemos estar bajo la óptica de la ley, pero que, como lo exponen los personajes de Raine, todo depende de la respuesta que se elija en el juego verdad-consecuencia.