Que esto ocurra no se debe sólo a la excepcionalidad del caso presente sino a la conjunción de los hechos con su repercusión mediática amplificada en tiempos de foros de Internet y de redes sociales. No significa que el caso actual sea poco relevante sino que explica la dificultad de encontrar similares en el pasado o en el presente: en poco se parece al caso de Temer en Brasil, quien se benefició de su cargo, o al de Amado Boudou en Argentina. En ese sentido podemos decir que se trata de una situación “a la uruguaya” que afecta a una institución, la Vicepresidencia, que tiene una historia breve y poco destacada.
Uruguay demoró más de cien años en descubrir que necesitaba tener vicepresidente. La Constitución de 1830 no preveía la figura y, señal evidente de que su ausencia no se echaba mucho de menos, tampoco se incorporó en un proceso de reforma tan exhaustivo y prolijo como fue el que culminó en 1918. Desde el comienzo se había previsto que en caso de vacancia temporal de la Presidencia, lo sustituiría el presidente del Senado; pero no era similar al cargo actual ya que sólo asumía interinamente, y en el caso de que debiera desempeñarlo en forma definitiva era costumbre designar un presidente “en propiedad” (expresión que se usaba para aclarar que ya no tenía condición de interino), que culminara el mandato. Por lo demás, las obligaciones de la actividad parlamentaria absorbían al presidente del Senado, que poco tiempo tenía para atender otras tareas. En caso de vacancia, si resultaba designado para el cargo se elegía un nuevo presidente para el cuerpo y se realizaba una elección parcial de senador para cubrir la vacante; pero podía ocurrir que se designara como presidente de la República a otro ciudadano, en cuyo caso el interino volvía a su cargo en la Cámara. En 1875, cuando renunció el doctor José Ellauri, fue el senador Pedro Varela el designado para completar el mandato; cuando renunció Máximo Santos en 1886, el designado para sustituirlo no fue el presidente del Senado sino el ministro de Guerra, Máximo Tajes.
El cargo de vicepresidente de la República aparece con la Constitución de 1934 como resultado de la extravagante configuración del Senado que resultó del acuerdo entre terristas y herreristas: el cuerpo pasaba a tener 30 integrantes (en lugar de los 19 anteriores), repartidos en mitades para cada grupo acuerdista. Era necesario un voto que rompiera la eventual paridad, y allí se estableció que la presidencia recaería en quien fuera electo en una fórmula junto con el presidente de la República. A partir de entonces en el Ejecutivo unipersonal junto a cada presidente se eligió un vice, del cual rara vez se conserva memoria.
¿CRISIS? La figura del presidente es tan absorbente en la práctica política uruguaya que la sustitución del vice no resulta llamativa. Es claro que este es el primer caso de renuncia del vicepresidente (sus dos posibles antecedentes, César Charlone y Jorge Sapelli, dejaron el cargo después de producido un quiebre institucional), pero resulta difícil evocar el nombre de quienes ocuparon la presidencia del Senado cuando el vice ocupó la Presidencia, o como en el caso del doctor Hugo Batalla, quien lo sustituyó en el cargo luego de su fallecimiento.
Generalmente los vicepresidentes se proyectan como resultado de alteraciones producidas en otros ámbitos como cuando se produce el fallecimiento del presidente; en cambio es muy limitada su capacidad para generar por sí mismo una crisis, aunque esa sea la palabra frecuentemente utilizada, a veces acompañada con adjetivos más o menos dramáticos. Cabe entonces preguntar: ¿estuvo en riesgo la estabilidad institucional, o es un episodio resuelto en el juego normal de las instituciones? La oscilación discursiva que muestran las declaraciones públicas, entre la sobreactuación y el silencio puede verse como un intento de “hacer cosas con palabras”: es la primera renuncia de un vicepresidente, y la manera como se construya el sentido del hecho incidirá en la configuración de la agenda política para el futuro inmediato. Pero frente a tal despliegue se podría cambiar la pregunta: ¿En qué medida un cargo tan opaco puede ser el de-sencadenante de alguna crisis?
IMPACTO EN EL PARTIDO DE GOBIERNO. Otra dimensión del problema es el impacto que puede tener en el Frente Amplio (FA). Todo el proceso ha sido muy traumático y ha terminado con la renuncia del candidato común a la Vicepresidencia, algo que en buena medida afecta a toda la coalición. Desde esta perspectiva, los antecedentes muestran que el Frente ha tenido una enorme capacidad para procesar y superar sus crisis, que han sido muchas en su historia. Algunas muy importantes, fueron –necesariamente– de bajo perfil, como el retiro del Pdc en julio de 1973 y su posterior reingreso en 1984. Cuando volvió a separarse en 1989 junto con la lista 99 para formar el Nuevo Espacio, pareció el anuncio de la desaparición del Frente. Pero esto no ocurrió; por el contrario en esa elección alcanzaría por primera vez un gobierno municipal. No menos grave fue la sorpresiva renuncia del general Seregni a la Presidencia de la coalición en febrero de 1996, cuando se sintió desautorizado en sus negociaciones con los partidos tradicionales. En ese momento la renuncia representó un impacto difícil de asimilar, pero al cabo de intensas negociaciones el Frente recompuso el liderazgo con el que obtuvo la mayoría en las elecciones de 1999.
Este resumen parece un cálculo excesivamente electoralista, pero en una democracia de partidos como es el caso de Uruguay, la respuesta del votante es la única referencia precisa para evaluar la eficacia de las estrategias políticas. También tiene la ventaja de que proporciona un control periódico, y para este caso eso resulta particularmente importante. El hecho de que en el pasado el FA haya podido procesar sus crisis y proyectarse con mayor fuerza no significa que tal cosa vaya a seguir ocurriendo. Aquellas crisis ocurrían cuando no tenía la responsabilidad de gestionar el gobierno nacional, y las que ocurrieron siendo ya gobierno como la publicación del libro Pepe coloquios en plena campaña de 2009 o la reciente renuncia de Gonzalo Mujica, parecieron muy serias, pero no tuvieron mucho impacto negativo (en buena medida por la reacción de los grupos integrantes de la coalición que en casos como éstos han tendido a cerrar filas).
Pero el caso actual parece más complejo: la renuncia del vicepresidente puede poner en juego la mayoría parlamentaria precisamente en el último tramo del mandato, allí cuando se definen los resultados del gobierno y se proyecta su continuación. La alternativa aparentemente menos “riesgosa”, dar por resuelta la situación con una declaración meramente formal que no afectara seriamente a Sendic, seguramente aumentaría el número de los “desencantados” y eso podría implicar un cambio relevante en la composición del FA.
El tiempo dirá cual será el balance final del episodio: si Raúl Sendic queda en la historia solamente como el primer vicepresidente renunciante, o como el disparador de un giro importante en la configuración del sistema uruguayo de partidos, ese que el Frente Amplio modificó radicalmente desde su origen.